La perspectiva “innoble” de la integración económica latinoamericana
La solución de la reciente crisis política y diplomática entre Colombia y Ecuador, ha demostrado que con todas sus limitaciones, el nivel de profundidad alcanzado por la integración económica entre los países andinos, constituye toda una apuesta, menos “noble” y más “vulgar” que la soñada integración política, pero sin duda mucho más efectiva y duradera.
La superación de la crisis política y diplomática entre Colombia y Ecuador, provocada por el ataque del gobierno colombiano a un puesto guerrillero de las FARC asentadas en suelo ecuatoriano, tiene diversas lecturas sobre el futuro del proceso de integración andino y, por extensión, latinoamericano. Una de estas lecturas se deja entrever de las declaraciones dadas por el presidente de Ecuador, Rafael Correa, posteriores a la crisis, en las cuales aseguraba que, más allá del conflicto político, del cual parece dar algunas pistas se mantendrá con otros mecanismos (bien lo dijo Clausewitz "la guerra es la continuación de la política por otras vías" y se podría parafrasear que la "política es la continuación de la guerra por otras vías") el intercambio comercial colombo-ecuatoriano se mantendrá, no obstante, indemne, aspirando incluso que se fortalezca. Más o menos lo mismo ha estado en la mente y en la acción inmediata de los empresarios colombianos, venezolanos y de ambos gobiernos al actuar rápidamente luego de la "solución" de la crisis en cuanto a garantizar los flujos comerciales bilaterales entre ambas naciones.
Esta realidad de insistir en garantizar el intercambio comercial tras la crisis revela, a mi manera de ver, una paradoja: el hábito sostenido de muchos políticos e intelectuales latinoamericanos de justificar y privilegiar las acciones que conlleven a una integración política por sobre la posibilidad de avanzar en la integración económica. La paradoja estriba en que la integración política suramericana, bajo cualquier parámetro de análisis medianamente objetivo, resulta, al menos en el mediano plazo, algo prácticamente inalcanzable. Por el contrario, la integración económica, con sus obstáculos y dificultades, sigue en marcha y es la cara más visible de la integración. Sin embargo, la integración económica no tiene ni de lejos el encanto que representa apostar por una posible integración política.
Esta constatación refleja que existe una suerte de animadversión en América Latina a ver futuro en la integración económica, es decir, la que se basa en intercambios, en flujos de comercio y de inversiones, cuando es ésta la que a todas luces sustenta la integración. Esta animadversión resulta curiosa si se revisa lo que ha sido la experiencia histórica de integración más exitosa: la UE, la cual enseña, inequívocamente, que ésta se apoyó en sus comienzos y se sigue apoyando (66% del total de su comercio es intra UE) en los intercambios comerciales y que ha sido este éxito precisamente el que ha impulsado los avances en los ámbitos institucionales, reforzando, entre otros aspectos, una visión compartida de desarrollo sostenible, posibilitando a territorios de España, Portugal, Grecia y ahora de los países de Europa del Este, incorporarse a la senda de convergencia de calidad de vida e ingresos de la media europea. Paradójicamente son aún los obstáculos políticos a la integración los principales retos que tiene por delante la UE del presente (y donde se observan las diferencias de fondo, como la no aprobación por parte de los franceses de la constitución europea).
En este contexto, ¿por qué no seguir profundizando y allanando el camino para fortalecer la integración económica? Es que acaso ¿la integración política sí aseguraría la integración económica? Una prueba en contrario a esta hipótesis es observar lo siguiente: a todos los efectos la integración política de los Estados Unidos funciona como una suerte de integración económica, pues la cincuentena de estados norteamericanos tiene, en la práctica, un sucedáneo de unión aduanera muy efectiva. Pero, si examinamos a los países latinoamericanos, su integración política no ha sido condición para lograr una integración económica efectiva entre sus propios territorios. Los ejemplos sobran: Santa Cruz de la Sierra está más integrada económicamente con otras regiones de Brasil y de Argentina que con el resto de los territorios de Bolivia; el estado de Nuevo León en México está más integrado con los estados del sur estaunidense que con el resto de los estados mexicanos.
Esta perspectiva innoble de la integración económica suramericana tiende a minimizar los impactos positivos (probados empíricamente) que han tenido el crecimiento de los flujos de comercio y de inversión entre los países de la región, por limitado que éste haya sido. Si los países de Suramérica no se vendieran entre ellos mismos una importante porción de su comercio exterior de manufacturas ¿Dónde las colocarían? ¿Tienen las condiciones de competitividad necesarias para saltar el "mercado natural" de estas exportaciones manufactureras y acceder a mercados más sofisticados? La respuesta en la mayoría de los casos es un rotundo no. De manera que la integración económica, al avanzar aunque sea lentamente, es la que posiblemente abrirá las compuertas a futuras integraciones políticas y sociales entre los países suramericanos.
La visión que privilegia lo político por sobre lo económico en el tema de la integración hunde sus raíces en un inconsciente colectivo que sigue nutriéndose, por extraño que parezca, de la epopeya independentista, la cual sigue siendo percibida como una gesta heroica inigualable. Se debe subrayar lo de inigualable en el sentido que esta internalización colectiva viene a decirnos que nada ni nadie de estas tierras podrá igualar tal gesta heroica, lo cual ha colocado por dos siglos a los gestores de esta épica en un limbo inalcanzable, a la altura de los dioses (no por nada los héroes venezolanos con Bolívar a la cabeza se encuentran en un magnifico "Panteón").
De este razonamiento se sigue que los gestores empresariales, es decir, todo aquel empresario de estas tierras que se arriesga a invertir y a producir para exportar así sea entre sus vecinos, no sólo no recibe el apoyo público e institucional debido (logístico, infraestructura) y antes más bien se obstaculiza su faena (con medidas para-arancelarias o impuestos confiscatorios), sino que también carga con el estigma de representar lo negativo de la integración: el lucro, la ganancia, la ambición, por contra al sueño de nuestros libertadores, la integración buena, la noble: la integración política.
La solución de la reciente crisis política ha demostrado, paradójicamente, que, con todas sus limitaciones, el nivel de profundidad alcanzado por la integración económica entre los países andinos ha estado en capacidad de permeabilizar una crisis cuyo contenido ideológico nacionalista bien puede seguir siendo un señuelo y un atajo para ser aprovechado por gobernantes “populistas”, pero está condenada a fracasar frente a la apuesta por una integración económica probablemente menos noble y más vulgar que la soñada integración política, pero sin duda mucho más efectiva y duradera.
* Titular del curso La Comunidad Andina de Naciones para el Master en Integración económica global y regional de la Universidad Internacional de Andalucía.