Construir lo regional. La perspectiva analítica y académica.

Los avances en el proceso del Mercosur deberían producir más institucionalización y más poder para administrar el conflicto, motor de desarrollo de toda integración en ascenso. Esto es así porque son las controversias las que generan las estructuras capaces de dirimirlas, que desembocarán en una futura supranacionalidad. Para el profesor Alberto Cimadamore, coordinador académico de la Maestría en Integración Regional-Mercosur de la Universidad de Buenos Aires, el bloque regional debe salir de su contradicción primitiva. El “éxito” en la ausencia de institucionalidad en el Mercosur ha sido fruto de la automaticidad del mecanismo de liberalización de mercados pactado en el Tratado de Asunción. Se dio lo que se llamaría “integración negativa”, con el incremento del intercambio y de conflictos. Pero no por ello se generaron las instituciones capaces de sopesarlo. La clave está en generar un modelo que, como en el caso de la Unión Europea, de lugar a una estructura institucional capaz de generar poder, que represente a los Estados del bloque en su conjunto. En la base de toda esta posición, subyace la teoría, la concepción de la integración. En suma, hay que construir lo regional, señala Cimadamore. Y no sólo desde lo político, sino como perspectiva analítica y académica.


Hace un tiempo, Ud. hacía referencia en “Los Rostros del Mercosur” a la integración y su dialéctica de “progresos y estancamientos”. ¿Esa posición sirve para valorar las repercusiones de los potenciales conflictos comerciales entre los países asociados a un bloque comercial?

Antes que nada, debemos aclarar que el conflicto puede ser visto desde el largo plazo como algo saludable para la integración. Incluso como motor del desarrollo, si bien a veces puede producir estancamiento y retroceso. Cuando se llega a determinado nivel, el conflicto tendería a impulsar la integración; surge de la naturaleza misma del proceso regional. Los avances en el proceso producen institucionalización y más poder para administrar el conflicto, con la generación de mecanismos de resolución. Esto se reflejará en un avance de la supranacionalidad en el largo plazo, con todas las resistencias que esto genera en determinados sectores.

En este punto, es medular definir el concepto de integración regional, que es muy específica. Una teoría de la integración se concentrará en tres elementos. Primero, la ampliación del espacio económico, social y político; segundo la generación de nuevos mecanismos de toma de decisiones y solución de controversias. Y por último la creación de aspectos limitados de soberanía, desde lo nacional hacia lo regional. Sin esto no hay integración, y mucho menos integración exitosa siguiendo el modelo europeo.

Al ampliar el mercado, se incrementará la interdependencia y se incrementará el conflicto. Si no se establecen mecanismos de solución de controversias a nivel regional, no sirve. Pero es cierto que a medida que estos mecanismos se van generando habrá que ir cediendo aspectos de la soberanía, que tienen que ver con pautas judiciales de resolución de conflictos a nivel regional; con mecanismos de coordinación macroeconómica, como lo hizo la Europa de Maastricht, de pérdida de manejo del tipo de cambio como forma de ajuste de la competitividad.

Aquí es muy interesante observar, cómo cuando se producen estos ajustes en el valor del Real o del Peso, queda demostrado que por un lado todos están de acuerdo en que tiene que haber mayor coordinación macro económica, se habla de integración monetaria, etc., pero por otro se niega, a nivel discursivo, sobre todo los tomadores de decisiones, que tiene que haber transferencia de soberanía para lograrlo. Sea en la integración financiera, monetaria o la relacionada con la solución de controversias.

En esa teoría de la integración que falta desarrollar en nuestra región, ¿cómo se definiría la integración regional y el o los regionalismos?

Ernst Haas tiene un trabajo grandioso acerca de “la angustia y la alegría de profundizar” la integración regional. Se refiere a cómo muchos confunden, incluso en Europa, el regionalismo producido por ciertas peculiaridades relacionadas a nivel geográfico, con la integración como región.

Nosotros en América Latina siempre hemos tenido una idea de regionalismo desde lo cultural, lo político, lo simbólico, pero esto no tiene necesariamente que ver con integración regional. Integración regional es ampliación de mercados, mecanismos de resolución de controversias, una mayor cooperación política. El propio Mercosur es un proceso que escapa incluso a los límites que le impusieron sus creadores.

Se avanzó hacia una zona de libre comercio pero se generó un problema, que es el incremento de la interdependencia y de los conflictos que ya no pueden ser solucionados de manera automática, y requieren de una institucionalidad apropiada. Los diseñadores del Mercosur son prisioneros de los fantasmas del pasado que implicarían la temida herencia de ALALC y ALADI, que no llegaron a generar una zona de libre comercio imperfecta ni una unión aduanera imperfecta.

> El “éxito” en la ausencia de institucionalidad en el Mercosur ha sido fruto de la automaticidad del mecanismo de liberalización de mercados pactado en el Tratado de Asunción. Se dio lo que se llamaría “integración negativa”, con el incremento del intercambio y de los conflictos. Y éstos sí que no pueden ser resueltos automáticamente.

Este es a mi juicio el principal problema que enfrenta el Mercosur, y muchos tomadores de decisión ni siquiera son conscientes de este problema. Hay un doble discurso notable.

Las contradicciones de origen

En todos nuestros países se está hablando de recuperar el Estado, que recupere el rol que perdió a manos del neoliberalismo, liberándolo del control de la otra estructura, que es el mercado. Por suerte se ha recuperado este discurso a nivel nacional, sobre todo en Argentina y Brasil, ya nadie duda que el Estado tiene una responsabilidad de equilibrar las fuerzas del mercado. Esto está fuera de discusión a nivel interno.

Las contradicciones se producen a nivel subregional. Hemos ampliado el mercado, me refiero a una zona de libre comercio, pero no tenemos instituciones que lo contrabalanceen. La Secretaría Técnica del Mercosur es incapaz de ser reconocida como tal. En el ámbito regional, están todos muy tranquilos habiendo liberalizado las fuerzas del mercado, pero ciertamente los únicos que aprovechan el mercado ampliado son los actores más poderosos, las multinacionales.

En América Latina hemos sido siempre muy inconsistentes entre medios y fines, y el Mercosur es una muestra de ello. El artículo 1º del Tratado de Asunción no define por ejemplo un lapso para definir el pasaje de la unión aduanera al mercado común que queda establecido en los objetivos fundacionales. Ahí hay una falla tecnológica enorme, donde se ve claramente la contradicción entre los objetivos y los medios, muy evidente.

¿El modelo europeo es un molde a emular?

Si uno quiere conformar un mercado común, tiene que estar dispuesto a muchas cosas, a tomar del modelo europeo en las lecciones institucionales. Tiene que generar a nivel regional instancias que dinamicen el proyecto y que ayuden a solucionar un problema clave que tarde o temprano enfrentan los Estados, que son los puntos muertos.

Creo que la clave del éxito del modelo europeo, con todas las dificultades y estancamientos que ha tenido durante mucho tiempo, tiene que ver con la estructura institucional, que genera a escala regional los mecanismos para administrar el conflicto. Aquí se debería empezar por la generación de un equivalente de la Comisión Europea; un Poder Ejecutivo y un Poder Judicial trabajando complementariamente y vinculados con los intereses de los Estados, a nivel regional. Las conclusiones de los análisis desde lo regional son distintas a las conclusiones desde lo regional. Esto es fundamental. Por ello estamos empeñados en generar una Maestría Regional, que produzca docencia e investigación desde esta perspectiva.

Hay que construir lo regional, no solamente como ideología sino como perspectiva analítica y académica.

Graciela Baquero