Unasur: única vía
A pesar de tener pocos años desde su constitución, la Unasur probó ser madura y eficaz al momento de intervenir. El desafío es fortalecer el proceso para defender la soberanía e independencia de los Estados que la componen y mejorar la calidad de vida de las grandes mayorías.
Unasur tiene pocos años, pero ya ha demostrado suficiente dinamismo y vigor para enfrentarse a una compleja realidad internacional. Si bien es joven en comparación con los otros esquemas de integración regional, también probó ser madura y eficaz al momento de intervenir proactivamente en delicadas coyunturas diplomáticas, poniendo en evidencia la obsolescencia de un conjunto de organismos americanos displicentes que nunca han defendido los intereses de la región.
Unasur posee, además, un valor diferencial: nos incluye a todos los sudamericanos en un generoso paraguas político en el que se articulan los demás espacios regionales.
Este rasgo positivo no se puede soslayar: estamos todos adentro. Participan Bolivia y Chile, compartiendo con gran predisposición el proceso de integración, pese a sus conflictos históricos; están Colombia y Ecuador, con una grave crisis diplomática en sus espaldas, pero construyendo puentes y manteniendo el diálogo abierto en Unasur, y Colombia y Venezuela, superando tercas y destempladas posiciones de sus dirigencias. La unidad es el valor fundamental y para preservarla se requiere flexibilidad y tolerancia.
Además de amplia y unida, Unasur ha demostrado ser efectiva. En 2009, por ejemplo, con apenas un año de vida, reaccionó con celeridad ante la problemática de la instalación de bases estadounidenses en Colombia. En muy pocos días, coordinó una cumbre en Bariloche, facilitó el intercambio entre mandatarios, logró un documento que reafirmó principios elementales, como la necesidad de preservar la zona de paz en Sudamérica y defender la soberanía de los Estados. Fue un mecanismo útil para administrar y reducir la tensión en un escenario inestable.
Los que luchamos por la Patria Grande, los que nos formamos políticamente con el eco de una frase que ya tiene sesenta años –el año 2000 nos encontrará unidos o dominados–, los que entendemos la integración regional no como un proceso reciente, de diez o veinte años de historia, sino como una chispa que nace con las gestas independentistas y que tiene referentes de la talla de San Martín, Bolívar y Artigas, no tenemos dudas: el 23 de mayo de 2008, cuando se firma el Tratado Constitutivo de Unasur, es una fecha fundamental, un hito histórico que se concatena con los hechos sobresalientes de nuestra historia profunda.
Esta perspectiva temporal de largo aliento es necesaria para evaluar los resultados y moderar las expectativas, para darle los necesarios márgenes de desarrollo a un proceso trascendente, que requiere décadas de evolución. Con la visión y la inagotable capacidad de trabajo de Néstor Kirchner, el primer Secretario General del organismo, se logró algo sorprendente: tras sólo cinco años desde la rúbrica de su documento fundamental y tras apenas un año y medio desde su entrada en vigencia, Unasur reúne a los Estados, los interpela, los convoca a la integración y, sobre todo, los disuade de actuar solos en la arena internacional.
Este último punto es de fenomenal importancia. Frente al mundo, Unasur tiene un peso político impensable para cualquiera de los países que la conforman, incluso para Brasil. El sistema internacional se organiza cada vez más en torno a unidades políticas plurinacionales, como Europa, China y la India, actores con una formidable capacidad de negociación y presión. El mundo marcha hacia el continentalismo y los sudamericanos podemos y debemos plantarnos en este contexto como un factor de poder mundial.
El presidente José Mujica sintetizó este concepto con su habitual talento político y vigor poético. Fue el pasado 25 de mayo, en medio de las celebraciones por la fecha patria en la embajada argentina en el Uruguay: “Tenemos que estar juntos. Para reconstruir el nosotros, que todavía está por hacerse. Porque el mundo se globaliza y aprieta cada vez más. ¿Qué vamos a hacer en ese concierto los latinoamericanos atomizados en repúblicas? Cuando el mundo se estruja, tenemos la necesidad de tener un alero que nos proteja. La protección de ese alero está en la política común que podamos construir”.
El alero existe y se llama Unasur. El desafío actual es fortalecerlo, volverlo permanente, incuestionable. Lograr que eche raíces institucionales y se convierta en una realidad sudamericana inmune a la natural alternancia de gobiernos y presidentes. Una política de Estado regional ante la permanente agresión global.
¿De qué nos tiene que proteger ese alero? ¿Qué lluvia tiene que desviar en este caso? La de un sistema comercial injusto, elaborado pacientemente durante siglos, que espera que nuestra región sea proveedora global de bienes primarios e inocente entregadora de recursos naturales; pobre, desigual, dividida y debilitada, incapaz de hacer valer su patrimonio y de ejercer soberanía plena. Un sistema promovido por ciertos países poderosos pero también por grupos de interés dentro de nuestras propias repúblicas, sectores del poder mundial que pretenden que los países emergentes resignen sus herramientas legítimas de política comercial externa para lograr objetivos de desarrollo que ellos alcanzaron hace décadas.
Unasur nos permite rechazar este penoso papel. Nos otorga una voz uniforme y sonora para defender en los foros internacionales nuestro derecho a industrializarnos, a desarrollar una economía del conocimiento, a garantizar ventajas estratégicas a través de la inversión en investigación y desarrollo, a mejorar la calidad de vida de las grandes mayorías. Así lo establece el Tratado Constitutivo que nos llama a eliminar la desigualdad económica y lograr la inclusión social.
Como región, además, desconfiamos de una demanda masiva de productos primarios que genera atractivos ingresos en el corto plazo pero que a su vez precariza nuestro modelo de desarrollo. Debemos encontrar el equilibrio que nos permita sacar provecho de un fenómeno excluyente, como el crecimiento de la economía china, pero sin perder de vista el objetivo último: la construcción de una economía que cobije a todos los habitantes de la región. Entonces la integración productiva se convierte en la gran herramienta.
Es imprescindible, además, pensar en un Mercosur ampliado como instrumento complementario e inescindible del destino y acción de Unasur; así como es indispensable que entiendan nuestros líderes que Brasil, actuando solo en el mundo, no alcanza para todos los brasileños. Con Unasur y Mercosur, en cambio, puede proyectar no sólo su propio interés de crecimiento con inclusión sino también contribuir al desarrollo de toda la región. No hay salvación si no es con todos.
La historia nos ha enseñado que hay que asumir el protagonismo en las decisiones, sin esperar ayudas ni salvatajes externos. Esta conciencia de los propios intereses se ha fortalecido en los últimos años. Si no lo hacemos nosotros, no lo hace nadie: ¿quién va a defender los acuíferos Guaraní, Puelche o el Alter Do Chao si no lo hace la región en su conjunto? ¿Quién va a hacer respetar la Amazonia, los bosques atlánticos, la Cordillera de los Andes, como colosales reservas de biodiversidad, garantes del equilibrio ecológico mundial e inagotable reserva mineral? ¿Y los enormes recursos energéticos en gas y petróleo? ¿Y las tierras fértiles con capacidad para alimentar a cientos de millones? En el mundo que viene, estos activos serán cada vez más escasos y, por lo tanto, perseguidos por las grandes potencias por todos los medios a su alcance. Todos.
La cuestión Malvinas ha sido un claro ejemplo de este proceso de toma de conciencia sobre la importancia de actuar con determinación en la defensa de nuestros intereses. En los últimos dos años, el caso se volvió regional, porque Sudamérica decidió no aceptar el colonialismo, ni la militarización por parte de una potencia extranjera de una zona de paz, ni la extracción escandalosa de recursos estratégicos en nuestras propias narices. Unasur comprendió que esta afrenta colonial debe ser parte de su agenda de trabajo y así lo ha manifestado formalmente en reiterados documentos oficiales y declaraciones.
Esta unidad frente a los viejos y nuevos desafíos de la política global obedece a principios históricos pero también a intereses concretos basados en el más puro realismo político. Es decir: es correcto hacerlo y además nos conviene. Las propuestas idealista y realista coinciden en este punto, y es este fundamento pragmático el que deben advertir todas las fuerzas políticas interesadas honestamente en el desarrollo regional a fin de garantizar la continuidad del proceso de integración.
Desde ciertos sectores con intereses específicos surgen voces críticas que atacan a la Unasur, señalando que existen contradicciones y debates internos. Esta mirada interesada y cortoplacista no debe hacernos perder de vista el objetivo de fondo de la unión sudamericana. Es cierto que hay contrapuntos y discusiones, pero estas no son otra cosa que la prueba de la evolución y la gradual profundización del proceso de integración. La coordinación, la búsqueda de consenso, la armonización, ineludiblemente generan fricciones. Insistimos entonces: unidad, solidaridad y organización.
Los debates y discusiones deben saldarse avanzando y no retrocediendo. Con más integración, nunca con menos. Porque ya está claro que los nuevos tiempos nos encontrarán unidos, fuertes y soberanos.
No es una utopía. No se construyen grandes obras proyectando pequeñeces. Hay que tirarles piedras a las estrellas.
* Ingeniero. Embajador de la República Argentina en el Uruguay
Nota publicada en la Revista “Voces del Fénix” Nº 19, octubre 2012
Unasur posee, además, un valor diferencial: nos incluye a todos los sudamericanos en un generoso paraguas político en el que se articulan los demás espacios regionales.
Este rasgo positivo no se puede soslayar: estamos todos adentro. Participan Bolivia y Chile, compartiendo con gran predisposición el proceso de integración, pese a sus conflictos históricos; están Colombia y Ecuador, con una grave crisis diplomática en sus espaldas, pero construyendo puentes y manteniendo el diálogo abierto en Unasur, y Colombia y Venezuela, superando tercas y destempladas posiciones de sus dirigencias. La unidad es el valor fundamental y para preservarla se requiere flexibilidad y tolerancia.
Además de amplia y unida, Unasur ha demostrado ser efectiva. En 2009, por ejemplo, con apenas un año de vida, reaccionó con celeridad ante la problemática de la instalación de bases estadounidenses en Colombia. En muy pocos días, coordinó una cumbre en Bariloche, facilitó el intercambio entre mandatarios, logró un documento que reafirmó principios elementales, como la necesidad de preservar la zona de paz en Sudamérica y defender la soberanía de los Estados. Fue un mecanismo útil para administrar y reducir la tensión en un escenario inestable.
Los que luchamos por la Patria Grande, los que nos formamos políticamente con el eco de una frase que ya tiene sesenta años –el año 2000 nos encontrará unidos o dominados–, los que entendemos la integración regional no como un proceso reciente, de diez o veinte años de historia, sino como una chispa que nace con las gestas independentistas y que tiene referentes de la talla de San Martín, Bolívar y Artigas, no tenemos dudas: el 23 de mayo de 2008, cuando se firma el Tratado Constitutivo de Unasur, es una fecha fundamental, un hito histórico que se concatena con los hechos sobresalientes de nuestra historia profunda.
Esta perspectiva temporal de largo aliento es necesaria para evaluar los resultados y moderar las expectativas, para darle los necesarios márgenes de desarrollo a un proceso trascendente, que requiere décadas de evolución. Con la visión y la inagotable capacidad de trabajo de Néstor Kirchner, el primer Secretario General del organismo, se logró algo sorprendente: tras sólo cinco años desde la rúbrica de su documento fundamental y tras apenas un año y medio desde su entrada en vigencia, Unasur reúne a los Estados, los interpela, los convoca a la integración y, sobre todo, los disuade de actuar solos en la arena internacional.
Este último punto es de fenomenal importancia. Frente al mundo, Unasur tiene un peso político impensable para cualquiera de los países que la conforman, incluso para Brasil. El sistema internacional se organiza cada vez más en torno a unidades políticas plurinacionales, como Europa, China y la India, actores con una formidable capacidad de negociación y presión. El mundo marcha hacia el continentalismo y los sudamericanos podemos y debemos plantarnos en este contexto como un factor de poder mundial.
El presidente José Mujica sintetizó este concepto con su habitual talento político y vigor poético. Fue el pasado 25 de mayo, en medio de las celebraciones por la fecha patria en la embajada argentina en el Uruguay: “Tenemos que estar juntos. Para reconstruir el nosotros, que todavía está por hacerse. Porque el mundo se globaliza y aprieta cada vez más. ¿Qué vamos a hacer en ese concierto los latinoamericanos atomizados en repúblicas? Cuando el mundo se estruja, tenemos la necesidad de tener un alero que nos proteja. La protección de ese alero está en la política común que podamos construir”.
El alero existe y se llama Unasur. El desafío actual es fortalecerlo, volverlo permanente, incuestionable. Lograr que eche raíces institucionales y se convierta en una realidad sudamericana inmune a la natural alternancia de gobiernos y presidentes. Una política de Estado regional ante la permanente agresión global.
¿De qué nos tiene que proteger ese alero? ¿Qué lluvia tiene que desviar en este caso? La de un sistema comercial injusto, elaborado pacientemente durante siglos, que espera que nuestra región sea proveedora global de bienes primarios e inocente entregadora de recursos naturales; pobre, desigual, dividida y debilitada, incapaz de hacer valer su patrimonio y de ejercer soberanía plena. Un sistema promovido por ciertos países poderosos pero también por grupos de interés dentro de nuestras propias repúblicas, sectores del poder mundial que pretenden que los países emergentes resignen sus herramientas legítimas de política comercial externa para lograr objetivos de desarrollo que ellos alcanzaron hace décadas.
Unasur nos permite rechazar este penoso papel. Nos otorga una voz uniforme y sonora para defender en los foros internacionales nuestro derecho a industrializarnos, a desarrollar una economía del conocimiento, a garantizar ventajas estratégicas a través de la inversión en investigación y desarrollo, a mejorar la calidad de vida de las grandes mayorías. Así lo establece el Tratado Constitutivo que nos llama a eliminar la desigualdad económica y lograr la inclusión social.
Como región, además, desconfiamos de una demanda masiva de productos primarios que genera atractivos ingresos en el corto plazo pero que a su vez precariza nuestro modelo de desarrollo. Debemos encontrar el equilibrio que nos permita sacar provecho de un fenómeno excluyente, como el crecimiento de la economía china, pero sin perder de vista el objetivo último: la construcción de una economía que cobije a todos los habitantes de la región. Entonces la integración productiva se convierte en la gran herramienta.
Es imprescindible, además, pensar en un Mercosur ampliado como instrumento complementario e inescindible del destino y acción de Unasur; así como es indispensable que entiendan nuestros líderes que Brasil, actuando solo en el mundo, no alcanza para todos los brasileños. Con Unasur y Mercosur, en cambio, puede proyectar no sólo su propio interés de crecimiento con inclusión sino también contribuir al desarrollo de toda la región. No hay salvación si no es con todos.
La historia nos ha enseñado que hay que asumir el protagonismo en las decisiones, sin esperar ayudas ni salvatajes externos. Esta conciencia de los propios intereses se ha fortalecido en los últimos años. Si no lo hacemos nosotros, no lo hace nadie: ¿quién va a defender los acuíferos Guaraní, Puelche o el Alter Do Chao si no lo hace la región en su conjunto? ¿Quién va a hacer respetar la Amazonia, los bosques atlánticos, la Cordillera de los Andes, como colosales reservas de biodiversidad, garantes del equilibrio ecológico mundial e inagotable reserva mineral? ¿Y los enormes recursos energéticos en gas y petróleo? ¿Y las tierras fértiles con capacidad para alimentar a cientos de millones? En el mundo que viene, estos activos serán cada vez más escasos y, por lo tanto, perseguidos por las grandes potencias por todos los medios a su alcance. Todos.
La cuestión Malvinas ha sido un claro ejemplo de este proceso de toma de conciencia sobre la importancia de actuar con determinación en la defensa de nuestros intereses. En los últimos dos años, el caso se volvió regional, porque Sudamérica decidió no aceptar el colonialismo, ni la militarización por parte de una potencia extranjera de una zona de paz, ni la extracción escandalosa de recursos estratégicos en nuestras propias narices. Unasur comprendió que esta afrenta colonial debe ser parte de su agenda de trabajo y así lo ha manifestado formalmente en reiterados documentos oficiales y declaraciones.
Esta unidad frente a los viejos y nuevos desafíos de la política global obedece a principios históricos pero también a intereses concretos basados en el más puro realismo político. Es decir: es correcto hacerlo y además nos conviene. Las propuestas idealista y realista coinciden en este punto, y es este fundamento pragmático el que deben advertir todas las fuerzas políticas interesadas honestamente en el desarrollo regional a fin de garantizar la continuidad del proceso de integración.
Desde ciertos sectores con intereses específicos surgen voces críticas que atacan a la Unasur, señalando que existen contradicciones y debates internos. Esta mirada interesada y cortoplacista no debe hacernos perder de vista el objetivo de fondo de la unión sudamericana. Es cierto que hay contrapuntos y discusiones, pero estas no son otra cosa que la prueba de la evolución y la gradual profundización del proceso de integración. La coordinación, la búsqueda de consenso, la armonización, ineludiblemente generan fricciones. Insistimos entonces: unidad, solidaridad y organización.
Los debates y discusiones deben saldarse avanzando y no retrocediendo. Con más integración, nunca con menos. Porque ya está claro que los nuevos tiempos nos encontrarán unidos, fuertes y soberanos.
No es una utopía. No se construyen grandes obras proyectando pequeñeces. Hay que tirarles piedras a las estrellas.
* Ingeniero. Embajador de la República Argentina en el Uruguay
Nota publicada en la Revista “Voces del Fénix” Nº 19, octubre 2012
Dante Dóvena