¿Una resultante de la falta de adaptación del sistema OMC a las nuevas realidades?
Hechos recientes podrían estar poniendo de manifiesto insuficiencias sistémicas de la OMC para preservar disciplinas colectivas en cuestiones relevantes de las políticas comerciales de sus países miembros, peligrosas por sus potenciales efectos políticos, dado el clima tóxico que está resultando de la crisis económica y financiera que ha tenido, hasta ahora, su epicentro en el mundo desarrollado, señala Félix Peña (*) en su último newsletter.
Hechos recientes podrían estar poniendo de manifiesto insuficiencias sistémicas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para preservar disciplinas colectivas en cuestiones relevantes de las políticas comerciales de sus países miembros. Tales insuficiencias pueden ser peligrosas por sus potenciales efectos políticos, dado el clima tóxico que está resultando de la crisis económica y financiera que ha tenido, hasta ahora, su epicentro en el mundo desarrollado.
Son hechos que reflejan tendencias a la erosión de las disciplinas colectivas que se supone emergen de la aplicación de buena fe de las reglas de la OMC y, como una resultante, a la fragmentación del sistema del comercio mundial.
Dichas tendencias se observan en dos planos. El de la “auto-defensa” frente a lo que se consideran nuevas modalidades de competencia comercial desleal, especialmente como resultante de políticas cambiarias que, al menos en la percepción de los que intentan defenderse, procurarían incidir en el comercio exterior a favor del país que las aplica. Y el de la proliferación de acuerdos comerciales preferenciales con alcances “OMC plus”, que si bien contemplados por las reglas vigentes, expresan en parte una insatisfacción con los avances que se han logrado a través de las negociaciones comerciales multilaterales, tanto en el plano de las aperturas de mercados como en el más amplio de la inclusión de cuestiones que se consideran relevantes, tales como las relacionadas con la propiedad intelectual, las compras gubernamentales, los servicios y las inversiones directas.
Las tendencias a la fragmentación del sistema del comercio mundial se basarían en las dificultades de encontrar en la OMC, el sustento para desarrollar acciones que sean plenamente compatibles con sus reglas y que se consideran necesarias por parte de países miembros. Operar en los límites del sistema o incluso fuera de ellos, pasaría a ser entonces una opción ante una falta de adaptación de las reglas y de los mecanismos del sistema a las nuevas realidades.
Precisamente, la capacidad de adaptación a nuevas realidades que inciden sobre sus objetivos, funciones y razones de existencia, es una de las condiciones para la vigencia, eficacia y legitimidad social de un régimen internacional institucionalizado, sea éste de alcance global o regional.
Implica la oportuna adecuación de sus reglas, instrumentos y procesos de producción normativa, a los continuos cambios que se van produciendo en el contexto en el que ellas operan y, en especial, en la distribución de poder entre los países que son parte del respectivo sistema. Ello es más necesario aún si es que, como está ocurriendo en la actualidad, tales cambios son estructurales y profundos. Es decir, que son aquellos que en términos históricos merecen el calificativo de revolucionarios. Marcan un claro antes y después en la evolución del sistema internacional. Al hacerlo, pueden tornar obsoletos conceptos, paradigmas y, sobre todo, instituciones y reglas de juego.
De ahí que el demostrar su capacidad para adaptarse a realidades internacionales profundamente diferentes a las que le dieron origen, sea quizás el principal desafío que enfrenta hoy el sistema multilateral del comercio mundial, institucionalizado primero en el GATT y luego en la OMC. Es que está cada vez más claro que tanto el mundo de 1947 como el del 2001 son muy distintos, en muchos aspectos económicos y políticos, al actual y al que se puede vislumbrar –con mucha cautela por cierto- hacia el futuro inmediato y, con más razón aún, al que está empezando a surgir y que quizás sólo alcance su madurez en un plazo largo.
El estancamiento de las negociaciones comerciales multilaterales en la Rueda Doha –sin que se pueda tener claro aún si tiene un carácter coyuntural o definitivo- refleja un problema de fondo que enfrenta la OMC en la actualidad. Es el hecho que no se pueda lograr, en el ámbito de sus mecanismos de decisión, articular posiciones compartidas por todos sus miembros o, al menos, por aquellos que pudieran asegurar suficiente masa crítica de poder, a fin de que lo que se decida penetre en la realidad.
La Octava Conferencia Ministerial a realizarse en diciembre próximo en Ginebra brindaría una oportunidad para poner de manifiesto el que sí existe voluntad y capacidad para adaptar la OMC a nuevas realidades mundiales que están emergiendo en forma cada vez más evidentes (ver este Newsletter, del mes de agosto 2011, en www.felixpena.com.ar).
Dado el escepticismo que parece predominar hoy sobre sus resultados, quizás sería suficiente el que la próxima Conferencia al menos permita instalar el inicio de un proceso gradual, orientado a encarar algunas de las cuestiones más relevantes que podrían producir una erosión sistémica de alcances y impredecibles. Cabe recordar que la historia larga demuestra la relación estrecha que siempre ha existido entre conflictos comerciales y aquellos conflictos políticos que han conducido finalmente al predominio de la violencia en las relaciones entre naciones.
Tres son los principales requisitos a reunir para poner de manifiesto la existencia de algún tipo de capacidad de adaptación de la OMC a las nuevas realidades.
El primero es la existencia de un diagnóstico compartido entre los países miembros sobre cuáles son las deficiencias o insuficiencias más relevantes del sistema de reglas, disciplinas colectivas y mecanismos de negociación de la OMC. Y sobre cómo superarlas, aunque sea a través de cambios graduales, esto es, una especie de metamorfosis sistémica. Encomendar un informe a un grupo de expertos de alto nivel y de notoria experiencia práctica en las relaciones comerciales internacionales, podría ser un paso en la buena dirección. Pero ello a condición que no se repita la experiencia que se viviera con el informe Sutherland, que a pesar de la riqueza de su contenido nunca se produjo un seguimiento de sus conclusiones. Quedaron en los archivos.
Otro requisito es el que se pueda juntar suficiente energía política en el conjunto de países miembros, como para que se adopten luego decisiones que efectivamente permitan impulsar el proceso de la necesaria adaptación sistémica. Es lo que se supone que debería aportar el G20.
Y el tercero es que se acierte en la eficacia de las reglas e instrumentos que finalmente plasmen tales decisiones. Para ello es fundamental que se incorporen efectivamente criterios de flexibilidad, de geometría variable y de múltiples velocidades. En particular, parece necesario a la luz de la experiencia de la propia OMC, incorporar mecanismos de adaptación continua del sistema a los cambios que continuarán produciéndose quizás por mucho tiempo aún.
Antes de la Ministerial de Ginebra, tendrá lugar en Cannes una nueva Cumbre del G20. Teóricamente se reúne allí la masa crítica de poder necesaria para tomar decisiones que reúnan la triple cualidad de la efectividad, eficacia y legitimidad.
De tal Cumbre cabría esperar entonces señales nítidas destinadas a fortalecer el protagonismo de la OMC como ámbito para encarar, al menos, aquellas cuestiones relevantes del comercio mundial puestas de manifiesto tras la exteriorización en 2008 del actual proceso de cambio estructural en la competencia económica global. Entre otras, está el qué hacer con la Rueda Doha y con las señales fuertes que se están manifestando hacia el desarrollo de novedosas modalidades de proteccionismo, que incluso evocan la figura de “guerras comerciales”.
Hay fuertes razones para dudar que tales señales surjan de esta Cumbre del G20 o que, si surgieran, ellas sean tan poco eficaces como la voluntad expresada en la primer Cumbre en Washington de concluir con la Rueda Doha (la cuestión comercial no figura en el comunicado final de la reunión de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales celebrada en Paris, los días 14 y 15 de octubre: ver http://online.wsj.com/article/BT-CO-20111015-700968.html; para una apreciación sobre el G20 ver Alan Beattie en el Financial Times, 17 de octubre: “G20 ageing aristocracy stands in way of new ideas”).
(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales - Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.
Texto completo: www.felixpena.com.ar
Son hechos que reflejan tendencias a la erosión de las disciplinas colectivas que se supone emergen de la aplicación de buena fe de las reglas de la OMC y, como una resultante, a la fragmentación del sistema del comercio mundial.
Dichas tendencias se observan en dos planos. El de la “auto-defensa” frente a lo que se consideran nuevas modalidades de competencia comercial desleal, especialmente como resultante de políticas cambiarias que, al menos en la percepción de los que intentan defenderse, procurarían incidir en el comercio exterior a favor del país que las aplica. Y el de la proliferación de acuerdos comerciales preferenciales con alcances “OMC plus”, que si bien contemplados por las reglas vigentes, expresan en parte una insatisfacción con los avances que se han logrado a través de las negociaciones comerciales multilaterales, tanto en el plano de las aperturas de mercados como en el más amplio de la inclusión de cuestiones que se consideran relevantes, tales como las relacionadas con la propiedad intelectual, las compras gubernamentales, los servicios y las inversiones directas.
Las tendencias a la fragmentación del sistema del comercio mundial se basarían en las dificultades de encontrar en la OMC, el sustento para desarrollar acciones que sean plenamente compatibles con sus reglas y que se consideran necesarias por parte de países miembros. Operar en los límites del sistema o incluso fuera de ellos, pasaría a ser entonces una opción ante una falta de adaptación de las reglas y de los mecanismos del sistema a las nuevas realidades.
Precisamente, la capacidad de adaptación a nuevas realidades que inciden sobre sus objetivos, funciones y razones de existencia, es una de las condiciones para la vigencia, eficacia y legitimidad social de un régimen internacional institucionalizado, sea éste de alcance global o regional.
Implica la oportuna adecuación de sus reglas, instrumentos y procesos de producción normativa, a los continuos cambios que se van produciendo en el contexto en el que ellas operan y, en especial, en la distribución de poder entre los países que son parte del respectivo sistema. Ello es más necesario aún si es que, como está ocurriendo en la actualidad, tales cambios son estructurales y profundos. Es decir, que son aquellos que en términos históricos merecen el calificativo de revolucionarios. Marcan un claro antes y después en la evolución del sistema internacional. Al hacerlo, pueden tornar obsoletos conceptos, paradigmas y, sobre todo, instituciones y reglas de juego.
De ahí que el demostrar su capacidad para adaptarse a realidades internacionales profundamente diferentes a las que le dieron origen, sea quizás el principal desafío que enfrenta hoy el sistema multilateral del comercio mundial, institucionalizado primero en el GATT y luego en la OMC. Es que está cada vez más claro que tanto el mundo de 1947 como el del 2001 son muy distintos, en muchos aspectos económicos y políticos, al actual y al que se puede vislumbrar –con mucha cautela por cierto- hacia el futuro inmediato y, con más razón aún, al que está empezando a surgir y que quizás sólo alcance su madurez en un plazo largo.
El estancamiento de las negociaciones comerciales multilaterales en la Rueda Doha –sin que se pueda tener claro aún si tiene un carácter coyuntural o definitivo- refleja un problema de fondo que enfrenta la OMC en la actualidad. Es el hecho que no se pueda lograr, en el ámbito de sus mecanismos de decisión, articular posiciones compartidas por todos sus miembros o, al menos, por aquellos que pudieran asegurar suficiente masa crítica de poder, a fin de que lo que se decida penetre en la realidad.
La Octava Conferencia Ministerial a realizarse en diciembre próximo en Ginebra brindaría una oportunidad para poner de manifiesto el que sí existe voluntad y capacidad para adaptar la OMC a nuevas realidades mundiales que están emergiendo en forma cada vez más evidentes (ver este Newsletter, del mes de agosto 2011, en www.felixpena.com.ar).
Dado el escepticismo que parece predominar hoy sobre sus resultados, quizás sería suficiente el que la próxima Conferencia al menos permita instalar el inicio de un proceso gradual, orientado a encarar algunas de las cuestiones más relevantes que podrían producir una erosión sistémica de alcances y impredecibles. Cabe recordar que la historia larga demuestra la relación estrecha que siempre ha existido entre conflictos comerciales y aquellos conflictos políticos que han conducido finalmente al predominio de la violencia en las relaciones entre naciones.
Tres son los principales requisitos a reunir para poner de manifiesto la existencia de algún tipo de capacidad de adaptación de la OMC a las nuevas realidades.
El primero es la existencia de un diagnóstico compartido entre los países miembros sobre cuáles son las deficiencias o insuficiencias más relevantes del sistema de reglas, disciplinas colectivas y mecanismos de negociación de la OMC. Y sobre cómo superarlas, aunque sea a través de cambios graduales, esto es, una especie de metamorfosis sistémica. Encomendar un informe a un grupo de expertos de alto nivel y de notoria experiencia práctica en las relaciones comerciales internacionales, podría ser un paso en la buena dirección. Pero ello a condición que no se repita la experiencia que se viviera con el informe Sutherland, que a pesar de la riqueza de su contenido nunca se produjo un seguimiento de sus conclusiones. Quedaron en los archivos.
Otro requisito es el que se pueda juntar suficiente energía política en el conjunto de países miembros, como para que se adopten luego decisiones que efectivamente permitan impulsar el proceso de la necesaria adaptación sistémica. Es lo que se supone que debería aportar el G20.
Y el tercero es que se acierte en la eficacia de las reglas e instrumentos que finalmente plasmen tales decisiones. Para ello es fundamental que se incorporen efectivamente criterios de flexibilidad, de geometría variable y de múltiples velocidades. En particular, parece necesario a la luz de la experiencia de la propia OMC, incorporar mecanismos de adaptación continua del sistema a los cambios que continuarán produciéndose quizás por mucho tiempo aún.
Antes de la Ministerial de Ginebra, tendrá lugar en Cannes una nueva Cumbre del G20. Teóricamente se reúne allí la masa crítica de poder necesaria para tomar decisiones que reúnan la triple cualidad de la efectividad, eficacia y legitimidad.
De tal Cumbre cabría esperar entonces señales nítidas destinadas a fortalecer el protagonismo de la OMC como ámbito para encarar, al menos, aquellas cuestiones relevantes del comercio mundial puestas de manifiesto tras la exteriorización en 2008 del actual proceso de cambio estructural en la competencia económica global. Entre otras, está el qué hacer con la Rueda Doha y con las señales fuertes que se están manifestando hacia el desarrollo de novedosas modalidades de proteccionismo, que incluso evocan la figura de “guerras comerciales”.
Hay fuertes razones para dudar que tales señales surjan de esta Cumbre del G20 o que, si surgieran, ellas sean tan poco eficaces como la voluntad expresada en la primer Cumbre en Washington de concluir con la Rueda Doha (la cuestión comercial no figura en el comunicado final de la reunión de Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos Centrales celebrada en Paris, los días 14 y 15 de octubre: ver http://online.wsj.com/article/BT-CO-20111015-700968.html; para una apreciación sobre el G20 ver Alan Beattie en el Financial Times, 17 de octubre: “G20 ageing aristocracy stands in way of new ideas”).
(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales - Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.
Texto completo: www.felixpena.com.ar
Félix Peña