¿Un viaje a ninguna parte?
El triunfo de Donald Trump en la elección norteamericana llega en un momento en el cual la política externa argentina estaba experimentando cambios.
La administración de Mauricio Macri hablaba de un giro de 180 grados con respecto a la gestión anterior, sobre todo en la relaciones con las potencias tradicionales (Estados Unidos y Europa Occidental).
En los momentos iniciales existieron gestos fuertes en esa dirección: la visita al foro de Davos en febrero de 2016 y el arreglo de los juicios en Nueva York con los holdouts en abril que fueron reforzados por la llegada de líderes europeos en el verano porteño, como también la de Barack Obama, que fueron tomadas por el gobierno, como un apoyo explícito a la nueva estrategia internacional argentina.
En el mismo sentido, la política externa fue definida por el Presidente en su visita a las Naciones Unidas como el desafío de “adaptarnos a las nuevas realidades de la interdependencia mundial.” Esta evidencia cuál es su percepción de esta tarea, asumiendo un rol pasivo y no interactuando con él, salvo como mero espectador. Como acertadamente indicó Juan Carlos Puig, tanto la infra valoración como la sobre valoración de los márgenes reales de autonomía, llevan a costos en la búsqueda del bienestar de la población. Además la precepción de la “interdependencia mundial” está marcada por percibir al mundo como homogéneo y liderado por una tríada Estados Unidos, junto a Europa Occidental y Japón, cuando en realidad existe una bifurcación a partir del crecimiento chino.
El triunfo de Donald Trump no varía esta situación estructural, sino que éste sería instrumental, hacia una política más proteccionista y unilateral que afectará aún más a la alianza occidental. El Mercosur, principal instrumento de inserción internacional de la Argentina posterior a la crisis de 2001, está reducido a ser la puerta de acceso a la Unión Europea y a la Alianza del Pacífico.
Inicialmente, el gobierno tuvo la creencia que el acercamiento a la Alianza del Pacífico, marcaría una ruptura con el pasado, y que el modelo económico de sus países miembros sean espejos en los cuales mirarse, como economías abiertas, receptoras de flujos de inversiones que potenciarían exportaciones, pero no atento a la estructura diversificada de nuestra economía. Este camino hacia el Pacífico, junto con el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea, está pensado como la primera estación de un recorrido que tendría como punto final la firma del TTP y del TTIP.
Pero esta estrategia resultaba engañosa, ya que sería como subirse a un tren sin locomotora, ya que excluye al principal motor de la economía mundial (China), al margen de tener que sumarnos a un tratado cuyas normas fueron discutidas previamente, con lo cual sólo quedaría adherir y que expresan el interés de Washington, según lo expresado por el Presidente Obama.
Pero con los republicanos en la Casa Blanca esas estaciones de llegada parecen esfumarse, y obligará a un serio replanteo de la estrategia de inserción argentina, ya de por sí más cargada de fantasías que de realidades. Esos giros constituyen un test sustancial para la capacidad de “adaptación” de la política externa argentina, ya que el mayor unilateralismo deja poco lugar a la estrategia de cooperación ensayada en las agendas de seguridad (terrorismo y narcotráfico) y económica (apertura, desregulación y reendeudamiento), ya sea porque las herramientas mudan o porque mudan radicalmente los objetivos del hegemón.
Ya resultaba bastante complicado empujar un vagón sin locomotora, para que ahora además esté desapareciendo la estación de llegada; es hora de mirar con claridad lo que está aconteciendo y aprovechar positivamente las oportunidades que otorga el mundo para llegar a un buen puerto.
Alejandro Simonoff, Coordinador del CeRPI IRI – UNLP 2016