La asociación estratégica Brasil-Unión Europea. Las líneas subyacentes
A despecho de eventuales expectativas del sector económico, el retome de las negociaciones para el acuerdo de asociación comercial entre Mercosur y Unión Europea (UE) no estuvo entre las prioridades de la III Cumbre Brasil-UE. En su análisis de la reunión, la investigadora brasileña Clarissa Dri advierte sobre los perjuicios que acarrearía a Brasil el abandono de su tradicional respaldo a América Latina.
La reunión, organizada por el Consejo Europeo, órgano representativo de los Estados de la UE, y por la Comisión Europea, institución técnica y ejecutiva del bloque, intentó dar continuidad al acuerdo de asociación estratégica entre la UE y Brasil, lanzado en 2007.
La primera cumbre, realizada en Lisboa, marcó el comienzo del acuerdo y definió prioridades vinculadas al “refuerzo del multilateralismo”: reforma de la ONU, combate a la miseria y promoción de los derechos humanos. En el final de 2008, Brasil fue la sede del segundo encuentro, marcado por los debates acerca de la crisis financiera. En esta tercera reunión, bajo el impulso de la presidencia sueca en la UE, las discusiones se centraron en cuestiones ambientales: recalentamiento climático, Amazonia y biocombustibles. Hubo también un llamado contra el proteccionismo comercial y por el reinicio de las negociaciones de Doha.
Los resultados de la reunión de Estocolmo se insertan en el contexto de una nueva orientación de la política externa de la Unión Europea, que pasó de una lógica inter-regional hacia un abordaje directamente dirigido a terceros Estados.
Desde sus orígenes, en los años 50, la Unión buscó estimular el regionalismo en el mundo, promoviendo acuerdos comerciales y ofreciendo ayuda al desarrollo prioritariamente a bloques regionales antes que a países. La tentativa de exportación del modelo europeo estuvo sustentado en dos principios. En primer lugar, existía la expectativa, entre burócratas y políticos de la UE, de que el éxito de la integración regional en Europa podría repetirse en otros lugares, trayendo desarrollo económico y consolidación de la democracia a regiones periféricas. En segundo lugar, la difusión del regionalismo podría favorecer los intercambios comerciales de la UE, que encontraría condiciones similares de organización y negociación en otros continentes.
Medio siglo después, el ejemplo europeo encuentra dificultades para reproducirse. Asia y América del Norte adoptaron proyectos más dirigidos a la liberalización comercial, mientras África y América Latina oscilan entre los obstáculos institucionales para la consolidación del regionalismo y la búsqueda de un modelo propio de desarrollo. La Unión Europea recurre entonces a un accionar más pragmático: en lugar de continuar esperando un aval conjunto de bloques regionales, comienza a desarrollar contactos privilegiados con países aislados.
Es el caso de las tratativas con Perú y Colombia, con quienes concretó la firma de un acuerdo comercial fuera del ámbito de la Comunidad Andina, o el propio caso de la asociación estratégica con Brasil.
No se trata de un abandono del ideal de las negociaciones inter-regionales, sino de una estrategia de cuño político y económico para evitar el bloqueo, a corto plazo, de interacciones consideradas relevantes. Ese tipo de acción está plenamente de acuerdo con la filosofía de apoyo a los gobiernos nacionales, adoptada por la actual Comisión Europea. Con la reconducción en la presidencia del órgano por más de cinco años, el portugués José Manuel Barroso debe mantener su línea liberal y anclada más en la lógica de una integración flexible e intergubernamental que en principios federalistas que bregan por más unión y más supranacionalidad.
En el caso de América del Sur, existen motivaciones particulares. En 2004, las discusiones relativas al ámbito comercial del acuerdo de asociación Mercosur-Unión Europea fueron suspendidas debido a desentendimientos relativos a las demandas europeas por una mayor liberalización de los sectores industriales y de servicios, por un lado, y a los pedidos del Mercosur por un aumento de cuotas para sus productos agrícolas, por otro.
En este período, se afirmaron en los gobiernos latinoamericanos fuerzas de izquierda que contrastan con el poder de los partidos de derecha en Europa, hoy dominantes en el Parlamento Europeo y también entre los Ejecutivos nacionales. Líderes como Hugo Chávez y Evo Morales son percibidos con recelo por la elite europea, que se siente más cómoda al tratar con presidentes considerados más moderados o estables, como Lula da Silva o Michelle Bachellet.
Sin un acuerdo con el Mercosur, la UE se vio impelida a ofrecer un status especial a Brasil, como forma de mantener cierta influencia en la región y así contrabalancear los ímpetus de liderazgo de Venezuela a través de la vinculación con el gobierno brasileño.
Este nuevo abordaje de la Unión Europea encontró eco en la actual etapa de la política externa del gobierno de Lula. La llegada al poder del Partido de los Trabajadores, que tiene vinculaciones históricas con otros partidos de izquierda en el continente, casi simultáneamente con las victorias electorales de Kirchner en Argentina y Vázquez en Uruguay, fue vista como una especie de preludio del refuerzo de la integración regional en el continente.
Los discursos presidenciales y la interrupción de las negociaciones relativas al Área de Libre Comercio de las Américas parecían confirmar esa tesis. Sin embargo, el gobierno brasileño no logró decidirse entre la profundización de la integración política en el Mercosur y la construcción de otras esferas de diálogo de ámbito ampliado. Sin una reforma institucional de base que permitiera darle objetivos más concretos y ambiciosos al Mercosur, nació la Comunidad Sur-Americana de Naciones, que en 2008 se transformó en Unión Sur-Americana de Naciones (Unasur). Aunque tenga un revestimiento regional, Unasur surge como un proyecto explícitamente brasileño, toda vez que el país también busca neutralizar la influencia de Hugo Chávez y afirmarse como porta-voz de la región.
Una particularidad importante de la política externa del gobierno de Lula da Silva fue la diversificación de las relaciones internacionales. Estados Unidos y Europa perdieron exclusividad con el estrechamiento de los lazos brasileños con América Latina y ciertas regiones de África y Asia. La cuestión es en qué medida este diálogo sur-sur tiende a producir formas horizontales de cooperación y, en el caso latinoamericano, la profundización de la integración regional. Si el modelo europeo no es el más adecuado para este lado del mundo, es necesario encontrar un camino propio para un real proyecto conjunto.
La construcción de una gran potencia regional no ayuda en este sentido y corresponde a la reproducción de otro modelo, más antiguo que el de la integración europea. Hace tiempo se sabe que solo hay desarrollo si hay desarrollo común: de poco sirve a Brasil dejar su tradicional posición de respaldo a América Latina para virarse de frente sobre un pedestal. Quizás la continuidad de la asociación estratégica Brasil-UE pueda reflejar esas cuestiones.
Clarissa Dri. Mestre em Direito das Relações Internacionais da Universidade Federal de Santa Catarina. Doutoranda do Instituto de Estudos Políticos da Universidade de Bordeaux.
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