Chile, América Latina y la(s) vuelta(s) de la derecha
Tras cuatro gobiernos consecutivos y veinte años de gestión, la exitosa experiencia de la Concertación chilena ha sufrido un proceso natural de desgaste que le ha permitido a la derecha de ese país acceder democráticamente a la presidencia por primera vez en cincuenta años.
El triunfo de Sebastián Piñera representa algo más que el fin de una etapa en la historia política de Chile, ya que refleja nuevas dinámicas que estarían surgiendo en el escenario latinoamericano en la década del bicentenario.
En primer término, deja en evidencia que “la derecha ha regresado”. Tras una década de victorias electorales de las opciones de izquierda (el ya famoso “giro a la izquierda” latinoamericano) los triunfos de Ricardo Martinelli en Panamá, Porfirio Lobo en Honduras y Sebastián Piñera en Chile evidencian que la relativa homogeneidad ideológica que imperó en la región comienza a debilitarse. En este contexto, las próximas elecciones en Costa Rica, Brasil y Colombia durante el 2010, y de Perú, Argentina, Guatemala y Nicaragua en 2011, podrían derivar en una ampliación del listado de gobiernos ubicados a la derecha del espectro político subcontinental.
Sin embargo, este incipiente “giro a la derecha” debe ser analizado con prudencia. Las opciones de esta tendencia que han alcanzado el poder –o aquellas que están en condiciones de alcanzarlo en el mediano plazo-, no pueden ser evaluadas bajo los mismos parámetros. Comparar el triunfo de la derecha hondureña -cuestionado internacionalmente por las circunstancias anómalas en que se suscitó- con la transparente elección que llevó a Piñera al poder en Chile, sería una señal de escasa seriedad intelectual o de excesiva intencionalidad política.
Dentro de las reglas de la democracia, la alternancia en el poder es una posibilidad real e incluso un signo de madurez institucional. Partiendo de esta premisa, podríamos agrupar a los estados latinoamericanos en dos categorías: por un lado, aquellos países en donde la alternancia entre gobiernos de diferente signo puede darse de modo natural y poco traumático (democracias “armónicas”), y por otro, aquellos en los cuales dicha alternancia representa un quiebre o trauma para todo el sistema político (democracias “estresadas”).
En el primer grupo ubicaríamos en la actualidad a Uruguay, Brasil y Chile. En estos países, más allá de las lógicas diferencias partidarias, existen “políticas de Estado” aceptadas por los principales actores del sistema político (de izquierda y de derecha). Estos acuerdos básicos permiten que la alternancia en el poder no genere incertidumbre en la ciudadanía, en las clases dirigentes, en los inversores económicos y en la comunidad internacional. El “borrón y cuenta nueva” no es una opción lógica ni viable en estos tres estados sudamericanos.
En estos países, el electorado suele inclinarse por el candidato que más represente sus intereses y preferencias sin aferrarse a una lógica de disciplina ideológica/partidaria. La experiencia reciente demostraría esta afirmación: en Chile y Brasil, la altísima popularidad de los presidentes Bachelet y Lula da Silva no logró ser capitalizada por los candidatos oficiales y el electorado se inclinó hacia las propuestas opositoras. Eduardo Frei ya fue derrotado y Dilma Rousseff cuenta con la mitad de la intención de voto que su rival José Serra. En Uruguay, en cambio, el electorado apoyó al candidato oficial José Mujica, aunque un eventual triunfo del opositor Luis Alberto Lacalle no hubiera generado demasiados cambios en la orientación de las principales políticas uruguayas.
Los fantasmas de la “derecha reaccionaria” y de la “izquierda castrocomunista” ya no asustan a las mayorías uruguayas, chilenas y brasileñas.
Democracias estresadas
La posibilidad de alternancia “armónica” es la excepción más que la regla en América Latina. En numerosos países, la alternancia entre gobiernos de signo contrario implicaría cambios de orientación profundos en las políticas públicas. Por esta razón, muchas administraciones que hoy detentan el poder, procuran “aferrarse” al mismo, no solo para profundizar su proyecto de país, sino también para evitar que dicho proyecto sea literalmente “barrido” por las administraciones posteriores de signo contrario.
La herramienta más usual para el logro de estos objetivos es extender las posibilidades de reelección más allá de lo que determinan las leyes internas vigentes. Esta táctica no respeta ideologías: Uribe y Chávez son los ejemplos más elocuentes de esta tendencia.
Los niveles de “estrés por posibilidad de alternancia” son variables. Colombia, Venezuela, Ecuador y Bolivia se presentan actualmente como los casos más extremos. En todos estos países un eventual triunfo de la oposición (la izquierda en Colombia y la derecha en el resto) podría significar un golpe mortal para los proyectos de los actuales mandatarios.
Estos gobernantes -Uribe, Chávez, Correa y Morales- se encuentran embarcados en procesos de “refundación” de sus estados. Los argumentos difieren en cada caso: terminar una guerra de cuarenta años contra el “narcoterrorismo”, instaurar el “socialismo del siglo XXI” o conformar “estados plurinacionales” de raigambre indígena. En todos los casos las “políticas de Estado” se equiparan con las “políticas de gobierno”.
Hasta la fecha las mayorías electorales han acompañado estos procesos. Sin embargo, la posibilidad de desgaste de la confianza ciudadana y las constantes amenazas internas y/o externas a la viabilidad del proyecto político –sean estas reales o ficticias-, elevan los niveles de “estrés por posibilidad de alternancia” a límites extremos que solo descienden frente al debilitamiento de las opciones opositoras. Un debilitamiento que suele ser buscado con ahínco por los gobiernos en cuestión.
En otros países como Perú, Argentina, Paraguay o México, encontramos casos intermedios. Si bien no puede hablarse de la existencia de “políticas de Estado” consensuadas por las principales agrupaciones políticas, existen coincidencias mínimas –generalmente tácitas- sobre el rumbo del país. En estas naciones, una alternancia de gobiernos de signo contrario (aquí no es tan clara la diferenciación entre izquierda y derecha) implicaría también cambios considerables sobre las políticas actuales. Sin embargo, más allá de las descarnadas campañas electorales, de las cotidianas tensiones entre gobierno y oposición y de la agitación de fantasmas “a diestra y siniestra”, en estos países no está en juego la refundación del Estado. Los niveles de estrés por posibilidad de alternancia no alcanzan el grado de virulencia de los países antes señalados.
En conclusión, luego de una década de relativa homogeneidad ideológica se vislumbra un nuevo escenario regional caracterizado por la coexistencia de gobiernos “autoidentificados” con la izquierda y la derecha del espectro político. Como hemos señalado, no todas las derechas ni todas las izquierdas son iguales. La situación de los países frente a la posibilidad de alternancia nos permite comprender mejor el comportamiento de los mismos, más allá de los giros y las vueltas de la política latinoamericana.
*Director del Observatorio de Centroamérica del CAEI. Lic. Relaciones Internacionales (Usal) Docente universitario Facultad de Ciencias Sociales y Escuela de Estudios Orientales de la U. del Salvador.