La Cumbre ALC-UE 2010 en España
Como resultado de la próxima Cumbre ALC-UE a realizarse en España el año venidero, un salto cualitativo debería permitir adaptar el proceso bi-regional, con ya diez años de duración, a las nuevas realidades globales y regionales. En gran parte las dificultades que se han enfrentado, resultan de las diversidades y asimetrías existentes entre las formas en que se organizan ambos espacios geográficos regionales. De la experiencia acumulada, surge la necesidad de introducir modalidades operativas que permitan, además de preservar el impulso político, adaptar las hojas de ruta a los continuos cambios, tanto en el plano global como en el de cada una de las regiones. Una idea concreta sería la de encomendar a un grupo de trabajo compuesto por personalidades independientes de alto nivel, la evaluación de la experiencia acumulada en los últimos diez años, el diagnóstico de los campos de acción conjunta prioritarios y, en particular, las recomendaciones sobre los métodos de trabajo que puedan resultar más eficaces, propone Félix Peña* en su último trabajo.
La idea de un “salto cualitativo” en las relaciones bi-regionales entre la Unión Europea (UE) y los países de América Latina y el Caribe (ALC), parecería ser un objetivo central de la próxima Cumbre ALC-UE a realizarse el año próximo en España.
Ella será precedida por la XIX Cumbre Iberoamericana a realizarse en Estoril (Portugal) en el mes de noviembre próximo, la que estará centrada esta vez en la importante cuestión de la innovación y el conocimiento.
Ese salto cualitativo debería permitir adaptar un proceso bi-regional con ya diez años de duración a las nuevas realidades globales y regionales. El mundo, Europa y América Latina, son hoy muy diferentes a lo que eran cuando se concibieron los planteos fundacionales de la asociación estratégica transatlántica. Ignorar tales cambios significaría profundizar un eventual camino hacia la irrelevancia del mecanismo de Cumbres bi-regionales. No parece ser ello del interés estratégico de ninguna de las dos regiones, especialmente en relación a sus objetivos comunes de lograr el desarrollo de un multilateralismo eficaz que facilite la gobernabilidad global.
Más recientemente, la crisis global y las profundas transformaciones que se están operando en el poder mundial – de las cuales la reciente Cumbre del grupo de los BRIC’s es sólo una de las tantas evidencias -, tornan ineludible adaptar los objetivos, las agendas y en especial, los métodos de trabajo de estas relaciones bi-regionales transatlánticas. Corresponde hacerlo con una visión de futuro – algo así como los próximos diez años – y planes concretos y flexibles de acción – hojas de ruta - que tomen en cuenta los cambios que también se están operando en los Estados Unidos – de los cuales el “factor Obama” es algo más que simbólico – y en las relaciones hemisféricas, así como también la fuerte y creciente presencia de China en los países latinoamericanos.
La idea de tal salto cualitativo en la relación bi-regional transatlántica, lo ha planteado en su reciente visita a América Latina, Juan Pablo de Laiglesia, Secretario de Estado para Asuntos Iberoamericanos del gobierno español. Concretamente señaló, en su paso por Montevideo, que “el mensaje es doble: queremos aprovechar la presidencia de la Unión para impulsar un salto cualitativo en las relaciones UE y América Latina, tanto a nivel global, como a nivel de los grupos sub-regionales latinoamericanos. También dijo que la intención de España es “pasar de las declaraciones a planes de acción concretos que permitan además hacer de este ejercicio de diálogo entre Europa y América Latina una constante en nuestras agendas, con elementos de seguimiento”. Y agregó que “nos preocupa hacer del diálogo algo más permanente y no sólo circunscrito al momento de celebración de las Cumbres, con un plan de acción que nos marque vías de actuación conjunta para el futuro”.
En el mismo sentido se había pronunciado antes Benita Ferrero-Waldner, la Comisaria Europea de Relaciones Exteriores, al afirmar que “la próxima Cumbre Unión Europea –América Latina y Caribe, debería contribuir a fortalecer el dialogo político, reflejando las cuestiones más candentes para nuestra agenda bi-regional en 2010”. Y agregó que “también debemos ser capaces de aprovechar el tiempo que aún nos queda hasta esta Cumbre para preparar un plan de acción para aprobación de nuestros Jefes de Estado y de gobierno. Un plan de acción que sirviese para ejecutar un proyecto de carácter aglutinador en áreas de gran impacto integrador…, y en el que participen gobiernos, sociedad civil y sector privado, en el marco de una Asociación biregional renovada”.
En ambos casos, protagonistas relevantes del proceso de preparación de la próxima Cumbre ALC-UE, han puesto el acento en la cuestión principal de las relaciones bi-regionales tras diez años de la experiencia iniciada con la primera Cumbre realizada en Río de Janeiro en 1999. Más que a los objetivos y a las agendas que se procuran desarrollar con esta mecánica de trabajo entre ambas regiones, ella se refiere a los métodos empleados para traducir en la realidad la vocación de acción conjunta.
En gran parte las dificultades que se han enfrentado y que pueden explicar los magros resultados obtenidos, resultan de las diversidades y asimetrías existentes entre la forma en que se organizan ambos espacios geográficos regionales. Lo ha puesto de manifiesto en su reciente y bien documentado libro el profesor Piero Pennetta, de la Universidad de Salerno.
En efecto, una de las regiones está organizada en torno a la UE y se expresa como un espacio integrado en el plano económico y, crecientemente también en el político. La otra, en cambio, está fragmentada en una diversidad de ámbitos institucionales, algunos de los cuales no son percibidos como sólidos y eficaces – tales los casos de la Comunidad Andina de Naciones y, en cierta medida también, del Mercosur – y otros, no han alcanzado aún la capacidad de expresar el punto de vista conjunto de sus países miembros – tal el caso de la UNASUR, cuyo tratado constitutivo, por lo demás, aún no ha entrado en vigencia -.
De un lado – Europa - hay una construcción institucional relativamente sólida y potencialmente irreversible, más allá de las dificultades que también se confrontan, y que se manifiestan especialmente en los efectos diferenciales de la actual crisis económica y en las demoras en concluir el proceso iniciado con el Tratado de Lisboa. Del otro lado - América Latina y el Caribe -, predominan las precariedades y la dispersión en los esfuerzos de integración. Se está lejos aún de haber alcanzado una relativa irreversibilidad en la construcción de instituciones que permitan organizar el espacio regional en torno a la lógica de la integración.
Algunos resultados pendientes en la relación bi-regional transatlántica, podrán ser logrados antes o en ocasión de la Cumbre de 2010. Lo más probable es que se concluya el acuerdo de asociación de la UE con los países de América Central. También se ha avanzado en las negociaciones bilaterales de la UE con Colombia y Perú, e incluso es posible que se concrete un acuerdo bilateral con el Ecuador. Ellos se sumarían a los acuerdos ya concluidos con Chile y con México.
Con Brasil, la UE ha concluido un acuerdo de alianza estratégica, que no incluye preferencias comerciales, pero que abarca un amplio espectro de acciones conjuntas, las que en su mayor parte ya estaban previstas en el Acuerdo Marco de Cooperación entre la UE y el Mercosur, concluido en Madrid en 1995 y aún vigente. Cabrá observar ahora cómo se traduce a la realidad la agenda de trabajo delineada en su marco, teniendo en cuenta que la incluida en el mencionado Acuerdo Marco no ha podido ser plasmada en acciones relevantes. Y también cabrá observar el impacto que esta iniciativa tendrá en el futuro en la cohesión del propio Mercosur. Más allá de las reiteradas declaraciones originadas tanto en Brasil como en la UE, resulta difícil entender el alcance bilateral de esta alianza estratégica, tan pronto se la coloca en la perspectiva del interés proclamado de fortalecer al Mercosur.
Sigue en cambio sin poder concretarse el acuerdo de asociación bi-regional entre la UE y el Mercosur. La razón más aparente continúa siendo el hecho que para concluir la negociación comercial respectiva, se ha señalado que sería preciso avanzar o concluir antes con la Rueda Doha. Lo cierto es que no se perciben, al menos por el momento, razones que permitan hacer un pronóstico optimista tanto con respecto a las negociaciones pendientes en el ámbito de la OMC, como a las bi-regionales UE-Mercosur.
Parece recomendable entonces que en el proceso preparatorio de la próxima Cumbre ALC-UE, se ponga un fuerte énfasis en los métodos de trabajo que se empleen para llevar adelante una nueva agenda bi-regional transatlántica adaptada a los nuevos desafíos que confrontan ambas regiones. En efecto, de la experiencia acumulada surge la necesidad de introducir modalidades operativas que permitan preservar a través del tiempo el necesario impulso político y a la vez, adaptar las hojas de ruta a los continuos cambios que seguirán observándose en las realidades, tanto en el plano global como en el de cada una de las regiones.
Las cuestiones más relevantes de la agenda bi-regional están trascendiendo el plano de las negociaciones comerciales preferenciales, en el sentido de lo que prevén las reglas del GATT (artículo XXIV). Se relacionan con algunas de las cuestiones que en el plano global están requiriendo de respuestas colectivas, tales como – entre otras - las relacionadas con el cambio climático y el medio ambiente; la reforma de las instituciones financieras internacionales; la preservación de condiciones para la integración de cadenas productivas transnacionales; la seguridad alimentaria; las nuevas fuentes de energía y la seguridad colectiva.
Asimismo, en la agenda de las relaciones bi-regionales deberían incluirse nuevas modalidades no preferenciales que permitan intensificar los flujos de comercio y de inversiones; el apoyo financiero para la concreción de proyectos de infraestructura que permitan acrecentar la calidad de la conexión física de los mercados, y la cooperación al desarrollo de los países de menor dimensión económica de América Latina. En este último aspecto, la rica experiencia de cooperación de la UE con países en desarrollo, incluso de la propia Europa, podría contribuir a la concreción de proyectos de cooperación triangular en la que participen activamente los países de mayor desarrollo de América Latina.
A fin de avanzar en la preparación de la próxima Cumbre bi-regional, una idea concreta sería la de encomendar a un grupo de trabajo compuesto por personalidades independientes de alto nivel – especialmente con fuerte prestigio y experiencia práctica -, la preparación de un informe “policy-oriented”, que incluya la evaluación de lo avanzado en los últimos diez años, el diagnóstico de los campos de acción conjunta prioritarios y, en particular, el planteamiento de sugerencias sobre los métodos de trabajo que puedan resultar más eficaces para preservar el impulso político de las relaciones bi-regionales, su continua adaptación a las nuevas realidades y su capacidad para traducir compromisos en hechos concretos.
También resulta recomendable lograr, en tal ejercicio, una fuerte participación del sector empresario y de otros sectores de la sociedad civil, a fin de lograr que el salto cualitativo que se procure producir en la próxima Cumbre ALC-UE, tenga una amplia base de sustentación y legitimidad social. Las instituciones parlamentarias regionales tendrían también que ser objeto de una activa consulta.
(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, y del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.
Texto completo en www.felixpena.com.ar
Ella será precedida por la XIX Cumbre Iberoamericana a realizarse en Estoril (Portugal) en el mes de noviembre próximo, la que estará centrada esta vez en la importante cuestión de la innovación y el conocimiento.
Ese salto cualitativo debería permitir adaptar un proceso bi-regional con ya diez años de duración a las nuevas realidades globales y regionales. El mundo, Europa y América Latina, son hoy muy diferentes a lo que eran cuando se concibieron los planteos fundacionales de la asociación estratégica transatlántica. Ignorar tales cambios significaría profundizar un eventual camino hacia la irrelevancia del mecanismo de Cumbres bi-regionales. No parece ser ello del interés estratégico de ninguna de las dos regiones, especialmente en relación a sus objetivos comunes de lograr el desarrollo de un multilateralismo eficaz que facilite la gobernabilidad global.
Más recientemente, la crisis global y las profundas transformaciones que se están operando en el poder mundial – de las cuales la reciente Cumbre del grupo de los BRIC’s es sólo una de las tantas evidencias -, tornan ineludible adaptar los objetivos, las agendas y en especial, los métodos de trabajo de estas relaciones bi-regionales transatlánticas. Corresponde hacerlo con una visión de futuro – algo así como los próximos diez años – y planes concretos y flexibles de acción – hojas de ruta - que tomen en cuenta los cambios que también se están operando en los Estados Unidos – de los cuales el “factor Obama” es algo más que simbólico – y en las relaciones hemisféricas, así como también la fuerte y creciente presencia de China en los países latinoamericanos.
La idea de tal salto cualitativo en la relación bi-regional transatlántica, lo ha planteado en su reciente visita a América Latina, Juan Pablo de Laiglesia, Secretario de Estado para Asuntos Iberoamericanos del gobierno español. Concretamente señaló, en su paso por Montevideo, que “el mensaje es doble: queremos aprovechar la presidencia de la Unión para impulsar un salto cualitativo en las relaciones UE y América Latina, tanto a nivel global, como a nivel de los grupos sub-regionales latinoamericanos. También dijo que la intención de España es “pasar de las declaraciones a planes de acción concretos que permitan además hacer de este ejercicio de diálogo entre Europa y América Latina una constante en nuestras agendas, con elementos de seguimiento”. Y agregó que “nos preocupa hacer del diálogo algo más permanente y no sólo circunscrito al momento de celebración de las Cumbres, con un plan de acción que nos marque vías de actuación conjunta para el futuro”.
En el mismo sentido se había pronunciado antes Benita Ferrero-Waldner, la Comisaria Europea de Relaciones Exteriores, al afirmar que “la próxima Cumbre Unión Europea –América Latina y Caribe, debería contribuir a fortalecer el dialogo político, reflejando las cuestiones más candentes para nuestra agenda bi-regional en 2010”. Y agregó que “también debemos ser capaces de aprovechar el tiempo que aún nos queda hasta esta Cumbre para preparar un plan de acción para aprobación de nuestros Jefes de Estado y de gobierno. Un plan de acción que sirviese para ejecutar un proyecto de carácter aglutinador en áreas de gran impacto integrador…, y en el que participen gobiernos, sociedad civil y sector privado, en el marco de una Asociación biregional renovada”.
En ambos casos, protagonistas relevantes del proceso de preparación de la próxima Cumbre ALC-UE, han puesto el acento en la cuestión principal de las relaciones bi-regionales tras diez años de la experiencia iniciada con la primera Cumbre realizada en Río de Janeiro en 1999. Más que a los objetivos y a las agendas que se procuran desarrollar con esta mecánica de trabajo entre ambas regiones, ella se refiere a los métodos empleados para traducir en la realidad la vocación de acción conjunta.
En gran parte las dificultades que se han enfrentado y que pueden explicar los magros resultados obtenidos, resultan de las diversidades y asimetrías existentes entre la forma en que se organizan ambos espacios geográficos regionales. Lo ha puesto de manifiesto en su reciente y bien documentado libro el profesor Piero Pennetta, de la Universidad de Salerno.
En efecto, una de las regiones está organizada en torno a la UE y se expresa como un espacio integrado en el plano económico y, crecientemente también en el político. La otra, en cambio, está fragmentada en una diversidad de ámbitos institucionales, algunos de los cuales no son percibidos como sólidos y eficaces – tales los casos de la Comunidad Andina de Naciones y, en cierta medida también, del Mercosur – y otros, no han alcanzado aún la capacidad de expresar el punto de vista conjunto de sus países miembros – tal el caso de la UNASUR, cuyo tratado constitutivo, por lo demás, aún no ha entrado en vigencia -.
De un lado – Europa - hay una construcción institucional relativamente sólida y potencialmente irreversible, más allá de las dificultades que también se confrontan, y que se manifiestan especialmente en los efectos diferenciales de la actual crisis económica y en las demoras en concluir el proceso iniciado con el Tratado de Lisboa. Del otro lado - América Latina y el Caribe -, predominan las precariedades y la dispersión en los esfuerzos de integración. Se está lejos aún de haber alcanzado una relativa irreversibilidad en la construcción de instituciones que permitan organizar el espacio regional en torno a la lógica de la integración.
Algunos resultados pendientes en la relación bi-regional transatlántica, podrán ser logrados antes o en ocasión de la Cumbre de 2010. Lo más probable es que se concluya el acuerdo de asociación de la UE con los países de América Central. También se ha avanzado en las negociaciones bilaterales de la UE con Colombia y Perú, e incluso es posible que se concrete un acuerdo bilateral con el Ecuador. Ellos se sumarían a los acuerdos ya concluidos con Chile y con México.
Con Brasil, la UE ha concluido un acuerdo de alianza estratégica, que no incluye preferencias comerciales, pero que abarca un amplio espectro de acciones conjuntas, las que en su mayor parte ya estaban previstas en el Acuerdo Marco de Cooperación entre la UE y el Mercosur, concluido en Madrid en 1995 y aún vigente. Cabrá observar ahora cómo se traduce a la realidad la agenda de trabajo delineada en su marco, teniendo en cuenta que la incluida en el mencionado Acuerdo Marco no ha podido ser plasmada en acciones relevantes. Y también cabrá observar el impacto que esta iniciativa tendrá en el futuro en la cohesión del propio Mercosur. Más allá de las reiteradas declaraciones originadas tanto en Brasil como en la UE, resulta difícil entender el alcance bilateral de esta alianza estratégica, tan pronto se la coloca en la perspectiva del interés proclamado de fortalecer al Mercosur.
Sigue en cambio sin poder concretarse el acuerdo de asociación bi-regional entre la UE y el Mercosur. La razón más aparente continúa siendo el hecho que para concluir la negociación comercial respectiva, se ha señalado que sería preciso avanzar o concluir antes con la Rueda Doha. Lo cierto es que no se perciben, al menos por el momento, razones que permitan hacer un pronóstico optimista tanto con respecto a las negociaciones pendientes en el ámbito de la OMC, como a las bi-regionales UE-Mercosur.
Parece recomendable entonces que en el proceso preparatorio de la próxima Cumbre ALC-UE, se ponga un fuerte énfasis en los métodos de trabajo que se empleen para llevar adelante una nueva agenda bi-regional transatlántica adaptada a los nuevos desafíos que confrontan ambas regiones. En efecto, de la experiencia acumulada surge la necesidad de introducir modalidades operativas que permitan preservar a través del tiempo el necesario impulso político y a la vez, adaptar las hojas de ruta a los continuos cambios que seguirán observándose en las realidades, tanto en el plano global como en el de cada una de las regiones.
Las cuestiones más relevantes de la agenda bi-regional están trascendiendo el plano de las negociaciones comerciales preferenciales, en el sentido de lo que prevén las reglas del GATT (artículo XXIV). Se relacionan con algunas de las cuestiones que en el plano global están requiriendo de respuestas colectivas, tales como – entre otras - las relacionadas con el cambio climático y el medio ambiente; la reforma de las instituciones financieras internacionales; la preservación de condiciones para la integración de cadenas productivas transnacionales; la seguridad alimentaria; las nuevas fuentes de energía y la seguridad colectiva.
Asimismo, en la agenda de las relaciones bi-regionales deberían incluirse nuevas modalidades no preferenciales que permitan intensificar los flujos de comercio y de inversiones; el apoyo financiero para la concreción de proyectos de infraestructura que permitan acrecentar la calidad de la conexión física de los mercados, y la cooperación al desarrollo de los países de menor dimensión económica de América Latina. En este último aspecto, la rica experiencia de cooperación de la UE con países en desarrollo, incluso de la propia Europa, podría contribuir a la concreción de proyectos de cooperación triangular en la que participen activamente los países de mayor desarrollo de América Latina.
A fin de avanzar en la preparación de la próxima Cumbre bi-regional, una idea concreta sería la de encomendar a un grupo de trabajo compuesto por personalidades independientes de alto nivel – especialmente con fuerte prestigio y experiencia práctica -, la preparación de un informe “policy-oriented”, que incluya la evaluación de lo avanzado en los últimos diez años, el diagnóstico de los campos de acción conjunta prioritarios y, en particular, el planteamiento de sugerencias sobre los métodos de trabajo que puedan resultar más eficaces para preservar el impulso político de las relaciones bi-regionales, su continua adaptación a las nuevas realidades y su capacidad para traducir compromisos en hechos concretos.
También resulta recomendable lograr, en tal ejercicio, una fuerte participación del sector empresario y de otros sectores de la sociedad civil, a fin de lograr que el salto cualitativo que se procure producir en la próxima Cumbre ALC-UE, tenga una amplia base de sustentación y legitimidad social. Las instituciones parlamentarias regionales tendrían también que ser objeto de una activa consulta.
(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, y del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.
Texto completo en www.felixpena.com.ar
Félix Peña