Buenos Aires 2018, una oportunidad

El G-20 es la única instancia en que América latina se encuentra con las grandes potencias y los grandes países emergentes, que representan más de tres cuartas partes de la economía y el comercio global.


En 2017, América Latina ha vuelto a la Troika del G20 a través de Argentina (junto con China y Alemania), que acogerá la cumbre de 2018. La región será una oportunidad inmejorable de poner a prueba la eficiencia del grupo como una nueva herramienta de gobernanza que mejore su situación relativa.

Con la economía mundial todavía en la recuperación, nuevos elementos en el panorama general, y como en 2008 con epicentro en el Norte. Sólo esta vez son cambios de índole política, enraizados en la crisis global de esta última década.

La Casa Blanca está habitada por un magnate sin experiencia política ni gestión, salvo la de sus negocios inmobiliarios. El republicano Donald J. Trump gobierna la primera potencia económica por un electorado que abrazó una consigna central: "Primero, Estados Unidos" (América, Primero).

Trump y su entorno de la "alt derecha" coronaron una agenda rupturista. Destacamos aquí su declaración de proteccionismo comercial, su salida del Tratado Transpacífico (TTP) y la anunciada renegociación del Tratado de Libre Comercio (TLC o NAFTA) con México y Canadá. En el caso de su vecino del sur, también su proyecto de frenar la inmigración con un muro fronterizo.

Este giro en la potencia hegemónica americana se emparenta en el tiempo, formas y contenidos con varios hechos en sus antiguos aliados europeos: la salida de la UE vota en referéndum por los británicos o Brexit; la consolidación de las fuerzas ultranacionalistas la crisis de la representatividad política, desde España a Italia, hasta el desembarco en el estado electoral en Francia, que redujo al mínimo el papel de las fuerzas tradicionales de la izquierda y la derecha.

La Administración de Trump remachó su aislamiento en la Cumbre de Hamburgo del G20, donde siguió excluyendo en el Acuerdo de París sobre Cambio Climático y forzó al resto como una relación de compromiso sobre el uso de “instrumentos legítimos en defensa del comercio”.

Las agendas del G20 - la de Alemania incluyó migraciones forzadas, terrorismo y las urgencias de África - siempre quedaron condicionadas por la coyuntura. Sin embargo, América Latina tiene su propia tarea de fondo: establecer una agenda específica que contemple los intereses de la región, la exposición y el valer dentro de esa gran mesa del G20.

La Cumbre 2018 se ofrecerá en Argentina y, además, en la región.

La Fundación Embajada Abierta, que preside el autor de este artículo, ha reunido este año a diferentes protagonistas de la Troika del G20 y los Sherpas de los países latinoamericanos del G20, en un seminario realizado en Buenos Aires. Resultado de un ejercicio muy demostrativo de la potencialidad que supone buscar y alcanzar consensos básicos.

En el intercambio surgió una realidad indiscutible. América Latina no es una sola sino muchas veces, con países con sus modelos políticos, ideológicos y de desarrollo diferenciados, incluso a veces como cambios recientes.

Un desafío central es atravesar las circunstancias más diversas actividades sin perder de vista la búsqueda de una gran agenda regional. La creación del Mercosur, hace más que tres décadas, es un ejemplo de cómo Brasil y Argentina lograron acercar las posiciones, aún en el frente de un Estados Unidos.

¿Cuál puede ser, entonces, el núcleo duro de esa agenda de cara al siglo XXI?

Para empezar, los tres países latinoamericanos del G20 deben multiplicar los esfuerzos de entendimiento en marcha. Los Estados Unidos de Trump presentan un desafío no sólo a México. Mañana, esa línea se puede correr más al sur, y no solo lo que hace que el comercio y la inmigración: la seguridad, la lucha contra el narcotráfico, la explotación de los recursos naturales.

Luego, una agenda común latinoamericana debe ampliar el primer círculo de aquellos países miembros del G20 y reflejar un número aún más rico, trabajando pacientemente en toda la región. Construir una nueva gobernanza global implica definir y asegurar antes las bases una nueva gobernanza regional.

A su vez, América Latina puede convertirse en un vehículo de representación de los países en un desarrollo con una visión pragmática y constructiva que permita armonizar las distintas agendas en pugna. Los temas de la agenda como la agricultura, sus mercados y las reglas.

La conclusión del acuerdo Mercosur-UE, negociado desde los años 90, parece más bien después de los cambios políticos en Argentina y Brasil, y así se reafirmó durante su última visita a la región la canciller alemana, Angela Merkel. Sin embargo, en ese terreno, el G20 debería ser una oportunidad para que la región deje de establecer y coordinar algo más que el interés de un convenio interregional. No se trata, tampoco aquí, de que ningún acuerdo sea peor que un mal acuerdo.

En estas reducciones del multilateralismo, América Latina se transformó en su estructura comercial, desde México con su experiencia dentro del TLCAN (hasta Estados Unidos y Canadá, y nuestro futuro se ve amenazado ahora por la Administración de Trump) hasta Brasil como nuevo gran exportador de agroindustrial.

Las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), como parte de su condición de una condición central de la estabilidad internacional: la seguridad alimentaria, esa falta especialmente en el mundo en desarrollo.

El desempleo, un problema, el mundo, el mundo de los jóvenes, el nuevo mundo y el mundo: la digitalización de la economía, el mundo. A todos los sectores.

El desafío, como tal, alcanza a los países y el desarrollo, es también el actual desequilibrio en el flujo de las inversiones productivas impedirá las regiones como América Latina responder al problema con la misma capacidad que otras personas desarrolladas.

Es una gran oportunidad para que el mundo se dé soluciones globalizadas, pero no para ahondar las brechas, sino también para el comercio financiero. Nuestra región necesita dejar eso establecido en la mesa del G20.

Sin esas condiciones, se reeditará la desigualdad que provocó en el pasado las diversas etapas del proceso de industrialización. América Latina no puede reciclar pasivamente, otra vez, como simple proveedor de materias primas, ni del Norte, ni de Asia.

Lo mismo puede decirse sobre la lucha contra el cambio climático, que por primera vez, en el sentido de los cambios en los intereses, los avances y los avances en el acuerdo de París. Es evidente que las responsabilidades y las respuestas son las diferencias entre sí, y eso es muy claro en el impacto que están sufriendo los medios y las infraestructuras regionales por los fenómenos extremos cada vez más recurrentes.

No hay por qué ser solo confrontativos. La región puede darse un enfoque pragmático sin dejar de hacer valer sus aportes. La nueva generación de acuerdos interregionales de comercio e inversiones, como el Transpacífico (TTP), el futuro sin Estados Unidos, y las negociaciones del Mercosur con la UE han puesto a América Latina en el centro del gran juego.

Para eso, debemos revisar sus cartas y ajustar su estrategia. Aunque no se valore lo suficiente, ya se hizo inversiones políticas que hoy puede capitalizar, y una de ellas es el instrumento de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), un organismo regional de gran poder político que podría convocar, bajo la coordinación de La troica (México, Brasil, Argentina), una instancia regional de la salud, con un consenso de fuerza envidiable, la agenda de la región quiere imponer en el gran espacio del G20.

Para algunos observadores, los más críticos, el G20 se reducen a un juego en el que los hacedores de las reglas.

También está preguntado, en el nombre del multilateralismo tradicional, este nuevo tipo de organismos de élite arbitrariamente conformados en la eficiencia que reclaman los tiempos de crisis aceleradas. ¿Debe acaso sacrificarse la participación democrática universal en la búsqueda de resultados rápidos?

El orden mundial ha sido ahora en el lugar del peor escenario: dos guerras mundiales en 25 años. A partir de allí, y a la persistencia de las tumbas conflictos armados localizados, el sistema multilateral funcionó. Sin embargo, ese esquema ya no se corresponde con una realidad que hace crujir los sistemas políticos de las mismas potencias que dictan las reglas.

En ese sentido, el G-20 puede ser un puente en este período de transición hacia un orden nuevo que suponga un sistema de toma de decisiones mundial más equilibrado en lo político y en lo social.

Y, en ese escenario, la región puede protagonizar la creación de nuevas normas para un nuevo orden político y económico global, más estable, democrático y justo.

*director de Fundación Embajada Abierta. Fue embajador argentino en UN entre 2007 y 2011 y embajador argentino en EEUU de 2011 a 2013.

Acerca del G20

El viernes 30 de noviembre, Buenos Aires, como presidente del Grupo de los 20, recibirá a los presidentes de las mayores potencias del mundo. El G-20 está formado por 19 países y la Unión Europea, entre los que se encuentran los países que forman el G8.

Se estableció en 1999, con el fin de tratar temas relevantes de la economía mundial. es un foro de ministros de Finanzas y gobernadores de bancos centrales de veinte economías importantes, que no cuenta con Sede ni personal permanente.

El G-20 está compuesto por las principales economías industrializadas y emergentes del mundo. La suma de la población de sus países representa dos tercios de la población mundial y el 85% del PIB.

En concreto el G20 está formado por: Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Unión Europea, Francia, Alemania, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Rusia, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur, Corea, Reino Unido y Estados Unidos.

Además, participan en sus reuniones como países invitados: España, el país que ocupe la presidencia de ASEAN y dos países africanos.

Los países que forman el G-20 se reúnen anualmente con el objetivo de lograr, mediante el consenso de sus países miembros, según declara para superar la crisis, mejorar el empleo y garantizar el sostenimiento de un nuevo modelo de desarrollo global sostenible y equilibrado. Trata de conseguir que se adopten normas para favorecer la transparencia fiscal, luchar contra el blanqueo de capitales. Sus mandatos no son vinculantes, por lo que el cumplimiento de sus recomendaciones depende de la voluntad de los países miembros. No existen votaciones ni otros procedimientos de toma de decisiones, como es el caso de la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional o de la OCDE.

Sus habitantes representan las dos terceras partes de la población mundial, una parte muy importante de los cuales viven en China y en India, los países más poblados del G20.

El G8, que en un primer momento estuvo constituido por seis países, se formó en 1973, cuando se reunieron los ministros de finanzas de las principales potencias económicas, que en ese momento eran: Estados Unidos, Japón, Alemania, Italia, Francia y Reino Unido.

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