Comercio, proteccionismo y Doha como cuestiones relevantes del G20

El impacto de la crisis global en el comercio mundial, las tendencias al proteccionismo y la conclusión de la Rueda Doha, serán algunas de las cuestiones principales de la Cumbre del G20 de Londres del 2 y 3 de abril. En la siguiente nota, Félix Peña* se pregunta si el grupo será capaz de acordar acciones que penetren efectivamente en las realidades.


La crisis global continúa expandiendo sus efectos. De lo financiero se ha trasladado a la economía real. En algunos países hay primeros síntomas de contagio al plano político. La historia larga indica que esto es lo que suele ocurrir en momentos de crisis económicas profundas. Y el impacto en el comercio mundial ya es notorio, sea en los niveles de los intercambios como en las tendencias al proteccionismo. La expresión “des-globalización” se está instalando. Y la sensación que existe es que aún falta mucho camino a recorrer antes que los datos de la nueva realidad global comiencen a clarificarse.

Como es natural cuando algo no fue previsto se observan desconcierto y expectativas contrapuestas. Las positivas giran en torno al impacto que tendrá el nuevo liderazgo americano y a los incentivos de supervivencia que generan los precipicios. Las negativas se nutren en el temor a la proliferación de imprevistos, en la eventual insuficiencia de lo que podemos denominar el “factor Obama” – es decir, la capacidad del nuevo Presidente de los EEUU para generar iniciativas a la altura de la crisis - y, en particular, en la evolución futura de la economía china.

Cuando el G20 se reúna en su Cumbre de Londres, el 2 y 3 de abril próximo, es probable que al menos el “factor Obama” esté más claro. Se podrá apreciar, en ese momento, el real impacto de las medidas de reactivación aprobadas el 13 de febrero por el Congreso de los EEUU. También estarán más claros los efectos de la crisis sobre el comercio mundial y sobre las políticas comerciales de los principales países. Lo concreto, por ahora, es que el proteccionismo ha retornado como problema relevante de la agenda comercial internacional. Como consecuencia de ello, el debate sobre sus modalidades, alcances e impactos reales se ha intensificado. En gran medida está centrado por ahora en el proceso preparatorio de la Cumbre del G20.

El G7, en su reunión en Roma el 13 de febrero, retomó – junto con las cuestiones vinculadas a la estabilización de la economía global y de los mercados financieros, y a las reformas del sistema internacional - el tema del impacto de la crisis global en el comercio mundial, que ya había ocupado un lugar central en la primera Cumbre del G20, realizada en Washington en noviembre pasado. Pero en esta cuestión sólo reitera – en un corto párrafo - lo entonces acordado. Como señala en su comentario editorial el diario Financial Times del 14 de febrero, el G7 “talks better than it acts”. Lo que antes llegó a ser un directorio de las grandes potencias es hoy, por sus limitaciones, un reflejo de los cambios que se están operando en la distribución del poder mundial.

El impacto de la crisis global en el comercio mundial, las tendencias al proteccionismo y la conclusión de la Rueda Doha, han quedado entonces como algunas de las cuestiones centrales de la agenda de la Cumbre de Londres. El problema, sin embargo, es saber si en relación a ellas el G20 podrá acordar acciones que penetren en la realidad. Confronta al respecto, un déficit de credibilidad.

Concretamente, lo que se acordó en Washington sobre el proteccionismo y en particular, sobre la conclusión de la Rueda Doha no pudo cumplirse. En diciembre, Pascal Lamy, el Director General de la OMC, tuvo que constatar que el mandato de la Cumbre no había sido suficiente para que los negociadores en Ginebra pudieran ponerse de acuerdo sobre las modalidades de las negociaciones multilaterales. Era un acuerdo necesario para poder entrar en la etapa final de un proceso que arrastra sucesivos fracasos.

Por lo demás, la función de monitoreo que la OMC efectúa sobre las tendencias al proteccionismo, se ve limitada por el hecho que no siempre recibe, al menos a tiempo, la información oficial de los gobiernos, como así también por las características que tienen las medidas que se aplican. El hecho que el nuevo proteccionismo a veces resulta de decisiones empresarias – eventualmente estimuladas por políticas públicas – complica el ejercicio del monitoreo por la OMC.

Cuando se presentan situaciones de crisis profundas, los desconciertos conducen a evocar precedentes históricos, sea para interpretarlas o para encarar soluciones.
Uno de tales precedentes, se refleja en el recurrente espectro de un escenario con elementos similares a los de la pasada década del 30, esto es, la de una reacción en cadena de políticas de proteccionismo estructural. Las diferencias sin embargo son notorias. Tres merecen destacarse.

La primera es que en aquella época no existía un sistema multilateral como el de la OMC. Sus reglas y disciplinas colectivas implican un límite al poder discrecional de los países para restringir o distorsionar corrientes de comercio. Constituyen, en el decir de Lamy, una especie de red de seguridad contra el proteccionismo. No habría espacio hoy para algo similar a la Smoot-Hawley Tariff. Pero el problema es que en muchos casos, el sistema multilateral establece un techo suficientemente alto como para que bajo él se cobijen múltiples modalidades de proteccionismo.

La segunda diferencia surge de la internacionalización de la producción que se ha desarrollado con intensidad en las últimas décadas. Muchas empresas de muchos países –y no sólo de los más industrializados– operan en el ámbito de cadenas de valor de escala global. Un proteccionismo descontrolado significaría una costosa complicación en procesos productivos que abarcan múltiples países y regiones. La orquestación de redes transnacionales de producción, se vería fuertemente afectada en el caso de un proteccionismo generalizado, e incluso en el filibusterismo que puede resultar de medidas aparentemente innocuas. Desatar el tejido productivo global, retornando a un escenario de mercados compartimentados, no parece ser una contribución eficaz para superar la actual crisis económica mundial, ni tan siquiera para preservar fuentes de empleo. Menos aún, para evitar sus repercusiones en el plano de la paz y la estabilidad política, dada las reacciones en cadena que pudieran producirse.

La tercera diferencia es que se supone que los pueblos aprenden de sus errores. Y los de la década del 30 fueron suficientemente dramáticos como para que no se extraigan lecciones para estos tiempos. Una importante se refiere a los costos de la inexistencia de instituciones que permitan a las naciones disciplinarse y encarar juntas problemas colectivos. Tal lección condujo al actual sistema multilateral de comercio, como parte de una red más amplia de instituciones de cooperación internacional. Más allá de las insuficiencias que ellas presentan hoy, constituyen una densa red de bienes públicos, globales y regionales, a preservar y fortalecer.

Capitalizar entonces las lecciones del pasado es hoy una tarea prioritaria. Al respecto, tres líneas de acción surgen como inmediatas.

La primera consiste en cumplir con el mandato que el G20 diera en su reciente Cumbre de Washington, en el sentido de concluir con la Rueda Doha y de aplicar una especie de “tregua proteccionista”. Como señalamos antes, el que no se haya logrado aún afecta la credibilidad del G20. Antes de la Cumbre de abril en Londres, parecería fundamental entonces enviar señales claras en el sentido que el mandato puede cumplirse. Aun cuando fuere una Rueda Doha con resultados menos ambiciosos que los originalmente previstos. El G7 en Roma sigue propiciando una Rueda Doha ambiciosa. Pero tras el fracaso de diciembre, resulta difícil ser optimista al respecto.

La segunda línea de acción consiste en desarrollar un mecanismo eficaz de vigilancia de las tendencias proteccionistas –que contribuya a la tregua- incluyendo medidas que puedan ser compatibles con las reglas actuales de la OMC. Dadas las limitaciones que tiene el Secretariado de la OMC para poder cumplir con tal función, parecería conveniente explorar ideas que permitan que el sistema de monitoreo – eventualmente uno paralelo al oficial - sea alimentado por información suministrada por fuentes no gubernamentales.

Y la tercera es concretar la Conferencia Ministerial prevista para este año y que tenga una agenda que no se limite a la Rueda Doha. Cómo conciliar en los compromisos que se asuman, elementos de flexibilidad con las necesarias disciplinas colectivas, especialmente en las respuestas que se den a la actual crisis y a los requerimientos especiales de los países menos desarrollados, debería ser un tema central en la nueva agenda de la OMC. Una modalidad que se podría emplear en tal Conferencia, sería la de acompañarla por seminarios paralelos en los que se examinen cuestiones de fondo que hacen al futuro funcionamiento del sistema comercial global multilateral. Ellos podrían ser preparados por reuniones “multi-stake holders” de alcance regional.

Texto completo en www.felixpena.com.ar

(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, y del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.




Félix Peña