Valor del Regionalismo en una nueva arquitectura global
¿Es el denominado Grupo de los 20 el ámbito institucional que conducirá a respuestas colectivas a problemas globales que se han tornado ya evidentes, tales como el del cambio climático y su vínculo con el comercio mundial? Después de la Cumbre de Pittsburg queda en pie la cuestión de saber cuáles son los países que sumados y actuando en conjunto, pueden aportar suficiente masa crítica de poder para ir generando acuerdos que nutran un nuevo orden mundial que sustituya al que ya ha colapsado. El número que acompañe a la letra G sigue siendo un interrogante pendiente de respuesta, a fin de generar un espacio político internacional que permita traducir decisiones colectivas en cursos de acción efectivos, reflexiona Félix Peña en su último trabajo. Algunos hechos recientes permiten enhebrar líneas hacia el futuro de las relaciones bi-regionales entre la UE y ALC - incluyendo al Mercosur - que sea funcional a la idea estratégica de fortalecer el regionalismo como forma de asegurar pautas razonables de gobernabilidad global.
En todo caso, parece oportuno reflexionar sobre el papel que le cabe a regiones organizadas en la construcción de una arquitectura global que sea efectiva - en términos de poder aportar soluciones colectivas a problemas que son por su naturaleza globales y que por su envergadura puede incluso comprometer el orden mundial o alimentar tendencias a la anarquía internacional - tal como la que aspira lograr el G20.
En esta perspectiva habría que colocar la relación entre dos regiones que si eventualmente concertaran sus posiciones, podrían aportar mucho en términos de poder relativo y, por ende, en cuanto a capacidad de contribuir a un orden mundial efectivo. Ellas son las que se encontrarán nuevamente en la próxima Cumbre ALC-UE que tendrá lugar en Madrid en abril del 2010.
Algunos hechos recientes permiten enhebrar líneas para un planteamiento hacia el futuro de las relaciones bi-regionales entre la UE y ALC - incluyendo al Mercosur - que sea funcional a la idea estratégica de fortalecer el regionalismo como forma de asegurar pautas razonables de gobernabilidad global.
En su reciente discurso en la Asamblea General de las Naciones, el pasado 23 de septiembre, el Presidente Barak Obama planteó con nitidez el valor que para los Estados Unidos tiene el hecho que los distintos países asuman sus responsabilidades globales y regionales. Sus mensajes centrales los sintetiza muy bien el diario El País de Madrid en su edición del 10 de octubre, resaltando los siguientes párrafos: "Aquellos que criticaban a EEUU por actuar solo en el mundo, no pueden ahora hacerse a un lado y esperar a que EEUU resuelva sólo los problemas del mundo... Hemos buscado, con palabras y con hechos, una nueva era de compromiso con el mundo. Éste es el momento en que cada uno asuma su parte de responsabilidad para una respuesta global a los problemas globales… Ninguna nación puede tratar de dominar a otra. Ningún orden mundial que ponga a un país o a un grupo sobre otro puede perdurar. La división entre el Norte y el Sur no tiene ya sentido".
A su vez, hace años, otro Presidente americano, John F.Kennedy, en su discurso en la Cámara de Representantes de Irlanda, en ocasión de su visita a Dublín en 1963, señaló que "los problemas del mundo no pueden ser resueltos por escépticos o cínicos, cuyos horizontes están limitados por las obvias realidades. Necesitamos gente que pueda soñar cosas que nunca fueron y preguntarse ¿por qué no?".
Quizás el hecho que Barak Obama combine en la práctica el enfoque que planteó en el antes mencionado discurso con una actitud similar a la enunciada por Kennedy, podría contribuir a explicar la decisión de otorgarle el Premio Nobel de la Paz. Como han señalado analistas que al abordar tal decisión combinan espíritu crítico con visión positiva, es más un premio a la esperanza de paz que a la paz como resultado (ver en tal sentido el comentario de Gideon Rachman "A triumph of hope over achievement", el 9 de octubre, en el diario Financial Times, http://www.ft.com ). Y es precisamente en la esperanza como actitud de un gobernante y en el acierto de los antes mencionados mensajes, donde pueden encontrarse hilos conductores a la difícil tarea de lograr pautas para una razonable gobernabilidad global que permita transitar con relativa paz el proceso de redistribución del poder mundial que se vive en la actualidad.
Ello lleva a formular la siguiente pregunta: ¿es el denominado Grupo de los 20 el ámbito institucional que conducirá a respuestas colectivas para problemas globales que se han tornado ya evidentes, tales como el del cambio climático y su vínculo con el comercio mundial? (fue éste último el tema central del Multi-Stakeholder Dialogue organizado en el IMD en Lausanne por el Evian Group con la Fundación Friedrich Ebert los días 24 al 26 de septiembre). Tras la Cumbre de Pittsburg, el 26 de septiembre, subsisten dudas al respecto. El hecho que no se han podido dar pasos concretos para concluir la Rueda Doha o para encaminar la próxima Conferencia de Copenhague sobre cambio climático, contribuye a alimentar tales dudas.
Esta última Cumbre ha dejado en pie la cuestión de saber cuáles son los países que sumados y actuando en conjunto, pueden aportar suficiente masa crítica de poder, para ir generando acuerdos que nutran un nuevo orden mundial que sustituya al que ya ha colapsado. El número que acompañe a la letra G sigue siendo un interrogante pendiente de respuesta, a fin de generar un espacio político internacional que permita traducir decisiones colectivas en cursos de acción efectivos.
Una de las limitaciones del actual G20 puede ser precisamente el de la heterogeneidad de los países participantes en términos de poder real. Algunos reflejan su propia dotación de poder relativo, tal los casos de los EEUU y de China, quizás incluso de Rusia e India. Otros pueden legítimamente hablar en nombre de su propia región con la certeza que ella suma suficiente poder relativo.
Más allá de las diferencias de intereses y visiones que en ellos existen, es el caso de los países que son miembros de la Unión Europea (UE) - tales como Alemania, Francia y el Reino Unido -, la que también está presente a través del Presidente de la Comisión Europea. Otros, si bien son relevantes en términos de poder relativo, a veces más potencial que actual, no pueden necesariamente sostener que reflejan la opinión que eventualmente prevalece en su respectiva región. Tales los casos, por ejemplo de la Argentina y del Brasil, pero también los de Indonesia y África del Sur.
Esta constatación conduce a reflexionar sobre el papel que le cabe a regiones organizadas en la construcción de una arquitectura global que sea efectiva - en términos de poder aportar soluciones colectivas a problemas que son por su naturaleza globales y que por su envergadura puede incluso comprometer el orden mundial o alimentar tendencias a la anarquía internacional - tal como la que aspira lograr el G20.
En esta perspectiva habría que colocar la relación entre dos regiones que si eventualmente concertaran sus posiciones, podrían aportar mucho en términos de poder relativo - al menos en algunas cuestiones relevantes de la agenda global - y, por ende, en cuanto a capacidad de contribuir a un orden mundial efectivo. Se trata en efecto de visualizar en torno a tal posibilidad la relación entre América Latina y el Caribe (ALC) - y quizás más concretamente América del Sur - y la UE. Ambas regiones se encontrarán nuevamente en la Cumbre de Madrid en el próximo mes de abril. ¿Saldrá de allí un enfoque estratégico acorde con los desafíos que a unos y otros plantean cuestiones relevantes de la agenda global y no sólo de la relación bi-regional? Es una pregunta que cuenta con varios meses aún a fin de construir una respuesta creíble.
Tres hechos deben destacarse en el ejercicio de procurar una respuesta a tal pregunta. El primero es que los objetivos perseguidos por diez años de asociación estratégica están lejos de lograrse. La red de acuerdos bi-regionales que contribuyan a la vez a la integración regional en ALC y al desarrollo de un multilateralismo efectivo no se ha concretado. Un eslabón central de tal red, esto es el acuerdo entre la UE y el Mercosur, sigue sin poder salir de las buenas intenciones renovadas periódicamente - se volverán a reunir del 4 al 6 de noviembre en Lisboa -, aparentemente por el hecho que no se ha podido concluir con la Rueda Doha. Como se señaló antes, esta última sigue en la carpeta de "asuntos pendientes" y los pronósticos no son necesariamente optimistas, incluso tras la reunión ministerial informal en Nueva Delhi y de la Cumbre de Pittsburg.
El documento de estrategia con respecto a ALC de la Comisión Europea, presentado el 30 de septiembre, abre algunas ventanas a una visión más renovadora de las relaciones bi-regionales. Es el segundo hecho reciente a computar. Es interesante observar que el planteamiento de la Comisión parece tomar cierta distancia con respecto a la negociación de acuerdos preferenciales bi-regionales como el principal instrumento de la relación con ALC. En efecto, pone el acento en las nuevas cuestiones de la agenda bi-regional que no necesariamente requieren acuerdos compatibles con el artículo XXIV del GATT, es decir OMC-plus.
El tercer hecho reciente es la Cumbre UE-Brasil, realizada al más alto nivel en Estocolmo el 6 de octubre, en el marco de la alianza estratégica enhebrada entre las dos partes.
Sumados los tres hechos antes mencionados permiten enhebrar líneas para un planteamiento hacia el futuro de las relaciones bi-regionales entre la UE y ALC - incluyendo al Mercosur - que sea funcional a la idea estratégica de fortalecer el regionalismo como forma de asegurar pautas razonables de gobernabilidad global. Es un planteamiento que debería partir del reconocimiento de que la gobernabilidad regional, especialmente en el espacio sudamericano, requerirá de liderazgos colectivos, que precisamente pueden ser enhebrados a partir - entre otros factores - del papel protagónico que estaría en condiciones de ejercer el Brasil. Tal reconocimiento, a su vez, implica fortalecer la institucionalización de la cooperación regional, basada en un tejido de reglas comunes que efectivamente se apliquen, especialmente en el ámbito de la UNASUR y del Mercosur. Es una institucionalización que puede ser impulsada por acciones que desarrolle la UE en el marco de su nuevo planteamiento estratégico y por la acción concertada de los socios del Mercosur y de otros países relevantes de la región y, en especial, de Chile. Colocada en tal perspectiva, sería conveniente una acción que implique apoyarse en la alianza estratégica UE-Brasil para retomar en forma activa las relaciones con el Mercosur utilizando plenamente el potencial del Tratado-marco UE-Mercosur firmado en Madrid en 1995, sin perjuicio de procurar concluir la negociación comercial preferencial pendiente.
Si reuniones como la reciente de Estocolmo contribuyeran a ello, la región suramericana estaría más en condiciones de asumir sus responsabilidades, en la línea de lo requerido por el Presidente Obama en su antes mencionado discurso de Naciones Unidas. En tal sentido, la alianza estratégica entre el Brasil y la UE, podría tener un efecto de irradiación positivo en el impulso no sólo de una alianza bi-regional, pero también de la propia gobernabilidad regional en América del Sur.
Texto completo en: http://www.felixpena.com.ar
Félix Peña es Director del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Director del Instituto de Comercio Internacional de Fundación Standard Bank y miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Se ha desempeñado como Subsecretario de Comercio Exterior del Ministerio de Economía de la Argentina y miembro titular del Grupo Mercado Común del Mercosur (1998-99). Miembro del Brains Trust del Evian Group. info@felixpena.com.ar