Nuevo Embajador de Ecuador ante ALADI: el ejercicio de la interculturalidad
El pasado 9 de febrero se presentó ante el Comité de Representantes de la ALADI el Embajador Emilio Rafael Izquierdo Miño, nuevo representante permanente del Ecuador.
En su mensaje, el nuevo embajador puntualizó que “para el Ecuador la integración, en especial con los países de América Latina y del Caribe, es un objetivo estratégico del Estado”, y que “en todas las instancias y procesos de integración, el Ecuador ha fijado compromisos constitucionales” para, entre otros asuntos prioritarios - en los que no faltan, como es lógico, los temas económicos -, se proteja y promueva “el ejercicio de la interculturalidad, la conservación del patrimonio cultural y la memoria común de América Latina, así como la creación de redes de comunicación y de un mercado común para las industrias culturales.”
Al hablar de “proteger y promover el ejercicio de la interculturalidad y crear redes de comunicación” el señor Embajador individualizó carencias mayores de los procesos de integración iberoamericanos, y posibles génesis de sus fracasos; nuestros pueblos no se conocen, y no los hemos impulsado a que se conozcan.
Generamos proyectos económicos variados, ingeniosos, en general propios, a menudo ajenos, quizá atendiendo nuestros intereses, pero no nos conocemos.
Dejo expresamente de lado el turismo – que no sirve para conocer países, sociedades, ni personas, sino apenas algunas exageraciones de ellos - y a los jóvenes y no tanto que acometen las rutas mochila al hombro.
Digo vivir con, digo estudiar con, digo interesarnos en el otro, limar prejuicios, y comprender sus inquietudes y su entorno. Hablamos idiomas casi idénticos, pero nuestras poblaciones no se entienden. No conocemos nuestras ciudades, nuestros acentos; nuestros alumnos, como la mayor parte de nuestros ciudadanos, difícilmente podrían ubicar en un mapa cuál es el lugar de nuestros países, salvo aquél en el que haya jugado recientemente nuestro equipo nacional de futbol (y ni eso)”.
Hemos dejado de lado el ejercicio de la interculturalidad, como bien señala el señor Embajador, si es que alguna vez lo practicamos, y de esa manera no podemos avanzar en una integración que sólo se hace a la distancia, a través de algunos pocos nuncios, sobre la base del intercambio de mercaderías en dólares estadounidenses.
Así entramos desguarnecidos de reales aparceros a una época en la que ya no existe una superpotencia, ni dos; son varios los países que despuntan poderío económico, capacidad nuclear, alcance logístico, dimensión planetaria; nosotros aún no tenemos eso, ni tampoco nada sólido y profundo que nos una realmente, aunque sea el temor como les pasó a los europeos, pero sí tenemos el agua, el combustible y los alimentos que ellos precisan cada vez más.
Muy distinta ha sido la actitud de Europa, pese a que ellos sobradamente se conocían, muchas veces de la peor manera, como lo podemos ver sin llegar más lejos que la expansión napoleónica - facilitadora de la independencia iberoamericana mientras la España profunda, bajo la conducción de El Empecinado y tantos más, se debatía contra José, el hermano imperial -, llegando hasta la mutua destrucción intentada por Alemania y Francia tres veces en setenta años: guerra de 1870, terminada con la capitulación de Napoleón III en Sedan; guerra de 1914 a 1918, finalizada con el humillante Tratado de Versailles; y guerra de 1939 a 1945, con los juicios de Nüremberg, la historia muestra una sucesión de masacres que fueron, sin duda, el fundamento sólido de su unidad, fogoneada con la posibilidad de una cuarta guerra en su territorio, y ahora atómica, con la que Estados Unidos y la ex URSS ajustaran sus cuentas.
La Unión Europea ha sido exitosa, aunque nos llamen la atención algunas perturbaciones internas que no son más que consecuencias lógicas de los debates de gente inteligente y que sabe donde les ajusta el zapato.
Apenas 43 años después de la última de aquellas guerras, la Unión Europea ha demostrado tener capacidad para afrontar la dura tarea de incorporar a los países liberados tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y con un total de 27 miembros inicia una nueva etapa en su organización a través del Tratado de Lisboa puesto en marcha después de la firma del único país que faltaba, la República Checa, en 2009.
Todo ello en democracia (de la verdadera), y asistencialismo (del que corresponde, pero entregado con certeza y limpieza); poco se sabe que los derechos de importación y parte del IVA pagados por los europeos, que tienen una auténtica unión aduanera, sustentan el costo de las instituciones europeas y de los subsidios con que se ayuda a las regiones deprimidas de los propios países europeos. ¡Y la primera fuerza militar europea de intervención fue integrada por tropas de Francia y Alemania!
El ejemplo de Europa comparado con el desconocimiento mutuo de nuestros países americanos es pertinente, porque en ella, a partir de 1987, se están aplicando el programa Erasmus y sus derivados que apuntan, directamente, al tema que nos ocupa, pues están destinados a apoyar y facilitar la movilidad académica de los estudiantes y profesores universitarios dentro de los Estados miembros de la Unión Europea, a los que se suman Islandia, Liechteinstein y Noruega, del Espacio Económico Europeo, Suiza (la absoluta neutralidad) y Turquía (la eterna pretendiente al ingreso en el club).
Según Wikipedia (y le creo) Erasmus es el acrónimo en inglés de “Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios”, aunque remite también al nombre latino del filósofo, teólogo y humanista Erasmo de Rotterdam (1465-1536).
Creado por la Asociación Estudiantil Aegee Europe, fundada por Franck Bianchieri, quien más tarde presidió el partido trans-europeo Newropeans, el proyecto fue apadrinado por el Comisario europeo de Educación Manuel Marín, y apoyado por los presidentes de la República Francesa, François Mitterrand y del Gobierno de España, Felipe González.
Orientado originariamente a la enseñanza superior, tuvo como objetivo «mejorar la calidad y fortalecer la dimensión europea de la enseñanza superior fomentando la cooperación transnacional entre universidades, estimulando la movilidad en Europa y mejorando la transparencia y el pleno reconocimiento académico de los estudios y cualificaciones en toda la Unión».
El programa fomenta no solamente el aprendizaje y entendimiento de la cultura y costumbres del país anfitrión, sino también el sentido de comunidad entre estudiantes de diversos países. La experiencia de Erasmus se considera una época de aprendizaje y de fomento de la vida social. Los estudiantes seleccionados para el programa Erasmus cursarán sus estudios en otro país europeo, que computarán y serán reconocidos en su universidad de origen una vez que regresen, durante un periodo de entre tres meses a un año. Pueden también solicitar una beca como ayuda económica por el costo adicional de vivir en el extranjero y en todos los países se ofrecen clases de apoyo en el idioma del país para facilitar al estudiante su integración en la nación de acogida, situación ésta, la del idioma, raramente necesaria en Iberoamérica.
La importancia que tiene este programa ha desbordado el mundo académico europeo, siendo reconocido como un elemento importante para fomentar la cohesión y conocimiento de la Unión Europea entre la población joven. Esto ha hecho que se venga acuñando el término "generación erasmus" para distinguir a esos estudiantes universitarios que a través de esta experiencia han creado lazos de amistad transfronterizos, poseyendo una clara conciencia de la ciudadanía europea. El programa Erasmus fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional 2004 por ser uno de los programas de intercambio cultural más importantes de la historia de la humanidad.
Desde 1994 hasta 1999 se aplicó el programa Sócrates, que incluye los cursos Comenius, para educación primaria y secundaria, Grundtvig para adultos, Lingua para lenguas europeas, y Minerva, para tecnología de la información y tecnología de la comunicación; lo continuó el Sócrates II, desde 2000 hasta 2006, sucedido ahora por el Lifelong Learning Programme 2007-2013.
Tengo la certeza de que resulta necesario y estamos en el momento adecuado para encarar el análisis en Iberoamérica de un proyecto semejante que, como lo afirmó el Embajador Izquierdo Miño, es un asunto prioritario para nuestra auténtica integración.
(*) Sixto Portela es abogado, con posgrados en Análisis Estratégico, Geopolítica y Estrategia, y Política y Administración Aduanera. Profesor en instituciones especializadas y universidades, participó como asesor en la redacción de numerosos proyectos de legislación, realizó tareas de investigación para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y lo hace para publicaciones especializadas, instituciones estatales o privadas, empresas y particulares.
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