El futuro del Mercosur
La idea de motorizar al Mercosur a través del relacionamiento externo revela que, más que fortalecer el mercado regional, la prioridad de los gobiernos conosureños parece estar en atraer inversiones e incrementar el comercio con otras regiones. En este sentido, resulta significativo que luego del anuncio casi todos los funcionarios nacionales omitieran mencionar cómo es que el acuerdo va a impactar en la integración entre los países del Mercosur y se hayan concentrado, en cambio, en resaltar los efectos sobre las economías nacionales y su vinculación con el mercado europeo, señalan Alejandro Frenkel y Luciana Ghiotto, en un trabajo de reciente publicación.
Algunas de las conclusiones sobre el acuerdo y sus consecuencias específicas para el Mercosur en tanto bloque regional, son enumeradas por los autores en el desarrollo de una nota que se reproduce parcialmente.
“En primer lugar, lo que revela el tratado es que el organismo sigue siendo una herramienta importante en la estrategia externa de los países miembros, aun cuando, en el principio de su mandato, el gobierno de Jair Bolsonaro expresó que el Mercosur no iba a ser una prioridad para el país verdeamarelo. A su vez, su potencial concreción pone de manifiesto lo inconveniente que resulta hablar de una «crisis del Mercosur», algo que, paradójicamente, vienen sosteniendo tanto los sectores proteccionistas como los liberales. Los primeros afirman que la crisis es el resultado de haber abandonado una visión autonómica de la integración; los liberales, por su parte, alegan que la parálisis del bloque se debe a años de aislamiento internacional y escasos avances en el comercio intrarregional.
“En todo caso, el acuerdo con la UE refleja que los sentidos y los objetivos del regionalismo son construidos y redefinidos en función de diferentes contextos e intereses. Puede que la retórica integracionista de la «patria grande», basada en un pasado y una identidad común haya desaparecido, pero ello no significa que el regionalismo haya perdido relevancia para los gobiernos sudamericanos. La pregunta que debe hacerse, en todo caso, es qué tipo de regionalismo se privilegia en este momento. En este sentido, lo que devela el acuerdo es una apuesta por emparentar al Mercosur con el llamado «regionalismo del siglo XXI». Es decir, transformar al bloque en una plataforma de inserción en el mercado global. Pero no para ocupar un lugar privilegiado en las cadenas globales de valor sino más bien como una periferia orientada a la provisión de bienes primarios, consumidores y mano de obra barata.
“El acuerdo parece definir el dilema de hacia dónde reorientar el Mercosur en términos institucionales. Durante la década pasada, los gobiernos de la marea rosa buscaron acentuar el carácter político del bloque y apostaron por una integración más multidimensional. En los últimos años, sin embargo, viene primando la idea de «flexibilizar» el Mercosur. Esto es, asimilarlo con otros esquemas regionales como la Alianza del Pacífico, otorgar mayores libertades a los países miembros para avanzar en estrategias individuales y privilegiar un regionalismo fuertemente economicista. De hecho, aun cuando las negociaciones se hicieron de manera conjunta, la idea de avanzar individualmente en múltiples velocidades no ha sido totalmente descartada. Al menos para el gobierno brasileño, que según la prensa de ese país considera incluir una «cláusula de vigencia bilateral» que permitiría que el tratado entre en vigor aun en caso que los demás parlamentos retrasen o directamente rechacen su aprobación.
“En tercer lugar, la idea de motorizar al Mercosur a través del relacionamiento externo revela que, más que fortalecer el mercado regional, la prioridad de los gobiernos conosureños parece estar en atraer inversiones e incrementar el comercio con otras regiones. En este sentido, resulta significativo que luego del anuncio casi todos los funcionarios nacionales omitieran mencionar cómo es que el acuerdo va a impactar en la integración entre los países del Mercosur y se hayan concentrado, en cambio, en resaltar los efectos sobre las economías nacionales y su vinculación con el mercado europeo.
“En cuarto lugar, para los gobiernos del bloque, especialmente de Argentina y Brasil, esta renovada «integración» al mercado global implica una drástica reestructuración de las estructuras productivas nacionales, quitando las protecciones a los sectores «ineficientes» de la economía en pos de bajar los costos de producción y aumentar la competitividad, aun cuando ello implique pulverizar buena parte de su sector industrial. Ese es, en realidad, el efecto de los TLC: operar como una suerte de corset externo que presiona a los Estados a implementar reformas domésticas que alteren la relación entre capital y trabajo, inclinando la balanza en favor de los actores económicos y financieros trasnacionales que promueven una mayor desregulación del mercado laboral.
“Por último, la firma del acuerdo parece marcar un rumbo más claro sobre la estrategia externa del bloque. Por más que se hable de futuros acuerdos con Canadá, Corea o Singapur, todo indica que el próximo tema de discusión entre los países del Cono Sur será si se concreta un TLC con China o Estados Unidos. Uruguay, incorporado el año pasado a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, viene pugnando por hacerlo con el país asiático, aunque primero habría que resolver el veto de Paraguay por su relación con Taiwan. Argentina y Brasil, los más alineados con Washington, proponen avanzar en un tratado con el país del norte. Y es probable que Trump, a pesar de su retórica contraria al libre comercio, no quiera dejar la región en manos de China y Europa”, finaliza el trabajo publicado en www.bilaterals.org.