¿Un nuevo amanecer para la UNASUR?
La acción conjunta y coordinada del anuncio del retorno de Argentina y Brasil a la Unión de Naciones Sudamericanas, fue pensada como un mensaje de la voluntad de ambos países de volver a construir un ámbito que había logrado constituirse como un referente de la idea de una región autónoma. Y que expresaba aquello que, a comienzos de la década del 2000, se definió como la oleada progresista.
Esta acción conjunta en torno al retorno a la UNASUR realizada la semana pasada, aunque simbólica - ninguno de los dos países había denunciado el acuerdo con los pasos parlamentarios necesarios y abandonado formalmente el organismo-, no deja por ello de ser de suma importancia. En el caso brasileño, se trató de la ratificación por parte de Lula del Tratado Constitutivo del bloque. En el caso argentino, de una comunicación de la voluntad de volver a activar su membresía.
Ambas acciones fueron pensadas como un mensaje de la voluntad de ambos países de volver a construir un ámbito que había logrado constituirse como un referente de la idea de una región autónoma y que expresaba aquello que, a comienzos de la década del 2000, se definió como la oleada progresista.
Tras esta primera aproximación a los acontecimientos, más cercana al ámbito de la construcción discursiva y de sentido, discurren otras miradas e interrogantes que vale la pena puntualizar. El primer punto es preguntarse sobre por qué esto ocurre ahora, y el segundo, analizar en qué forma se podrá pensar la reconstrucción de la UNASUR en el nuevo contexto mundial y regional, y cuáles serían sus agendas.
La temporalidad del anuncio en Brasil tiene una razón evidente, ya que se explica por la presencia de Lula al frente del gobierno. Sin embargo, para el caso argentino, el gobierno antes que estar dando sus primeros pasos, se acerca a su culminación. Entonces, ¿por qué no se planteó antes su “reingreso”? Se podrá argumentar que juntos se logra mayor impacto y más fuerza, lo cual es cierto. Pero el punto que buscamos poner sobre la mesa es que no existe UNASUR sin Brasil, porque de hecho la idea misma de la construcción política de Sudamérica fue, es y posiblemente será, una prioridad casi exclusiva de dicho país.
Sudamérica como expresión política no reconoce antecedentes más allá de comienzos del siglo XXI. Un rápido recorrido histórico nos pone en presencia de ideas hispanoamericanistas o latinoamericanistas basadas en la herencia común o el lugar subordinado frente a las potencias, o miradas más “vecinalistas” como la lógica andina o del Cono Sur. Pero la idea sudamericana está ausente ya que es difícil distinguir tanto por herencia común, como por ubicación económica a Colombia de México, o a Ecuador de Costa Rica, así como también es difícil vincular a Bolivia con Surinam o a la Argentina con Guyana.
Será Brasil a partir de los años ’90 cuando en virtud de su crecimiento económico y su alejamiento de su alianza histórica con los Estados Unidos, comience a delinear esta nueva entidad política que define su área de interés principal al tiempo que evita confrontar con los Estados Unidos en lo que estos consideran su “patio trasero”: Centroamérica. Así ya en el año 2000, en el marco del debate sobre el ALCA, el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso lanzó el Área de Libre Comercio Sudamericana (ALCSA), para luego ser transformado en el marco de la primera presidencia de Lula en la Comunidad Sudamericana de Naciones (CSN) que nace herida de muerte en 2004 ante el rechazo argentino, la cual queda plasmada por la ausencia de Néstor Kirchner en su conferencia inaugural.
Finalmente, en 2008, tras la mediación de Venezuela y nuevas necesidades en materia energética, tomó fuerza la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) cuyo tratado fue firmado en Brasilia, pero cuya conducción política quedaría, en virtud de los acuerdos, en manos argentinas.
La resistencia argentina se basaba en la negativa, más allá de cuestiones más mundanas de la política regional, de aceptar a Sudamérica como espacio de debate, abandonando las lógicas más tradicionales como el espacio latinoamericano y sobre todo subordinando al MERCOSUR, donde la Argentina tenía un rol protagónico en la relación con la potencia emergente regional.
Este recorrido histórico nos permite además entender las razones de la caída en desgracia de UNASUR en años pasados. No fue su extrema ideologización, como fue denunciado, ni sólo las diferencias en torno a la posición sobre Venezuela, sino sobre todo la renuncia del Brasil de Bolsonaro a sostener un mínimo de coherencia en relación a la política exterior del país, la cual sostenía no solamente una dimensión política (Brasil como actor global), sino también económica como claramente lo muestra el impulso de sus mayores empresas (Odebrecht, Camargo Correa, etc.) a partir de la Iniciativa de Infraestructura Sudamericana (IIRSA), llevada adelante en la UNASUR en el marco del Consejo Sudamericano de Infraestructura y Planificación (COSIPLAN).
Es decir que este retorno a la UNASUR expresa la recuperación de estos valores por parte del gobierno de Lula. Sin embargo, el mundo y la región en 2023 no es el mismo que en 2015 y obligará a construir nuevos consensos y agendas para poder poner esto en marcha.
En primer lugar, un primer desafío será repensar la cuestión de la sede, ya que el imponente edificio construido en Quito ha perdido su condición de hogar del organismo. En todo caso un tema menor. Lo que sí es más importante es lograr la reconexión entre los gobiernos regionales que aún con una aparente mayor coherencia ideológica que en el pasado (a excepción de Ecuador y Uruguay, y con la salvedad de la crisis peruana, todo el resto de los gobiernos pueden ser definidos como progresistas), no han logrado poner, quizás por falta de liderazgo, un nuevo horizonte común para sus pueblos.
En este sentido, Lula parece decidido a volver a ocupar ese lugar con una agenda similar a la del pasado. En su reciente viaje a China, Lula dijo: “La integración de América Latina y el Caribe, y especialmente de América del Sur, es una gran prioridad para nosotros. Pero no hay integración regional posible si no hay carreteras, ferrocarriles, líneas de transmisión, telecomunicaciones y conexiones aéreas y marítimas que unan a nuestros países”. Y agregó: "una integración efectiva necesita una base material. China puede desempeñar un papel muy positivo en la integración de las infraestructuras de la región".
Quizás este recostarse en China proviene de una lectura de lo sucedido en el pasado, cuando entre otras razones, la búsqueda de expandir sus propias empresas a nivel regional en materia de infraestructura a partir de la UNASUR lo hizo colisionar con los intereses de las empresas estadounidenses. Hoy, quizás más debilitado luego del Lava Jato, la apuesta es a crecer protegido por nuevos socios.
Así queda de relieve una de las agendas principales que se buscará recuperar. Sin dudas otra será la agenda de salud luego de la estrepitosa ausencia de espacios de coordinación regionales durante la pandemia. En ese ámbito la UNASUR, con su Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud (ISAGS) había dado grandes pasos que lamentablemente fueron abandonados en el momento que más falta hicieron.
La tercera, es la económica financiera. Descartado el Banco del Sur, al menos en su primer intento, surge con fuerza la idea de la moneda común o al menos una moneda de intercambio. También Lula se refirió a este punto en China al asistir a la asunción de Dilma Rousseff al frente del Banco de los BRICS “Me pregunto todas las noches: ¿por qué todos los países están obligados a comerciar en dólares?". ¿Por qué no podemos comerciar en nuestra propia moneda? ¿Por qué no apostamos por la innovación?".
Finalmente, se abre un signo de interrogación sobre una agenda donde la UNASUR había sido pionera, como lo fue la de defensa sudamericana, cuyo objetivo prioritario había sido construido en torno de la defensa de los recursos naturales.
Evidentemente, una agenda central en un mundo donde, a diferencia de años atrás, los principales jugadores tienen su mirada puesta en el subcontinente y disputan palmo a palmo su influencia en la región. Por ello, plantear nuevamente un espacio común con una agenda como la marcada, obliga a un fuerte compromiso del conjunto de los países, y a un liderazgo legitimado para llevar adelante esta iniciativa. Lula parece haber emprendido ese camino con el acompañamiento actual de la Argentina.
Queda por esperar la mirada del resto de los países y también qué es lo que pasará en la Argentina a fin de año. Pero al menos, hoy en día, poner en marcha este camino es volver a pensar un proyecto de desarrollo con la región como bandera. Y eso ya es un elemento suficiente para celebrar.
*Damián Paikin es Director del Centro de Estudios en Ciudadanía, Estado y Asuntos Políticos (Facultad de Ciencias Sociales/UBA) www.ceap.sociales.uba.ar