La Rueda Doha y el nuevo contexto económico global
El desplazamiento de poder relativo hacia nuevos protagonistas quedó en evidencia la reunión de Davos del mes de enero. Se reflejó en el número significativo de participantes provenientes de economías emergentes y de países en desarrollo ricos en materias primas. Fueron sobre todo China, India y Rusia, con su fuerte presencia, quienes pusieron de manifiesto que ocupan un lugar importante en el escenario global. Tienen conciencia de ser relevantes y son muy asertivos. Saben que han comenzado a tener un poder económico del que antes carecían. Y que lo harán valer. Este es un hecho muy cargado de futuro. Por el momento particular en que se desarrolló, Davos permitió tener claro tres planos principales en el que se manifiestan profundas mutaciones de la realidad internacional. Son el financiero, el de la economía real y el político. Los tres están vinculados entre sí. No entenderlo así, puede conducir a errores de apreciación y peor aún, a respuestas insuficientes. El espectro de una recesión en algunas de las principales economías, que alimente tendencias proteccionistas y discriminatorias, estuvo muy presente en los debates de Davos. Por ello se colocó a la Rueda de Doha en el telón de fondo de una crisis financiera internacional cuyo alcance global es aún imprevisible, pero que tiene notorias implicancias económicas y políticas. Al así hacerlo, se tornó evidente la importancia política que tiene el concluir pronto con las actuales negociaciones comerciales multilaterales. Un tramo del trabajo La Rueda Doha y el nuevo contexto económico global: Algunas reflexiones de lo observado en el Foro Económico Mundial de Davos, publicado por Félix Peña en su sitio www.felixpena.com.ar.
Líderes políticos, altos funcionarios nacionales e internacionales, intelectuales y especialistas, empresarios y formadores de opinión, representantes de ONG’s, provenientes de un amplio número de países de muy distintas regiones del mundo, analizaron en la reunión anual del Foro Económico Mundial de Davos, en los Alpes suizos, entre el 23 y el 27 de enero 2008, algunos de las cuestiones más relevantes de la agenda internacional.
El desplazamiento de poder relativo hacia nuevos protagonistas quedó en evidencia en la reunión. Se reflejó en el número significativo de participantes provenientes de economías emergentes y de países en desarrollo ricos en materias primas.
En realidad, fue una oportunidad para que muchas naciones “mostraran su bandera”. En cierta forma lo dijo el Primer Ministro de Francia, François Dillon, cuando señaló que su presencia allí era un símbolo de su país, que desea hablar con todo el mundo, participar en todos los foros internacionales y recuperar su lugar en los grandes debates sobre el futuro de la economía mundial.
Pero muchas naciones en desarrollo con economías emergentes hicieron lo mismo. Es decir, ocuparon su espacio. Ocho Jefes de Estado, diez Jefes y Vice-Jefes de Gobierno, decenas de Ministros, incluyendo varios Cancilleres y Ministros de Finanzas y de Comercio, provenientes de países en desarrollo, indican la importancia que estos países le atribuyeron al hecho de tener una presencia activa en Davos. Presentaron sus puntos de vista, explicaron sus políticas, interactuaron con otros dos mil trescientos participantes de decenas de países incluyendo, por cierto, los más desarrollados.
La presencia de los países del Asia fue un hecho destacado. Un caso especial a destacar fue la de los diez países miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático - ASEAN (Brunei, Camboya; Filipinas; Indonesia; Laos; Malasia; Myanmar; Singapur; Tailandia Vietnam) (www.aseansec.org).
Se presentaron en una sesión especial con un alto nivel político (Jefes de Estado y de Gobierno, y Ministros) y acompañados del Secretario General de la organización. Pusieron de manifiesto los datos de su dimensión económica: población 570 millones; producto bruto 1.300 billones de dólares con un crecimiento del 6% en el 2006; comercio exterior de 1.500 billones de dólares; inversiones directas extranjeras 53 mil millones de dólares.
Explicaron su hoja de ruta para convertir el área en una gran zona de libre comercio, inserta en el Este Asiático y proyectada a China, India, Japón, Corea y Australia. Están desarrollando su propia red de acuerdos de libre comercio, incluyendo la Unión Europea, Estados Unidos y otros países de la APEC. En su última Cumbre celebrada en Singapur en noviembre de 2007, firmaron la Carta que compromete la creación de la Comunidad de la ASEAN con objetivos políticos y económicos de una identidad regional a perfeccionarse el año 2015.
El de la ASEAN es, sin dudas, un caso interesante de integración con métodos flexibles y de geometría variable. Y, sobre todo, con una clara vocación de competir y de proyectarse al futuro. Es un buen precedente a examinar con atención por los países del Mercosur.
Pero fueron sobre todo China, India y Rusia, con la fuerte presencia de líderes políticos, funcionarios, banqueros y empresarios, quienes pusieron de manifiesto que ahora ocupan un lugar importante en el escenario global. Tienen conciencia de ser relevantes y son muy asertivos. Saben que han comenzado a tener un poder económico del que antes carecían. Y que lo harán valer. Este es un hecho muy cargado de futuro.
Junto con varias otras naciones emergentes –algunas presentes en Davos, otras ausentes – configuran una nueva realidad del poder mundial. Se caracterizan por tener suficiente masa crítica (dimensión económica, recursos naturales, población), vocación de protagonismo y estrategias de largo plazo.
Es una nueva realidad que no implica que los viejos protagonistas hayan dejado de serlo. Sería un serio error creer eso. Pero sí significa que al encarar los problemas más serios de la agenda internacional, viejos y nuevos protagonistas tienen desafíos comunes. Genera la necesidad de redefinir las instituciones de cooperación internacional. Entre otras, el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI, el G8 -es decir, algunas de las principales organizaciones y mecanismos originados en el mundo de un siglo XX que no existe más-, tendrán que reformarse para incorporar en un plano de igualdad a los protagonistas más relevantes del siglo XXI.
Por el momento muy particular en que se desarrolló, Davos permitió tener claro tres planos principales en el que se manifiestan profundas mutaciones de la realidad internacional. Son el financiero, el de la economía real y el político. Los tres están vinculados entre sí. No entenderlo así, aislar en el análisis sólo lo que ocurra en un plano –por ejemplo el financiero-, desconocer los vasos comunicantes que entre ellos existen, puede conducir a errores de apreciación y, peor aún, a respuestas insuficientes.
En el plano financiero predomina la niebla. Se han introducido diferentes virus y es difícil precisar sus alcances. El que un ignoto operador de un banco internacional haya hecho temblar el sistema es todo un indicador de lo que no funciona. Lo que está claro ahora es que los problemas son serios, que sus alcances son imprecisos, que es difícil imaginar que no sean globales y que ponen en evidencia fallas sistémicas profundas resultantes de baja transparencia, de insuficiencias reguladoras y de control. Las deficiencias son más evidentes en la capacidad para evaluar y pronosticar riesgos financieros. Afectan la credibilidad de la información financiera y por ende de los propios mercados.
En el plano económico predominan los desplazamientos del poder relativo. Es en este plano donde el protagonismo de economías emergentes –o, en algunos casos, re-emergentes en términos históricos– cobra toda su importancia. La incorporación de cientos de millones de nuevos consumidores y trabajadores a la competencia económica global, significa una revolución profunda que recién comienza a evidenciar todos sus efectos. Se refleja en la demanda de materias primas, en los cada vez más evidentes problemas de insuficiencias de oferta y, en particular, en la importancia creciente que tienen empresas internacionales –incluso financieras- con epicentro en economías emergentes.
En el plano político predominan las deficiencias de los mecanismos existentes para estructurar las necesarias respuestas colectivas a problemas que también lo son. Incorporar a más protagonistas en la mesa de las decisiones pasa por ser una de las principales prioridades a escala global. Y no como “convidados para después de la cena”, como señalara acertadamente en esos mismos días el Presidente Lula, refiriéndose al funcionamiento del G8.
Varios vasos comunicantes vinculan a estos tres planos entre sí. Los más evidentes son el papel relevante de los fondos soberanos, el precio de las materias primas y el costo de la mano de obra y, quizás el más importante, la confianza de ahorristas, inversores, consumidores y, en especial, de los ciudadanos.
Por el especial momento en que tuvo lugar la reunión de Davos, lo cierto es que el espectro de una recesión en algunas de las principales economías que alimente tendencias proteccionistas y discriminatorias, estuvo muy presente en los debates. Por ello al apreciarse el estado de salud delicado de la Rueda Doha, se la colocó en el telón de fondo de una crisis internacional cuyo alcance global es aún imprevisible, pero que tiene notorias implicancias que trascienden al plano financiero en la cual se originó. Al así hacerlo, se tornó evidente la importancia política que tiene el concluir pronto con las actuales negociaciones comerciales multilaterales.
Dos preguntas estuvieron presentes en el análisis allí efectuado sobre las perspectivas de la Rueda Doha: ¿es aún posible concluirla antes de fin de este año? Y si no lo fuera ¿qué impacto tendría en el sistema de la OMC un fracaso o una dilación que podría ser de varios años?
No hubo respuestas contundentes. Pero sí puede destacarse una aparente convicción de que si hubiera suficiente voluntad política, es factible concluir con las negociaciones antes de fin de este año. Factible no quiere decir de que ello será así. En un contexto global de marcadas incertidumbres, la complejidad de las cuestiones que se enfrentan en la Rueda Doha, la multiplicidad de protagonistas, la debilidad de algunos de los liderazgos políticos, explican un relativo pesimismo sobre su futuro.
El problema es que los incentivos para negociar pueden disminuir en la medida que sigan predominando intereses defensivos sobre los ofensivos. Los cambios estructurales que se están produciendo en el comercio de productos agrícolas –un cuadro de demanda ilimitada y de restricciones por el lado de la oferta-, las dificultades para atender las múltiples sensibilidades tanto en el plano agrícola como en el industrial, pueden ser factores que contribuyan a un escenario de dilación prolongada –se estima que en tal caso antes del 2010 sería difícil concluir-.
El hecho que varios países –incluso China– están reduciendo o eliminando sus aranceles a las importaciones de productos agrícolas, podría acentuar las dudas en países exportadores sobre las ventajas de tener que efectuar contrapartidas en productos industriales y en servicios. ¿Porqué hacerlo si de todas formas ya están obteniendo el acceso a mercados que significan una demanda creciente que no siempre podrán satisfacer – al menos en plazos cortos y medianos – por limitaciones del lado de la oferta? Es una buena pregunta, pero cabe recordar que tales aperturas unilaterales de mercados son precarias. No significan obtener lo que sí puede resultar de las negociaciones multilaterales, esto es, la consolidación de las aperturas comerciales en compromisos exigibles e irreversibles.
Por otro lado, existe conciencia sobre los impactos sistémicos negativos de un eventual fracaso. Peter Mandelson, el negociador europeo, lo dijo con claridad: de no concluirse este año los países procurarán alternativas a través de acuerdos preferenciales. Según él ello no sería negativo para el sistema comercial multilateral. Con razón muchos tienen dudas al respecto.
Las incertidumbres que se han acentuado en el escenario internacional global, sin bien por un lado tornan más difíciles las negociaciones, deberían ser un incentivo a concluirlas este año. Aún cuando, eventualmente, fuera necesario disminuir sus ambiciones. Lo importante es evitar una erosión adicional del sistema multilateral y preservar en los resultados que se logren, un equilibrio proporcionado de los intereses en juego.
(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, y del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
El desplazamiento de poder relativo hacia nuevos protagonistas quedó en evidencia en la reunión. Se reflejó en el número significativo de participantes provenientes de economías emergentes y de países en desarrollo ricos en materias primas.
En realidad, fue una oportunidad para que muchas naciones “mostraran su bandera”. En cierta forma lo dijo el Primer Ministro de Francia, François Dillon, cuando señaló que su presencia allí era un símbolo de su país, que desea hablar con todo el mundo, participar en todos los foros internacionales y recuperar su lugar en los grandes debates sobre el futuro de la economía mundial.
Pero muchas naciones en desarrollo con economías emergentes hicieron lo mismo. Es decir, ocuparon su espacio. Ocho Jefes de Estado, diez Jefes y Vice-Jefes de Gobierno, decenas de Ministros, incluyendo varios Cancilleres y Ministros de Finanzas y de Comercio, provenientes de países en desarrollo, indican la importancia que estos países le atribuyeron al hecho de tener una presencia activa en Davos. Presentaron sus puntos de vista, explicaron sus políticas, interactuaron con otros dos mil trescientos participantes de decenas de países incluyendo, por cierto, los más desarrollados.
La presencia de los países del Asia fue un hecho destacado. Un caso especial a destacar fue la de los diez países miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático - ASEAN (Brunei, Camboya; Filipinas; Indonesia; Laos; Malasia; Myanmar; Singapur; Tailandia Vietnam) (www.aseansec.org).
Se presentaron en una sesión especial con un alto nivel político (Jefes de Estado y de Gobierno, y Ministros) y acompañados del Secretario General de la organización. Pusieron de manifiesto los datos de su dimensión económica: población 570 millones; producto bruto 1.300 billones de dólares con un crecimiento del 6% en el 2006; comercio exterior de 1.500 billones de dólares; inversiones directas extranjeras 53 mil millones de dólares.
Explicaron su hoja de ruta para convertir el área en una gran zona de libre comercio, inserta en el Este Asiático y proyectada a China, India, Japón, Corea y Australia. Están desarrollando su propia red de acuerdos de libre comercio, incluyendo la Unión Europea, Estados Unidos y otros países de la APEC. En su última Cumbre celebrada en Singapur en noviembre de 2007, firmaron la Carta que compromete la creación de la Comunidad de la ASEAN con objetivos políticos y económicos de una identidad regional a perfeccionarse el año 2015.
El de la ASEAN es, sin dudas, un caso interesante de integración con métodos flexibles y de geometría variable. Y, sobre todo, con una clara vocación de competir y de proyectarse al futuro. Es un buen precedente a examinar con atención por los países del Mercosur.
Pero fueron sobre todo China, India y Rusia, con la fuerte presencia de líderes políticos, funcionarios, banqueros y empresarios, quienes pusieron de manifiesto que ahora ocupan un lugar importante en el escenario global. Tienen conciencia de ser relevantes y son muy asertivos. Saben que han comenzado a tener un poder económico del que antes carecían. Y que lo harán valer. Este es un hecho muy cargado de futuro.
Junto con varias otras naciones emergentes –algunas presentes en Davos, otras ausentes – configuran una nueva realidad del poder mundial. Se caracterizan por tener suficiente masa crítica (dimensión económica, recursos naturales, población), vocación de protagonismo y estrategias de largo plazo.
Es una nueva realidad que no implica que los viejos protagonistas hayan dejado de serlo. Sería un serio error creer eso. Pero sí significa que al encarar los problemas más serios de la agenda internacional, viejos y nuevos protagonistas tienen desafíos comunes. Genera la necesidad de redefinir las instituciones de cooperación internacional. Entre otras, el Consejo de Seguridad de la ONU, el FMI, el G8 -es decir, algunas de las principales organizaciones y mecanismos originados en el mundo de un siglo XX que no existe más-, tendrán que reformarse para incorporar en un plano de igualdad a los protagonistas más relevantes del siglo XXI.
Por el momento muy particular en que se desarrolló, Davos permitió tener claro tres planos principales en el que se manifiestan profundas mutaciones de la realidad internacional. Son el financiero, el de la economía real y el político. Los tres están vinculados entre sí. No entenderlo así, aislar en el análisis sólo lo que ocurra en un plano –por ejemplo el financiero-, desconocer los vasos comunicantes que entre ellos existen, puede conducir a errores de apreciación y, peor aún, a respuestas insuficientes.
En el plano financiero predomina la niebla. Se han introducido diferentes virus y es difícil precisar sus alcances. El que un ignoto operador de un banco internacional haya hecho temblar el sistema es todo un indicador de lo que no funciona. Lo que está claro ahora es que los problemas son serios, que sus alcances son imprecisos, que es difícil imaginar que no sean globales y que ponen en evidencia fallas sistémicas profundas resultantes de baja transparencia, de insuficiencias reguladoras y de control. Las deficiencias son más evidentes en la capacidad para evaluar y pronosticar riesgos financieros. Afectan la credibilidad de la información financiera y por ende de los propios mercados.
En el plano económico predominan los desplazamientos del poder relativo. Es en este plano donde el protagonismo de economías emergentes –o, en algunos casos, re-emergentes en términos históricos– cobra toda su importancia. La incorporación de cientos de millones de nuevos consumidores y trabajadores a la competencia económica global, significa una revolución profunda que recién comienza a evidenciar todos sus efectos. Se refleja en la demanda de materias primas, en los cada vez más evidentes problemas de insuficiencias de oferta y, en particular, en la importancia creciente que tienen empresas internacionales –incluso financieras- con epicentro en economías emergentes.
En el plano político predominan las deficiencias de los mecanismos existentes para estructurar las necesarias respuestas colectivas a problemas que también lo son. Incorporar a más protagonistas en la mesa de las decisiones pasa por ser una de las principales prioridades a escala global. Y no como “convidados para después de la cena”, como señalara acertadamente en esos mismos días el Presidente Lula, refiriéndose al funcionamiento del G8.
Varios vasos comunicantes vinculan a estos tres planos entre sí. Los más evidentes son el papel relevante de los fondos soberanos, el precio de las materias primas y el costo de la mano de obra y, quizás el más importante, la confianza de ahorristas, inversores, consumidores y, en especial, de los ciudadanos.
Por el especial momento en que tuvo lugar la reunión de Davos, lo cierto es que el espectro de una recesión en algunas de las principales economías que alimente tendencias proteccionistas y discriminatorias, estuvo muy presente en los debates. Por ello al apreciarse el estado de salud delicado de la Rueda Doha, se la colocó en el telón de fondo de una crisis internacional cuyo alcance global es aún imprevisible, pero que tiene notorias implicancias que trascienden al plano financiero en la cual se originó. Al así hacerlo, se tornó evidente la importancia política que tiene el concluir pronto con las actuales negociaciones comerciales multilaterales.
Dos preguntas estuvieron presentes en el análisis allí efectuado sobre las perspectivas de la Rueda Doha: ¿es aún posible concluirla antes de fin de este año? Y si no lo fuera ¿qué impacto tendría en el sistema de la OMC un fracaso o una dilación que podría ser de varios años?
No hubo respuestas contundentes. Pero sí puede destacarse una aparente convicción de que si hubiera suficiente voluntad política, es factible concluir con las negociaciones antes de fin de este año. Factible no quiere decir de que ello será así. En un contexto global de marcadas incertidumbres, la complejidad de las cuestiones que se enfrentan en la Rueda Doha, la multiplicidad de protagonistas, la debilidad de algunos de los liderazgos políticos, explican un relativo pesimismo sobre su futuro.
El problema es que los incentivos para negociar pueden disminuir en la medida que sigan predominando intereses defensivos sobre los ofensivos. Los cambios estructurales que se están produciendo en el comercio de productos agrícolas –un cuadro de demanda ilimitada y de restricciones por el lado de la oferta-, las dificultades para atender las múltiples sensibilidades tanto en el plano agrícola como en el industrial, pueden ser factores que contribuyan a un escenario de dilación prolongada –se estima que en tal caso antes del 2010 sería difícil concluir-.
El hecho que varios países –incluso China– están reduciendo o eliminando sus aranceles a las importaciones de productos agrícolas, podría acentuar las dudas en países exportadores sobre las ventajas de tener que efectuar contrapartidas en productos industriales y en servicios. ¿Porqué hacerlo si de todas formas ya están obteniendo el acceso a mercados que significan una demanda creciente que no siempre podrán satisfacer – al menos en plazos cortos y medianos – por limitaciones del lado de la oferta? Es una buena pregunta, pero cabe recordar que tales aperturas unilaterales de mercados son precarias. No significan obtener lo que sí puede resultar de las negociaciones multilaterales, esto es, la consolidación de las aperturas comerciales en compromisos exigibles e irreversibles.
Por otro lado, existe conciencia sobre los impactos sistémicos negativos de un eventual fracaso. Peter Mandelson, el negociador europeo, lo dijo con claridad: de no concluirse este año los países procurarán alternativas a través de acuerdos preferenciales. Según él ello no sería negativo para el sistema comercial multilateral. Con razón muchos tienen dudas al respecto.
Las incertidumbres que se han acentuado en el escenario internacional global, sin bien por un lado tornan más difíciles las negociaciones, deberían ser un incentivo a concluirlas este año. Aún cuando, eventualmente, fuera necesario disminuir sus ambiciones. Lo importante es evitar una erosión adicional del sistema multilateral y preservar en los resultados que se logren, un equilibrio proporcionado de los intereses en juego.
(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, y del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
Félix Peña