Los costos de salvar el TLCAN
El fin del TLCAN no representa el fin del comercio para México ni mucho menos el fin de la globalización, sólo una posible ralentización adicional a la que el mundo enfrenta desde hace algunos años, sostiene Diego Castañeda en su nota “El TLCAN no vale la dignidad de México”, publicada en Economiahoy.mx .
El TLCAN no impulsó al crecimiento en México. Hace más de 3 décadas que hay una tasa per cápita menor al 1% anual. Después de 23 años, la pobreza de México reporta niveles iguales que los que tenía antes de la entrada del tratado en vigor.
Frente a lo que podría ser una brutal renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y dada la posición de debilidad que tiene México al sentarse a la mesa a negociar, salvar un tratado que bien podría terminar en condiciones adversas puede resultar más costoso que simplemente dejarlo morir y aceptar las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) como reguladoras de nuestra relación comercial.
El TLCAN y, sobre todo, un posible TLCAN parchado, con exigencias poco razonables o incluso que atenten plenamente contra la soberanía nacional por ejemplo con concesiones en temas de seguridad o migración- no es aceptable, no hay un tratado comercial -por más importante que sea- que resulte aceptable al precio de la soberanía y la dignidad de un país.
Durante los últimos 23 años en que el tratado ha definido nuestra relación comercial, nunca ha existido una evaluación pública por parte de nuestro país, nunca se ha puesto realmente en la discusión pública los beneficios y los costos del acuerdo. Hoy es un gran momento para hacerlo y quizá el último momento en que sea posible que reflexionemos sobre los errores y omisiones de nuestra economía durante este periodo y sobre la responsabilidad de aquellos que fallaron en prever lo vulnerables que estábamos frente a un colapso del proceso de integración de América del Norte.
Para México el tratado amplifico el comercio de 120 millones de dólares al día a casi 1,000 millones de dólares. Se movió de 8% de nuestro PIB a 35%. En prácticamente cada medición México se volvió uno de los grandes ganadores del comercio mundial, sin embargo, en otros aspectos nunca le sacamos provecho.
México es un caso atípico a pesar de su enorme crecimiento en flujos comerciales y flujos de capital, ya que el comercio nunca pudo impulsar su crecimiento. Hoy la economía mexicana tiene más de 3 décadas creciendo a una tasa per cápita menor al 1% por ciento anual.
El México dual
La falta de crecimiento se ve reflejada en el nivel de vida de muchas personas, después de 23 años del TLCAN los niveles de pobreza de México son iguales que los que tenía antes de su entrada en vigor. El país nunca pudo aprovechar su situación de privilegio en el comercio mundial porque su economía nunca se integró de forma total a la economía global. El sur del país siempre se mantuvo en el olvido, México siguió operando con un pie en la "modernidad" y otro en una economía pre-moderna nunca hemos dejado de ser una economía dual.
Muchas razones existen para que México no aproveche plenamente su éxito comercial, el bajo valor agregado de nuestras exportaciones, la baja calidad de nuestra infraestructura, nuestros siempre presentes monopolios, la extracción masiva de rentas, el no desarrollar capital humano, muchas cosas se dejaron de hacer en el mismo periodo en que hemos vivido bajo el paraguas de la zona de libre comercio más grande del mundo.
Mantener a toda costa el tratado no garantizará que ahora sí lo aprovechemos como una palanca de desarrollo, mucho menos si nos volvemos rehenes del mismo bajo la posible amenaza de su resquebrajamiento. La estabilidad es importante para el desarrollo y el TLCAN, o lo que quede de él, puede terminar siendo más una fuente de inestabilidad que una herramienta útil para nuestra economía.
En lugar de defender algo que parece condenado al cadalso y obtener una victoria pírrica, sería mucho más sano que diéramos un paso al frente y dejemos las negociaciones. Si Estados Unidos está dispuesto a pagar el costo sobre su propia economía, que así sea.
El fin del TLCAN no representa el fin del comercio para México ni mucho menos el fin de la globalización, sólo una posible ralentización adicional a la que el mundo enfrenta desde hace algunos años. Sus efectos sobre nuestra economía si serían adversos, una recesión y una escalada de precios no sería descabellada, empero, el costo de renunciar a nuestra dignidad frente a tantos insultos nos terminaría quitando la poca legitimidad que tenemos aun como Estado y eso es un costo tan elevado que ningún país puede enfrentar.
México debe ocupar sus energías en pensar cómo atender su mercado interno por mucho tiempo olvidado y en cómo aprovechar de la mejor forma al entramado institucional internacional del que es parte. Las reglas de la OMC no representan una situación catastróficamente desventajosa para nosotros y es posiblemente una arena más apropiada para tener una disputa comercial con Estados Unidos, en el seno de una comunidad internacional que comparte nuestra postura y donde los intereses de todo el mundo están alineados con los nuestros.
Existe la vida fuera de un tratado comercial, incluso si es en la zona de libre comercio más grande del mundo. Algunos de los países que más se beneficiaron de la globalización como China o en nuestra región Panamá no tienen tratados de libre comercio con Estados Unidos, las reglas de la OMC les ofrecieron las condiciones suficientes para explotar la globalización a su favor.
México tiene que entender que un tratado no va ser la diferencia entre su desarrollo o la falta del mismo, son sus políticas económicas, las decisiones de sus gobiernos las que lo desarrollarán o lo mantendrán estancado.
En las condiciones actuales, mientras México se aferre al Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se volverá un prisionero de Estados Unidos y un trofeo para que la administración Trump exhiba en un desfile tal como los generales romanos exhibían en sus grandes triunfos a los botines de sus conquistas. El precio que terminaríamos pagando es mayor incertidumbre; sin embargo, renunciar implica más certezas, tomar el destino de la economía mexicana de vuelta en sus propias manos y comenzar a construir una economía más solida a su interior desde ahora.