La CELAC: sus principales desafíos y la relación con Cuba

América Latina y el Caribe han acordado que igualdad, crecimiento económico y sostenibilidad ambiental deben ir de la mano, apoyarse mutuamente y reforzarse en una dialéctica virtuosa.


La idea de conformar una Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) surge en la I Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC) en el año 2008. En dicha Cumbre, participaron los 33 miembros que hoy conforman la CELAC sin la participación de Estados Unidos ni Canadá. En la II Cumbre, realizada en el 2010 en Playa del Carmen (México) se terminó de decidir la constitución de la CELAC con apoyo del Grupo de Río, cuyos orígenes pueden encontrarse en el proceso de Contadora, pieza fundamental en la década del ’80 para el regreso de la paz y la democracia en Centroamérica.

El documento final de la II Cumbre de la CELAC, conocido como Declaración de Cancún, determinó el acuerdo por “construir un espacio común con el propósito de profundizar la integración política, económica, social y cultural de nuestra región y establecer compromisos efectivos de acción conjunta para la promoción del desarrollo sostenible de América Latina y el Caribe”, proyecto que comenzaría a hacerse realidad en Caracas, en diciembre del 2011, cuando se diera constitución formal del organismo.

Actualmente, la CELAC nuclea a 33 países de América Latina y el Caribe, con una extensión territorial total de 20 millones de kilómetros cuadrados y aproximadamente unos 590 millones de habitantes. Los desafíos a enfrentar no son menores, teniendo que dar respuesta a los zigzagueantes procesos de integración subregionales en el continente más desigual del planeta. Sin lugar a dudas, la posibilidad de conformar un continente más igualitario ha sido el leit motiv del organismo, apoyándose en una serie de documentos que conforman parte del denominado “período de sesiones” de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) tales como La hora de la Igualdad. Brechas por cerrar, caminos por abrir (2010), Cambio Estructural para la Igualdad (2012) y Pactos para la Igualdad (2014).

Si bien la primera década del Siglo XXI podría ser considerada como una “década ganada” por América Latina, los primeros años de la segunda década muestran una desaceleración de las economías; basta considerar que en 2013 el PIB de América Latina y el Caribe creció un 2,6%, cifra inferior al 3,1% registrado el año anterior. Si bien esta desaceleración podría deberse a la relativa pérdida de dinamismo de las dos mayores economías de la región (Brasil representó un crecimiento del 2,4% y México tan sólo 1,3%, cuando estos países en conjunto representan el 63% del PBI regional), si excluyéramos a estos dos big players latinoamericanos el alza del PBI llegaría apenas a un 4,1%, con un importante desempeño de países como Colombia, Paraguay y Perú, entre otros.

Aún logrando ciertos éxitos en la lucha contra la pobreza, la falta de igualdad en la región se traduce en una mala distribución de la riqueza, generando exclusión social, asimetrías y falta de oportunidades. En la Declaración de Cancún 2010 de la CELAC, se definió a la pobreza y el hambre como “una de las peores formas de violación de los Derechos Humanos” y se acordó “concentrar los esfuerzos de política social en la población en situación de mayor vulnerabilidad para responder al desafío de la pobreza, la desigualdad y el hambre”. La pobreza y la desigualdad fueron retomados en la Declaración de Caracas en 2011 (“es necesario profundizar la cooperación y la implementación de políticas sociales para la reducción de las desigualdades sociales internas a fin de consolidar naciones capaces de cumplir y superar los Objetivos de Desarrollo del Milenio”), de Santiago de Chile en 2012 (“nos comprometemos a trabajar conjuntamente en aras de la prosperidad para todos, de forma tal que se erradiquen la discriminación, las desigualdades y la marginación, las violaciones de los derechos humanos y las transgresiones al Estado de Derecho”) y de La Habana en 2014 (“seguiremos trabajando en planes, políticas y programas nacionales para reducir progresivamente las desigualdades de ingreso que están en la base misma del hambre, la pobreza y la exclusión social”).

Para impulsar estos objetivos plasmados en las Declaraciones, la CELAC ha adherido a los planes de acción y estrategias delineados por la CEPAL. En la pasada Cumbre de La Habana, la Secretaria Ejecutiva de la CEPAL, Alicia Bárcenas, presentó una serie de estadísticas destacando que desde el año 2002 la pobreza en toda la región ha caído aproximadamente un 15,7%, y la extrema un 8%, pero esto no ha impedido que el 20% de los hogares más pobres sigan captando tan solo el 5% de los ingresos totales, mientras que los más ricos se hacen con el 47% (“América Latina y el Caribe en la encrucijada de la desigualdad”, Prensa Latina, 24/01/2014). Tanto los buenos resultados en la lucha contra la pobreza así como la deuda pendiente de una mayor generación y una mejor distribución de la riqueza son producto de un cambio significativo en la relación entre Estado, mercado y sociedad, absolutamente distinta a la que caracterizó las últimas décadas del siglo XX.  Redistribuir en pro de una mayor igualdad de oportunidades y derechos es parte del papel de Estado y, en este sentido, los fondos de cohesión social pueden nivelar el campo de juego entre las distintas unidades (CEPAL, La hora de la Igualdad. Brechas por cerrar, caminos por abrir, 2010).

A las características generales de los países, como los déficits en la provisión de servicios públicos, bajos o medios niveles de inversión, una política industrial que intenta recobrar su fuerza, la informalidad laboral interna, algunas presiones energéticas y una escasa gobernanza de los recursos naturales, se busca responder con una estratégica planificación de la inversión interna. También con el mejoramiento del diálogo público-privado, la realización de políticas sociales redistributivas y de reformas tributarias, con el diseño y apuntalamiento de nuevas cadenas de valor que a partir de la incorporación de nuevos actores o la creación de nuevos eslabones que permitan crear y retener un mayor valor agregado, una mayor inclusión de diferentes sectores de la población al mercado laboral formal. Así como también la recuperación de la gobernanza de los recursos naturales y la provisión igualitaria de servicios públicos de calidad, entre otras políticas desarrolladas por los países de la región durante los últimos años.

La CELAC ha también llegado a consensos claves en otras áreas y en materia de política internacional se destacan particularmente los acuerdos con respecto a Cuba. Desde que la isla fuera suspendida en 1962 de la Organización de Estados Americanos (OEA) por adherir al sistema económico marxista-socialista, los espacios y foros internacionales se le fueron cerrando, a exclusión de algunas pocas excepciones y del diálogo bilateral que históricamente han mantenido países de la región como México. CELAC forma parte fundamental de la reincorporación de Cuba al sistema interamericano por medio de su aceptación en el Grupo de Río (2008), en la Cumbre de América Latina y el Caribe, con el levantamiento de las restricciones a su participación en la OEA (organismo al que la Mayor de las Antillas eligió no regresar, por considerarlo un organismo “caduco” y a favor de intereses norteamericanos, según el propio Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba) y con la decisión tomada en la Cumbre de las Américas del año 2012 que esa sería “la última sin Cuba”.

La II Cumbre de la CELAC se celebró en La Habana en 2014, mientras Cuba detentaba la presidencia Pro-Témpore (junto a Chile, la presidencia anterior, y Costa Rica, la siguiente, más Haití, que poseía en ese momento la presidencia de CARICOM), dándole al país la oportunidad de impulsar temas de importancia para la consolidación del bloque pero también para su imagen externa de Estado fuertemente apoyado y acompañado por sus vecinos. Como alguna vez se oyera bajo puertas cerradas: “En CELAC, no sabemos hacia dónde va a ir Cuba, qué camino va a tomar; pero si sabemos que la apoyaremos y la acompañaremos”.

Dos fueron los temas principales que impulsó la Isla durante su presidencia y que permitieron consolidar a la CELAC: la integración del Caribe al organismo y la declaración de América Latina como Zona de Paz. El Grupo de Río no incluía a los Estados del Caribe entre sus miembros, hecho que fue subsanado apenas fuera creado el grupo ampliado. Cuba dedicó gran parte de su presidencia a destacar la realidad interna que enfrentan los países caribeños, casi siempre con un crecimiento económico por debajo de la media regional, a lo que sumó las amenazas latentes frente al cambio climático y los problemas ambientales de los países insulares en vías de desarrollo. La presidencia cubana permitió también declarar a la región como “Zona de Paz”, excluyendo el uso de la fuerza y cualquier medio no legítimo en la defensa del subcontinente, principalmente de las armas de destrucción masiva y nuclear, como la prohibición de intervenir en los asuntos internos de otros Estados.

Como miembro organizador de la pasada cumbre, Cuba tuvo la oportunidad de mostrarse ante el sistema internacional como un Estado que cuenta con un amplio consenso regional (especialmente mientras atraviesa un intenso proceso de reformas internas) al hablar en nombre de la CELAC en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Bajo su presidencia se reconocieron esfuerzos concretos por la consolidación del organismo con el debido respeto a las posiciones internacionales de  cada uno de los países de la región.

 El apoyo incondicional a Cuba, independientemente de las diferencias ideológicas, funciona como un indicador de la autonomía relacional que se pretende construir en la CELAC.  América Latina y el Caribe han acordado que igualdad, crecimiento económico y sostenibilidad ambiental deben ir de la mano, apoyarse mutuamente y reforzarse en una dialéctica virtuosa (CEPAL, La hora de la Igualdad. Brechas por cerrar, caminos por abrir, 2010). Este horizonte estratégico de largo plazo sólo será posible con un grado mayor de autonomía en las decisiones de este nuevo mega-bloque en donde el comercio es importante, pero también lo son las políticas de apoyo social, productivo, industrial y de innovación. Pero, y por sobre todo, en donde la discusión y la concertación política están a la orden del día. 

Agustina Galantini/ Nahuel Oddone