América Latina y los Estados Continentales en el Sistema Mundo

“La realidad es que formamos una Nación, sólo que fragmentada, pero en trance necesario de una nueva conjugación con el UNASUR, hacia el impostergable doble salto de Estado-ciudad a Estado-continental”, señala el profesor Barrios en la nota que se reproduce a continuación en relación con la conformación del nuevo espacio latinoamericano.


Immanuel Wallerstein utiliza como núcleo transversal de las ciencias sociales el concepto de sistema histórico. Son sistemas porque se componen de partes interrelacionadas que forman un todo único, pero también son históricos en el sentido de que pertenecen, se desarrollan durante un cierto tiempo y después entran en decadencia. Podemos señalar las cuatro formas fundamentales que pueden adoptar el cambio social: transición, incorporación, ruptura y continuidad.

Independientemente de la teoría social histórica de Wallerstein y las coincidencias o no, lo central es que devuelve la historia y la geografía a las ciencias sociales, el propio Wallerstein se refiere a las realidades espacio-temporales como sistema mundo. (1)

Al abrirse el siglo XX, el geógrafo ingles Halford Mackinder señalaba en una notable conferencia de enero de 1904 que habíamos llegado al fin de un periodo de cuatro siglos al que llamaba “época colombina”, la era de formación unificada del sistema mundo abierto por Castilla y Portugal, cuando iniciaron la navegación oceánica en el 1500.

Desde el 900 el mundo es un sistema. Se trata de la segunda fase o periodo del sistema-mundo.
En adelante hay definitivamente una sola historia, donde todo repercute en todo.

De este modo, lo que ante todo importa es determinar, desde una reinventiva geopolítica del siglo XXI, las fases globales del único sistema mundo en proceso, del que todos somos parte y donde no hay mas comprensión de si mismos sin el horizonte de la situación especifica del sistema mundial. Eso es la originalidad que inaugura el siglo XX, que puede hablar así de guerras mundiales.

La era colombina es la de los grandes imperios marítimos coloniales dispersos en la ecumene, imperios de gran heterogeneidad en su constitución.

Pero el siglo XX cerraba el primer periodo del sistema mundo y con él la era de los imperios marítimos coloniales que terminaron con la descolonización.

La era final de los imperios coloniales se superponía a la era de los Estados continentales industriales, segundo periodo del sistema mundo. Solo luego de la segunda guerra mundial se afirmó la bipolaridad dominante y determinante de EE.UU. y la URSS y muere la era talasocrática y sus potencias ahora en medianía.

Esta situación se complejiza con el surgimiento de innumerables Estados-nación, que solo tenían de estos el nombre y peor aun, ya en la era de los Estados continentales se creó una confusión teórica y practica de los actores en el sistema mundo.

Sin embargo, la idea de la nueva centralidad histórica, reiteramos, del sistema mundo no ingresó en toda su profundidad en la ciencia política ni en las relaciones internacionales, solo se habla “vagamente” de “superpotencias” sin explicar los nuevos significados y los nuevos paradigmas históricos que se alcanzaban irreversiblemente.

En nuestro tiempo político, sin la idea de Estado-Nación nada se entiende. Pero con la sola idea de Estado-Nación tampoco nada se entiende. Una idea que sirve para todo corre el riesgo de terminar no sirviendo para nada, de ahí la necesidad de clarificar.

¿Qué rasgos tiene entonces el tercer periodo del sistema mundo que se abre en nuestros días? ¿Qué características principales tiene esta nueva fase?

En resumen, si el segundo período del sistema mundo fue el surgimiento del Estado continental industrial moderno y la lucha de los primeros – EE.UU. y la URSS- como ultima fase de la hegemonía de occidente, el tercer periodo en el que entramos en el siglo XXI es el de los Estados continentales industriales agrupados en grandes círculos culturales.

Ante todo lo expuesto hasta el momento surgen en forma lógica una serie de interrogantes ¿Cómo ubicamos a la Argentina? ¿Los Estados que conforman parte de América Latina son Estados Nación como sugieren sus nombres? ¿El Estado continental es una posibilidad concreta o posibilidad remota? ¿Los Estados latinoamericanos poseen márgenes de viabilidad o recursos de soberanía en el sistema mundo del siglo XX?

En realidad la independencia significó nuestra fragmentación.

La América Latina (ibérica o hispánica en su sentido original) formó un circuito cultural que culminó con la alianza peninsular de España y Portugal entre 1580-1640.

La independencia nos fragmentó en Estados-ciudades que encabezan la periferia agraria de la división internacional del trabajo.

San Martín, O` Higgins y Bolívar lucharon no por la unidad sino para que no nos dividamos.

Excepto Brasil que conservó su unidad como consecuencia de su alianza con Inglaterra a principios del siglo XIX, en la América hispánica nacen Estados portuarios disfrazados jurídicamente de Estados Nación.
El sistema mundo en bifurcación de un orden unipolar a uno multipolar nos encuentra en la transición de las veinte ciudades-estados al Estado continental del siglo XXI.

La generación del ´900 latinoamericana con el uruguayo Rodó, el argentino Ugarte, el venezolano Blanco Fombona, el chileno Jayme Eyzaguirre y el peruano García Calderón, entre otros intentaron pensar nuestra unidad en el apogeo de las repúblicas insulares del orden conservador en la Argentina, del porfiriato en México o de la república vieja en Brasil, ya alejado del imperio inglés.

Querían la Patria Grande o sea un Estado continental. José Marti a su vez pensaba que en Cuba no solamente se peleaba contra el imperio español sino que allí también se daba la lucha por la segunda independencia contra la irrupción estadounidense sobre el conjunto de América Latina. Eso solamente era posible con una América Latina unida, sosteniendo a Cuba en la frontera decisiva del nuevo imperio anglosajón.
¿Cuál es el dilema contemporáneo?

La lucha que abren Rodó, Ugarte, Blanco Fambona, Jayme Eyzaguirre, García Calderón, Vasconcelos, etc., la gran generación del 900, a la que sigue el APRA de Víctor Raúl Haya de la Torre, se continua con Juan Perón, Getulio Vargas y Carlos Ibáñez (con su asesor Felipe Herrera) y culmina con el proceso de integración que se abre en la segunda mitad del siglo XX en América Latina.

Porque las tres dimensiones de los movimientos nacionales populares son inseparables. Son democratización, industrialización e integración. No hay democratización verdadera sin industrialización, ni hay industrialización sin las dimensiones del mercado que solo es posible a través de la integración.

Juan Domingo Perón ve el núcleo de la integración de América Latina en la unidad de América del Sur y, a su vez, en el núcleo de América del Sur, que es la alianza argentino-brasileña.

La realidad es que formamos una Nación, solo que fragmentada, pero en trance necesario de una nueva conjugación con el UNASUR - a través del que cobra fuerza el Consejo Sudamericano de Defensa - hacia el impostergable doble salto de Estado-ciudad a Estado-continental.


Bibliografía

1) Wallerstein, Immanuel (1996). Abrió las ciencias sociales. México. Siglo Veintiuno.


* Miguel Ángel Barrios es doctor en Ciencias de la Educación. Universidad Tecnológica Intercontinental. UTIC. Asunción, Paraguay; doctor en Ciencia Política. Universidad del Salvador. Bs. As., Argentina; diploma en Relaciones Internacionales. Escuela Complutense Latinoamericana. Universidad Complutense de Madrid, España; director académico de la Escuela de Politicas Públicas de la Fundación Democracia del Circulo de Legisladores del Congreso de la Nación.

Miguel Angel Barrios