Geopolítica y futuro regional (pensar desde la Periferia)

La confrontación sino-estadounidense como desafío y oportunidad, para América del Sur y Argentina. La crisis del regionalismo. Aprender a ejercer un nuevo pensar situado, desde una geo-cultura, una geopolítica construida desde la periferia. Son algunos de los tópicos abordados por el académico José Miguel Amiune en la nota que se reproduce a continuación.


El destino del Siglo XXI se dirimirá por la correlación de fuerzas entre EE.UU. y China. La lucha por la hegemonía a nivel mundial abarca guerras comerciales, monetarias y tecnológicas, hasta llegar a la Revolución en Asuntos Militares (RAM) que introduce las innovaciones en materia de Defensa. Hoy, tanto para el Comando en Jefe de los EE.UU. como para el Ejército Popular de Liberación (EPL) de China, la base de la revolución militar es la informatización. Han pasado de la disuasión militar a la disuasión informática. De la guerra clásica de contacto a la guerra informática sin contacto, cuyos mayores atributos son la precisión y la invisibilidad, tratando de ocultar capacidades e impedir acciones de inteligencia al adversario. Para EE.UU. la mayor amenaza es una guerra informática asimétrica por parte de China. Se están preparando para la guerra cibernética, para la guerra digital o informatizada, cuyo campo de operaciones abarca: tierra, aire, ciberespacio y el espectro electro-magnético. En suma, están adaptando el campo de batalla a los acelerados cambios de las tecnologías de frontera.

La política hemisférica de los EE.UU.

Donald Trump está convencido de que, en las últimas décadas, EE.UU. produjo un repliegue de su influencia en América Latina y está decidido a recuperarla. A la política tradicional de considerar como “Zona de Seguridad Estratégica” a la región comprendida desde la frontera con México hasta el Canal de Panamá y Colombia, impulsa considerar, en esa condición, a todo el subcontinente. Es decir, se impuso el “Monroísmo puro”. Sus objetivos estratégicos son, básicamente dos: contener la penetración de China y Rusia en la Región y derrocar el régimen de Nicolás Maduro. No es casual el cambio del mapa político de la región. En las últimas siete elecciones celebradas en Sudamérica se han impuesto partidos o coaliciones de centro-derecha, con un marcado alineamiento con los objetivos geopolíticos de la Administración Trump. El último capítulo de esta oleada ha sido la elección de Jair Bolsonaro en Brasil. Las características de los nuevos regímenes reproducen la cruzada de Trump, contra los que llama las “nuevas amenazas “. Se caracterizan por cultivar la antipolítica, la xenofobia anti-inmigratoria, la militarización de la seguridad y el combate al narcotráfico, además del rechazo a lo que llaman “la ideología de género” y la repulsa a lo que denominan de manera imprecisa y generalizada “el populismo”. La contradicción que exhibe el neo-nacionalismo de esos regímenes es que, en el plano económico, son neo-liberales, aperturistas, anti-estatistas y pro- mercados.

Trump, con evidentes éxitos en su política interna (descenso al 3,6% de la desocupación y mejoras en los indicadores económicos), intenta replantear una plataforma hemisférica de hegemonía en América Latina. Esto se evidencia en el fortalecimiento presupuestario y político del Comando Sur, donde el Segundo Comandante es un general brasileño, aunque el cargo de Sub-Comandante jamás ha existido.

El otro aspecto del avance de Trump en la región es el establecimiento de aranceles a la mayoría de sus miembros. El ejemplo más cercano es México, bajo el pretexto de la pasividad frente a los migrantes que atraviesan su territorio para llegar a EE.UU. La idea de que los mexicanos roban los empleos a sus connacionales, es un prejuicio y un pretexto para levantar el muro que permita su reelección. El ciudadano de Detroit que, a diferencia de su padre, no sigue trabajando en la línea de ensamblaje, le debe su realidad a la crisis global de 2008 y a la automatización de los procesos industriales. Cualquiera que haya visitado recientemente una planta automotriz puede atestiguar dos cosas: el capital humano está altamente capacitado y cada vez se utiliza menos mano de obra en la mayoría de los procesos. Lo real es que Trump que no ha podido cumplir casi ninguna de sus promesas en el campo internacional, amenaza a su socio más vulnerable, México, para justificar la construcción del Muro, carta maestra para su reelección. Habla de la “palestinización” de la frontera ya que los mexicanos serían un peligro para EE.UU. como los palestinos lo son para Israel. Curiosamente, la misma empresa que está construyendo el muro con México es la que construyó el muro de Gaza.

En suma, la sombra del juicio político o la moción de censura, todavía pende sobre la cabeza de Trump. El enfrentamiento con los demócratas, puede desatar una crisis con el estallido de la burbuja financiera. Hay una guerra dentro del gobierno de EE.UU. Los Demócratas con Nancy Pelosi a la cabeza, buscan el impeachment y la única manera de contrarrestarlos es mostrar el músculo con México y levantar el muro, porque no hay un Plan B.

Estamos en medio de una guerra comercial, que afecta profundamente a América Latina. Mientras EE.UU. y China se aplican, mutuamente, aumentos de aranceles y medidas proteccionistas, que hacen caer los precios de las commodities que exportamos, con efectos traumáticos para nuestras economías, nosotros nos abrimos al mundo. Todo es muy paradójico. Trump desafía a China, pero muestra el músculo con su aliado más próximo: México, a quien amenaza con imposición de tarifas que ya ha establecido para los otros países de América Latina, en materia de acero, aluminio, bio-diesel, tubos sin costura, carnes y hasta cítricos. Esto le afecta a Chile que vive del cobre que le vende a China, le afecta a Argentina en casi todos los rubros, a Brasil cuyo primer socio comercial es China y a México cuyo principal socio son los EE.UU.

Enfrentar el proteccionismo de Trump, exige unir esfuerzos entre los países de la Alianza del Pacífico y el Mercosur, para reclamar con una sola voz ante la Organización Mundial de Comercio, sobre la elevación de aranceles impuesta, unilateramente, a América Latina. Vivimos en un mundo peligroso, diferente a la Guerra Fría. Ésta fue fría para las potencias que se repartieron sus respectivas esferas de influencia. Pero muy caliente para América Latina, Asia y África, donde corrió mucha sangre. Las grandes potencias no dirimen sus diferencias en su propio territorio, sino en la periferia empobrecida que las rodea.

El dilema geopolítico de la Argentina

La Argentina generó, durante el Siglo XX, dos teorías geopolíticas. Una primera, desarrollada por el Almirante Storni, en un libro titulado “Intereses Argentinos en el Mar”. Según la misma, Argentina tenía un papel insular respecto de América del Sur y su vinculación con el mundo se daba a través del Océano Atlántico. Es decir, definía a la Argentina como un país marítimo unido a sus mercados y centros de cultura por el Atlántico, al que llamaba el “Mar de la Civilización”. La otra teoría, acuñada por el General Juan Enrique Guglialmelli, sostenía, por el contrario, que Argentina era un país continental, vinculado con América del Sur, por lo tanto bimarítimo. Argentina debía integrarse económica, social y territorialmente en el orden interno, para luego encarar la integración con el resto de Latinoamérica. Las dos primeras décadas del Siglo XXI parecen confirmar más la teoría de Guglialmelli que la de Storni.

La crisis del regionalismo

Los diferentes esquemas de integración que se han desarrollado hasta la actualidad, desde ALALC, ALADI, PACTO ANDINO, MERCOSUR, UNASUR, CELAC y, últimamente, la ALIANZA DEL PACÍFICO Y PRO-SUR, se dieron entre países latinoamericanos. El panorama que tenemos hoy es muy distinto. Asistimos a una crisis del regionalismo. El MERCOSUR que pretendió emular un esquema de integración similar a la UE, es considerado por uno de sus creadores: Brasil, como de baja prioridad. Lleva 20 años negociando con la UE un acuerdo inter-regional que no se ha concretado y que por la resistencia de Francia y otros países europeos, en protección a sus agricultores, resulta de muy difícil concreción. Aún en el caso de firmarse, cualquier tipo de compromiso, entre ambos bloques regionales, en base a las posiciones negociadas hasta la fecha, su resultado resultaría ruinoso para los países del Mercosur. Tanto por las condiciones de vulnerabilidad externa de éste último y la asimetría entre ambos bloques, como por la magnitud de lo que concederían los países del Mercosur en relación a las escasas concesiones que les otorgaría la UE, en función de su mayor poder negociador. Asimismo, su ratificación demandaría: la revisión por los 28 países que son parte de la UE, la aprobación del Parlamento Europeo y la ratificación de cada uno de los países miembros del Mercosur. Como podrá apreciarse su materialización no sería fácil, tomaría mucho tiempo y no se ve favorecida, por el contexto nacionalista-proteccionista que se expande en Europa, y la circunstancia de que las autoridades que negocian en representación de la UE, como Junker y Mario Draghi, terminan sus mandatos.

Con EE.UU. después del rechazo del ALCA no tenemos ningún mecanismo de integración bilateral, ni multilateral. Es decir, no tenemos acuerdos comerciales, firmes y ratificados legalmente, con la UE, ni con EE.UU. Además por las declaraciones de Jair Bolsonaro y su Ministro Paulo Guedes, un sinceramiento del Mercosur debiera rebajarlo, ni siquiera a una unión aduanera imperfecta, sino a un acuerdo de libre comercio, con aranceles coordinados. La posición de Bolsonaro, seguida por ciertos países, es abrirse al mundo y abandonar la quimera del regionalismo. Esto lo afirmó en nuestro país, el propio Bolsonaro, en su única visita.

La relación con la República Popular China

Que tenemos entonces como opción? Una Asociación Estratégica Integral con la República Popular China, que data de 2014 y que el actual gobierno argentino continúa. En función de ese mecanismo Argentina recibió dos SWAP por alrededor de 20 mil millones de dólares . En América Latina los préstamos chinos alcanzaron en 2010, 37.000 millones de dólares. Más de lo que aportaron el BID, el Banco Mundial y el Eximbank juntos.

En la Reunión del G-20 en Buenos Aires, los Mandatarios de China y Argentina firmaron un Plan de Acción Conjunta 2019-2023, que es una hoja de Ruta para fijar políticas de estado entre ambos países. Este Plan de Acción no hace sino retomar con ciertas modificaciones lo establecido por el Acuerdo Estratégico de 2014 sobre: infraestructura ferroviaria y construcción de represas hidroeléctricas. En materia de energías renovables se acordó la construcción de 11 plantas: 7 eólicas y 4 de energía solar. En materia de Minería, China importa U$S 100 mil millones al año y Argentina necesita U$S 27 mil millones de inversión. La Shandong Gold compró la empresa Barrick que estaba operando en San Juan y participa en la extracción de litio que Argentina exporta en bruto a precios excepcionales. En el Sector Petrolero China adquirió el 50% de la empresa Bridas y participa en Vaca Muerta como parte de Pan American Energy. En materia de energía nuclear China ha ofrecido financiamiento para construir dos nuevas centrales núcleo-eléctricas, lo mismo que en plantas hidroeléctricas y energías no renovables

En materia de soja China es el mayor importador del mundo y Argentina tiene la ventaja de producir y abastecer al país asiático, en la etapa de contra-estación con los EE.UU. Desafortunadamente, el comercio de soja entre Argentina y China se triangula desde EE.UU. Así, hemos pasado del esquema: Argentina produce – China compra y consume; al esquema: Argentina produce – China consume – EE.UU. compra y vende, a través de Cargill China, ADM, Dreyfus y demás grandes traders internacionales.

En suma, Argentina tiene que tener una geopolítica coherente entre sus socios comerciales y los compromisos de tipo hemisférico que se tratan en el Grupo de Lima, en la OEA, o Pro-Sur. Todos alineados con la geopolítica hemisférica de EE.UU. Cualquier país que se respete debe tener una política exterior tanto en lo político, tecnológico y comercial de carácter radial y no contradictorio. Se pueden tener buenas y maduras relaciones con EE.UU., integrarse equitativamente con la UE y comerciar con China.

Tendríamos que escuchar a los chinos cuando dicen: “Comerciamos con todo el mundo, hacemos negocios con nuestros amigos y construimos el futuro con nuestros aliados”. Eso es pensar estratégicamente, desde nuestro lugar en el mundo, no comprar recetas importadas sobre las relaciones internacionales. En el mundo de hoy existe una distribución del poder y el prestigio internacional. Es la manera ejemplarizadora de demostrar la “centralidad” de EE.UU. y Europa. Tienen que convencernos que ellos son el centro y el sujeto de la historia y nosotros – los que habitamos la periferia- somos los objetos de la misma. Esa visión centrípeta de la geopolítica quiere aparecer como una teleología y ese telos son EE.UU. y Europa. Razón, historia, progreso y centralidad, son términos equivalentes. Habrá que escribir –como hizo Kant, en su tiempo- una “Crítica de la Razón Hegemónica”. Allí encontraremos que esa razón encubre el proceso de dominación mundial instrumentado por las potencias centrales. Para ello tenemos que aprender a ejercer un nuevo pensar situado, desde una geo-cultura, una geopolítica construida desde la periferia, desde la Argentina, desde América Latina. Una visión propia de la historia, la economía y las relaciones internacionales, que expresen, definan y concreten nuestros intereses y aspiraciones históricas.

José Miguel Amiune es Doctor en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional del Litoral y Master en Relaciones Internacionales por la Universidad de Tufts, Medford, Massachusets. Ha sido consultor de varias agencias del sistema de la ONU, Secretario de Estado y Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Argentina.

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