Argentina seguirá creciendo a menores tasas
El encuentro convocado por la Cámara Argentina de Comercio (CAC) incluyó la visión de un economista, Roberto Dvoskin, que señaló que hoy todo está dado para que Argentina siga creciendo en 2009, aunque a una tasa mucho menor al promedio de los últimos años.
El docente de Economía opinó que el dólar aún está bajo en términos de competitividad, ya que debería situarse entre $ 3,50 y $ 3,60.
El experto hizo un repaso de los logros del gobierno de Néstor Kirchner hasta mediados del año 2007, referidos fundamentalmente al crecimiento económico promedio de 8% anual. Si bien aclaró que gran parte de ese avance se explica en que partió de un piso muy bajo –el de la crisis de principios de 2002-, lo concreto fue que la mejora de la actividad llegó a los máximos de los años 90. Otras fortalezas fueron el aumento de las exportaciones, la inflación por debajo de la banda de 10% y el sostenimiento del superávit fiscal, aunque todo estuvo sustentado en un tipo de cambio alto, que a la larga conlleva un deterioro inevitable del salario real. Es decir, “no hubo una gran ingeniería económica”, determinó el economista, pero hasta ahí no hubo quejas porque este esquema posibilitaba aumentar el consumo, las reservas y la inversión, si bien el incremento de esta última sin duda no alcanzó para soportar el auge del consumo, expuso.
“Ahí aparece el desafío de conjugar el sostenimiento de ese crecimiento con la estabilidad de precios y con la distribución del ingreso”, dijo el economista, y en este sentido es evidente que algo faltó a la gestión gubernamental. A partir de inicios de 2007 apareció en escena la inflación y desde ese momento los precios se colocaron como el eje de la temática económica argentina. También en ese entonces comenzó el deterioro del tipo de cambio ya que el peso argentino se devaluaba implícitamente frente al euro y el real, dos monedas decisivas para el comercio exterior del país. “Un segundo factor –recordó el experto- fue que la capacidad de producción de la industria llegó a su límite y se hizo necesario aumentar el nivel de inversión”, pero es apenas evidente que tales inversiones privadas no llegaron en la proporción necesaria, fundamentalmente por la falta de señales claras y reglas de juego creíbles por parte del Gobierno. Esa falta de certidumbre, común denominador de los sucesivos gobiernos que ha tenido la Argentina, es la misma traba que hoy pone en duda el éxito del programa de incentivos para la repatriación de capitales que están lanzando la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
“Un tercer elemento que irrumpió, por el que sí responsabilizó al Gobierno actual, fue la puja por la distribución del ingreso –consideró Dvoskin - Cuando esta situación se da el gobierno tiene la obligación de actuar para propiciar un acuerdo y la realidad es que en este caso, no participó del proceso y si no hay nadie que articule, es lógico que los distintos sectores sigan pidiendo una mejora económica”.
En cambio, el escenario de 2008 presentó diferencias sustanciales que hizo que la preocupación por la inflación quedara desplazada del centro de atención, primero por la crisis con el campo y luego por la recesión debido a la crisis internacional. “En primer lugar, al comenzar el año el Gobierno empezó a no cumplir con el compromiso clave con el que asumió la Presidenta, que era hacer un acuerdo social, que a su vez era la forma para resolver la puja distributiva y el problema de la inflación”, sostuvo. Luego sobrevino la resolución 125 que impuso retenciones móviles a la soja, el girasol, el maíz y el trigo para aprovechar el espectacular incremento de los precios internacionales, desatando una huelga agraria de más de cien días. “Ya hacia febrero de 2008 se daba el fenómeno de que, pese a los buenos indicadores macroeconómicos de la Argentina, existía la sensación de que todo empezaba a ir mal”, resaltó Dvoskin.
Finalmente, el voto en contra de la resolución por parte del vicepresidente Julio Cobos congeló el conflicto con los productores agropecuarios, y calmó los ánimos hasta que apareció otro frente de riesgo ajeno a la problemática argentina: la crisis financiera de las subprime en EE.UU., la más grave desde los años 30.
Esta situación encontró a Argentina en mejor posición gracias a sus reservas y a su aislamiento de la comunidad financiera internacional por ser un país defaulteado, con lo cual el impacto de la debacle mundial fue menor. “Sin embargo, a pesar de que la Argentina tiene poco contacto con el escenario internacional, hay muchas expectativas negativas que no se condicen con los datos reales”, remarcó.
Por último, el experto se manifestó a favor del control de precios por parte del Gobierno porque “el Estado tiene que saber qué pasa con los precios, como ocurre en la mayoría de los países desarrollados”, aunque advirtió que salvo en casos de extrema gravedad, “lo que no debe hacer es administrar los precios: no le puede decir a una empresa a cuánto vender su producto”. Y el peor de los escenarios, agregó, es que el Gobierno administre sin controlar.
Para Dvoskin, el enemigo número uno en Argentina sigue siendo la falta de una estrategia definida en cuanto a qué país quiere ser, o en otras palabras, determinar si apunta a ser un productor agrícola que venda commodities al mundo, si prefiere ser una nación agroindustrial, o si en cambio pretende posicionarse en la tecnología. “En Argentina esta decisión no se toma sino que se prefiere dar un poco a cada sector con lo que siempre terminamos con una inflación más alta, y no se sabe qué sector es el que va a pagar el financiamiento del crecimiento”, finalizó.
El experto hizo un repaso de los logros del gobierno de Néstor Kirchner hasta mediados del año 2007, referidos fundamentalmente al crecimiento económico promedio de 8% anual. Si bien aclaró que gran parte de ese avance se explica en que partió de un piso muy bajo –el de la crisis de principios de 2002-, lo concreto fue que la mejora de la actividad llegó a los máximos de los años 90. Otras fortalezas fueron el aumento de las exportaciones, la inflación por debajo de la banda de 10% y el sostenimiento del superávit fiscal, aunque todo estuvo sustentado en un tipo de cambio alto, que a la larga conlleva un deterioro inevitable del salario real. Es decir, “no hubo una gran ingeniería económica”, determinó el economista, pero hasta ahí no hubo quejas porque este esquema posibilitaba aumentar el consumo, las reservas y la inversión, si bien el incremento de esta última sin duda no alcanzó para soportar el auge del consumo, expuso.
“Ahí aparece el desafío de conjugar el sostenimiento de ese crecimiento con la estabilidad de precios y con la distribución del ingreso”, dijo el economista, y en este sentido es evidente que algo faltó a la gestión gubernamental. A partir de inicios de 2007 apareció en escena la inflación y desde ese momento los precios se colocaron como el eje de la temática económica argentina. También en ese entonces comenzó el deterioro del tipo de cambio ya que el peso argentino se devaluaba implícitamente frente al euro y el real, dos monedas decisivas para el comercio exterior del país. “Un segundo factor –recordó el experto- fue que la capacidad de producción de la industria llegó a su límite y se hizo necesario aumentar el nivel de inversión”, pero es apenas evidente que tales inversiones privadas no llegaron en la proporción necesaria, fundamentalmente por la falta de señales claras y reglas de juego creíbles por parte del Gobierno. Esa falta de certidumbre, común denominador de los sucesivos gobiernos que ha tenido la Argentina, es la misma traba que hoy pone en duda el éxito del programa de incentivos para la repatriación de capitales que están lanzando la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
“Un tercer elemento que irrumpió, por el que sí responsabilizó al Gobierno actual, fue la puja por la distribución del ingreso –consideró Dvoskin - Cuando esta situación se da el gobierno tiene la obligación de actuar para propiciar un acuerdo y la realidad es que en este caso, no participó del proceso y si no hay nadie que articule, es lógico que los distintos sectores sigan pidiendo una mejora económica”.
En cambio, el escenario de 2008 presentó diferencias sustanciales que hizo que la preocupación por la inflación quedara desplazada del centro de atención, primero por la crisis con el campo y luego por la recesión debido a la crisis internacional. “En primer lugar, al comenzar el año el Gobierno empezó a no cumplir con el compromiso clave con el que asumió la Presidenta, que era hacer un acuerdo social, que a su vez era la forma para resolver la puja distributiva y el problema de la inflación”, sostuvo. Luego sobrevino la resolución 125 que impuso retenciones móviles a la soja, el girasol, el maíz y el trigo para aprovechar el espectacular incremento de los precios internacionales, desatando una huelga agraria de más de cien días. “Ya hacia febrero de 2008 se daba el fenómeno de que, pese a los buenos indicadores macroeconómicos de la Argentina, existía la sensación de que todo empezaba a ir mal”, resaltó Dvoskin.
Finalmente, el voto en contra de la resolución por parte del vicepresidente Julio Cobos congeló el conflicto con los productores agropecuarios, y calmó los ánimos hasta que apareció otro frente de riesgo ajeno a la problemática argentina: la crisis financiera de las subprime en EE.UU., la más grave desde los años 30.
Esta situación encontró a Argentina en mejor posición gracias a sus reservas y a su aislamiento de la comunidad financiera internacional por ser un país defaulteado, con lo cual el impacto de la debacle mundial fue menor. “Sin embargo, a pesar de que la Argentina tiene poco contacto con el escenario internacional, hay muchas expectativas negativas que no se condicen con los datos reales”, remarcó.
Por último, el experto se manifestó a favor del control de precios por parte del Gobierno porque “el Estado tiene que saber qué pasa con los precios, como ocurre en la mayoría de los países desarrollados”, aunque advirtió que salvo en casos de extrema gravedad, “lo que no debe hacer es administrar los precios: no le puede decir a una empresa a cuánto vender su producto”. Y el peor de los escenarios, agregó, es que el Gobierno administre sin controlar.
Para Dvoskin, el enemigo número uno en Argentina sigue siendo la falta de una estrategia definida en cuanto a qué país quiere ser, o en otras palabras, determinar si apunta a ser un productor agrícola que venda commodities al mundo, si prefiere ser una nación agroindustrial, o si en cambio pretende posicionarse en la tecnología. “En Argentina esta decisión no se toma sino que se prefiere dar un poco a cada sector con lo que siempre terminamos con una inflación más alta, y no se sabe qué sector es el que va a pagar el financiamiento del crecimiento”, finalizó.
SM