Un acuerdo en suspenso: ¿Qué futuro espera a las relaciones UE-Mercosur?

Desde 2004, las negociaciones entre la Comisión Europea y el Mercosur alrededor un acuerdo de comercio están paralizadas. En momentos en el que las discusiones de Doha no parecen avanzar y la mirada de los Estados Unidos sobre América Latina puede tornarse más “agresiva”, las posibilidades de una cooperación birregional reforzada son todavía distantes.


Las relaciones con América Latina nunca han representado una prioridad para la Unión Europea. Aunque la cooperación regional fue una de las primeras líneas de acción de las Comunidades en el campo internacional, el regionalismo latinoamericano se desarrolló sin una motivación explícita de parte de la Unión. Inicialmente, la Comisión privilegió las relaciones con África, el Caribe y los países del Pacífico en el cuadro de la Política Comercial Común del Tratado de Roma. Es así como la Asociación Latino-Americana de Libre Comercio, creada en 1960, nació basada en nociones de desarrollo importadas de los Estados Unidos y buscaba básicamente configurar una reacción a la tarifa externa europea y su creciente proteccionismo agrícola.

Fue solamente a partir de los años 80, con la adhesión de España y Portugal, que los vínculos entre América Latina y la Unión Europea se tornaron más estrechos. En 1983 y 1985, acuerdos de cooperación y comercio fueran signados con la Comunidad Andina y el Mercado Común de América Central, respectivamente. La creación del Mercosur, en 1991, fue claramente inspirada en la integración europea, aunque otros factores de orden interno e internacional también influyeran en esta decisión.

La concepción del Mercosur mostró una disposición para el regionalismo apreciada en Bruselas. Esta iniciativa corresponde a la estrategia comunitaria de difusión de la integración cuidando el “desarrollo de las regiones y la conformación de un mundo multipolar”. El interés europeo en el Mercosur viene también de los lazos históricos y culturales comunes entre las regiones y del potencial de los cambios comerciales preferenciales con un mercado de cerca de 220 millones de habitantes.

Pero la aproximación entre los dos bloques se concretó solo a partir del final de los años 90, con la firma del Acuerdo Marco Interregional de cooperación (1995) y el lanzamiento de las negociaciones de un acuerdo de asociación (1999). Los ejes de diálogo político y cooperación económica están vigentes, pero las negociaciones comerciales no han podido superar las divergencias y fueron suspendidas en 2004. La Unión Europea pedía una liberalización más acentuada en los sectores industrial y de servicios, mientras que el Mercosur solicitaba un aumento de las cotas para sus productos agrícolas. Este es un viejo debate entre las fuerzas políticas de los países latino-americanos que está también en el origen del estancamiento de las negociaciones de la OMC en 2008. Así que la idea de vincular el acuerdo interregional al resultado de Doha no ha solucionado el caso.

Recientemente, el gobierno brasileño se manifestó dispuesto a reabrir las discusiones, considerando que la acentuación del flujo de comercio internacional puede ayudar a minimizar los efectos de la crisis financiera. Sin embargo, Argentina mantiene su posición de protección comercial y el Mercosur ha incluso evaluado la posibilidad de aumentar su tarifa externa para ciertos productos.

La posición de los Estados Unidos es relevante en este contexto. La elección de Barack Obama indica un cambio en la política externa del país que abarca más atención para América Latina. Según Obama, el olvido norteamericano con respecto a su “jardín” en estos últimos años contribuyó para la llegada al poder de líderes “demagógicos”. Serían estos gobiernos, desde esta visión, los que decidieron suspender en 2005, las negociaciones para la creación de la Zona de Libre Comercio de las Américas, debido a la resistencia norteamericana a bajar los subsidios agrícolas. Los Estados Unidos comenzaron en ese momento a negociar acuerdos de libre comercio con países latinoamericanos, sin mucho éxito. En este punto se ve una diferencia significativa entre las políticas comerciales europeas y norte-americanas: la Unión Europea favorece los tratados con bloques de Estados mientras que los Estados Unidos se esfuerzan por ignorarlos en el momento de iniciar una negociación.

No obstante, esta postura europea se está atenuando progresivamente. Bajo la presidencia portuguesa de 2007, la UE firmó un acuerdo de asociación estratégica con Brasil. Aunque el documento no incluya los aspectos comerciales, su carácter simbólico no escapó a los países del Mercosur. En la misma dirección, el Consejo de los Ministros europeo decidió este año empezar las negociaciones para un tratado de libre comercio con Colombia y Perú fuera del marco de la Comunidad Andina, sin la participación de Ecuador y Bolivia. Este pragmatismo europeo, que restringe el apoyo al regionalismo por intereses estratégicos o comerciales, trae como consecuencia una cierta semejanza con el comportamiento norteamericano y revela una falta de credibilidad en los procesos de integración en América Latina.

El avance – a veces retórico – de los campos político y social en detrimento de la integración económica y la superposición de estructuras integracionistas no es una novedad. En la cumbre de diciembre pasado en Bahía, el Mercosur no llegó a un acuerdo para eliminar el doble cobro de los impuestos de importación de ciertos productos, una antigua demanda europea. Por otro lado, las discusiones sobre el refuerzo de las contribuciones para los Fondos Estructurales y sobre la concretización del Instituto Social no han provocado divergencias entre los miembros. Simultáneamente, se realizaron las cumbres de Unasur, Grupo de Rio y de los países de América Latina y Caribe, encuentro marcado por la ausencia de países no pertenecientes a la región y por la presencia de Cuba. Este carácter simbólico muestra también una tendencia latente a la incorporación de los bloques actuales en una iniciativa integracionista más vasta, lo que ya empieza a ocurrir con Unasur, además de planearse para 2010 una Unión de América Latina y Caribe.

De esta forma, el regionalismo latinoamericano parece buscar su propio camino. Aunque el ejemplo europeo es todavía una fuente de inspiración abstracta, las divergencias con la Europa de hoy no dejan pensar que el Mercosur seguirá los pasos de la UE. Las relaciones con el mundo desarrollado continuarán siendo prioritarias, pero los gobiernos suramericanos actuales intentan estimular los lazos sur-sur por medio del refuerzo de las políticas para países de África y Asia. Por lo tanto, las negociaciones para un acuerdo de asociación evidencian no solo que el Mercosur no aceptará condiciones consideradas desfavorables, sino también que la Unión no logrará negociar con el Mercosur que ella imagina.

El impasse de las negociaciones no está solamente relacionado con aspectos comerciales. Tanto del lado de la Unión Europea cuanto del lado del Mercosur, se trata de una estrategia internacional a definir. En América Latina, el riesgo de una cooperación por contraposición al modelo europeo desemboca en una falta de integración que puede afectar el desarrollo equilibrado de la región y una posible inserción internacional concertada. Para Europa, distender las relaciones bilaterales con América Latina para obtener acuerdos bilaterales representa una cierta debilidad de sus propias reglas del juego. Resta saber si la presidencia española en 2010 podrá cambiar este balance.


• Clarissa Franzoi Dri es Master en relaciones internacionales de la Universidad Federal de Santa Catalina, Brasil, licenciada en derecho de la Unversidad Federal de Santa Maria, Brasil y candidata al doctorado en ciencias políticas

Franzoi Dri, Clarissa