La agencia espacial latinoamericana

El convenio de creación de la agencia espacial de América Latina y el Caribe, uno de los ejes de la última reunión de CELAC del 18 de septiembre, abre claramente la oportunidad de una independencia tecnológica para la región, con incidencia en las economías nacionales. Además de servicios satelitales, ALCE abre las puertas para la producción satelital y equipo terrestre, la industria de lanzamientos y la creación de proyectos para impulsar el internet satelital.


En octubre de 2020, el entonces canciller argentino Felipe Solá y el secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard Casaubon, firmaron la Declaración sobre la Constitución de un Mecanismo Regional de Cooperación en el Ámbito Espacial, que concluyó en la firma del Convenio con la creación de la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE). El tema ya había sido tratado en la reunión de cancilleres de CELAC de enero de 2020, que constituyó un verdadero despegue para el organismo.

La República Argentina, representada por el subsecretario de Asuntos de América Latina, Juan Carlos Valle Raleigh, participó de la VI Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en reemplazo del canciller Felipe Solá, que fue separado de su cargo en forma intempestiva, por motivos de reorganización política del gabinete argentino.

La agencia espacial regional - abierta a la participación de todos los países de la región- buscará unir recursos presupuestarios, humanos y tecnológicos. Contaba en mayo de 2021, con la participación de Bolivia, Ecuador, El Salvador y Paraguay y la adhesión de Colombia y Perú como observadores.

La iniciativa, nacida de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), fue propuesta por primera vez en 2006 en la Cumbre Espacial de las Américas, y en principio se había proyectado tener su primer satélite en órbita para finales de 2021, o a más tardar para 2022.

Los satélites son clave para muchos bienes tecnológicos en el siglo XXI, tales como las telecomunicaciones, el monitoreo del medio ambiente y el clima, los sistemas de navegación GPS, sin mencionar todos los desarrollos científicos que han surgido de la investigación espacial. En 2019, los ingresos totales de la industria global de satélites fueron de 271 mil millones de dólares, representando hasta el 74% de la economía espacial. Esta cifra incluye no solamente servicios satelitales sino también la producción satelital, la industria de lanzamientos y la producción de equipo terrestre. Mientras tanto, la Union of Concerned Scientists (UCS, por sus siglas en inglés) reportó en enero que, de 3,371 satélites que orbitan la Tierra, sólo 51 eran propiedad de algún país latinoamericano –todos de México, Argentina, Brasil, Ecuador, Colombia o Chile– y casi todos tenían el propósito principal de dar servicios de comunicación u observación terrestre. Sin embargo, Colombia, Brasil, Venezuela y Ecuador están más cerca del Ecuador –un punto estratégico para el lanzamiento de satélites– que la costa espacial de Estados Unidos, de donde algunas de las empresas de naves espaciales más grandes han lanzado sus satélites y naves.

Latinoamérica no es ajena al espacio. Argentina, Perú, Brasil, México, Uruguay y Bolivia tienen sus propias agencias espaciales, y Argentina y Brasil incluso han construido sitios de lanzamiento. Pero hasta finales del siglo pasado, los únicos proyectos exitosos de América Latina fueron aquellos conducidos por la Unión Soviética y Estados Unidos. Hasta hoy, otros países todavía dependen del conocimiento técnico y del equipo de Estados Unidos, Rusia y Europa. Por ejemplo, cuando México necesitó coordinar las operaciones de respuesta frente al paso del Huracán Eta por el sur del país, en noviembre de 2020, tuvo que comprar imágenes a la Agencia Espacial Europea.

Tomando esto en cuenta, la creación de la ALCE significa la oportunidad de una independencia tecnológica para la región, así como de desarrollar industrias enfocadas en tecnología que podrían transformar economías nacionales. Algunos de los objetivos a largo plazo de la agencia incluyen el lanzamiento de satélites para imágenes satelitales, aumentar la inversión en la investigación espacial, y la creación de proyectos para impulsar el internet satelital. Sin embargo, también están apuntando a una meta más ambiciosa: participar en misiones de gran importancia, como el regreso de las personas a la Luna en 2024 y las misiones a Marte. Aunque estos objetivos ambiciosos son emocionantes, antes de que la región se pueda convertir en un jugador importante en estas áreas, es necesario que pasen muchas cosas.

Ninguno de los países que participan podría competir individualmente en la carrera espacial global, que se ha vuelto cada vez más costosa, en especial con la participación de inversionistas privados. Tal como el secretario de Relaciones Exteriores de México, Marcelo Ebrard, ha señalado, la mayoría de las naciones latinoamericanas necesitará invertir significativamente en ciencia y tecnología en la Tierra para ser competitivos en el espacio. Para Ebrard, si los países latinoamericanos se quedan atrás y no se involucran en la carrera espacial, “muy probablemente vamos a tener cada vez más desventajas en materia científica y tecnológica, que se traduce en debilidad y se traduce en incapacidad para resolver los problemas que tenemos en materia de bienestar social y otros temas”. Aún así, hay muchos pasos entre este punto de inicio y el poder competir y colaborar equitativamente con los principales jugadores.

El problema básico es el económico. Los presupuestos en Latinoamérica experimentan una tendencia a la baja. En 2018, el Instituto Espacial Ecuatoriano fue cerrado como parte de las medidas económicas del gobierno. México sigue reduciendo sus inversiones en ciencia y en investigación espacial. Esto no parece ser una preocupación central para Efraín Guadarrama, director de Organismos y Mecanismos Regionales Americanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, quien dice que no hay necesidad de presupuestos grandes, solo voluntad política.

Finalmente, la exploración espacial del siglo XXI se distingue por la participación de inversionistas privados. Si la ALCE quiere ser más que una combinación de presupuestos gubernamentales, necesita –como todos los países participantes a nivel individual– considerar el papel que juega el sector privado. Ya existen algunas empresas de tecnología espacial en la región que muestran el beneficio de este acercamiento. La compañía argentina Skyloom busca desplegar una red de satélites con enlaces láser a la Tierra para transmitir la información que recaban en la órbita inferior. La empresa de Puerto Rico Instarz diseñó un ecosistema lunar totalmente equipado, auto ensamblado y autosuficiente llamado Remnant, que podría permitir a los astronautas vivir y trabajar en la luna durante al menos un año.

El despegue de la ALCE significa más que participar en la eventual carrera espacial. Será una afirmación de la identidad científica y cultural de la región. A partir de esto, estará preparada para establecer una economía de investigación espacial sostenible que podría convertir a América Latina en un competidor en la carrera espacial, y hacer valiosas contribuciones no sólo para la región misma, sino para el mundo.


Fuente: Letras Libres/ Future Tense, 14 mayo 2021, Myriam Vidal Valero, periodista de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia y de la National Association of Hispanic Journalists.

Myriam Vidal Valero