La designación de Celso Amorim al frente del Mterio de Defensa

Celso Amorim, apacible paulista que está en los 69 años de edad, ha sido canciller del Brasil durante diez años, pues a su período con Lula deben sumarse los dos años como tal durante la presidencia de Itamar Franco, entre 1993 y 1995. Este antecedente singular implica que ha cumplido al frente de las relaciones exteriores del Brasil un lapso igual al del arquetipo del diplomático brasileño, el Barón de Río Branco


Informa el diario La Nación de Buenos Aires, en su edición del 5 de agosto
pasado, que se produjo la tercera baja en el gabinete de la presidente Rouseff, con
la renuncia que aquélla le pidió a quien era su Ministro de Defensa, Nelson Jobim,
por haber criticado públicamente, de manera descomedida, a dos de sus colegas.

Considero que este hecho presenta, por lo menos, cuatro circunstancias que
son destacables, y que muestran: primero, un correcto uso del tiempo; segundo, el
respeto por los acuerdos políticos; tercero, el papel que la Defensa tiene para ese
gobierno; y cuarto, la estabilidad de que gozan los integrantes de una burocracia
que suele exhibir altísimo nivel.

El correcto uso del tiempo lo ha mostrado la presidente al pedir la renuncia a
Nelson Jobim por teléfono, antes de que saliera a la venta el número de Folha de
Sâo Paulo al que aquél hizo las declaraciones que contenían las críticas objetadas,
sin que se llegase a producir un enfrentamiento en reunión de gabinete, evitándose
así una situación inútilmente incómoda que agravase la boutade del ex ministro e
interfiriese en el tratamiento de los asuntos de gobierno.

Segundo, el respeto por los acuerdos políticos, porque la continuación de
Nelson Jobim en el gabinete, donde estaba desde 2007, fue solicitada a una recién
electa presidente Rouseff por el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, y ella ahora
reemplazó a Jobim por Celso Amorim, que también acompañó al presidente Lula,
aunque como canciller, durante sus dos mandatos.

Tercero, la clara visión de que un ex canciller era adecuado sustituto en
estos momentos – más allá del antecedente indicado - para un veterano ministro de
Defensa, particularmente en una potencia vigorosamente emergente cuya situación
en el mundo hace que se encuentre, entre otros desafíos:

- enfrentando relaciones de diferente grado con los países predominantes;
- encarando el impulso de la detección y la extracción de petróleo submarino
a grandes profundidades, actividad con ingentes necesidades de protección que
incluyen la de su soberanía en el mar adyacente;
- aspirando a mayores funciones en el marco de las Naciones Unidas, las que
demandarán compromisos militares, aunque en principio y básicamente lo sean
para misiones de paz;
- la posesión de un inmenso territorio, en algunas de cuyas fronteras pueden
hacer eclosión problemas de seguridad latentes;
- que ha convenido ya acuerdos de colaboración con otras potencias que
incluyen aspectos militares y aún nucleares;
- y que, como consecuencia de todo ello, está embarcada en un proceso de
rearme acelerado, que también se registra en otros países suramericanos.

Cuarto, a esa situación cabe agregar que Celso Amorim, apacible paulista
que está en los 69 años de edad, ha sido canciller del Brasil durante diez años,
pues a su período con Lula deben sumarse los dos años como tal durante la
presidencia de Itamar Franco, entre 1993 y 1995.

Este antecedente singular implica que ha cumplido al frente de las relaciones
exteriores del Brasil un lapso igual al del arquetipo del diplomático brasileño, el
Barón de Río Branco, que lo estuvo desde el 3 de diciembre de 1902 hasta su
fallecimiento el 10 de febrero de 1912, en un período de gran construcción
institucional.

José María da Silva Paranhos Júnior, nacido en el Imperio y que sirvió a la
República (el que no debe ser confundido con su padre, el Vizconde de Río Branco,
también de actuación internacional al servicio del Brasil), consolidó durante su
ministerio las fronteras brasileñas con todos sus vecinos – y hablar de fronteras en
países organizados es hablar de defensa -, y se lo tiene por el hacedor técnico y
cultural del Itamaraty moderno.

Ambos, Celso Amorim y el Barón de Río Branco, son ejemplos también, cada
uno en su época, de continuidad en la tarea y de una burocracia ilustrada, eficaz y
convencida de sus principios, que aparece ciertamente con frecuencia en el Estado
brasileño.

Por otra parte, coo se mencionó, el desplazamiento de Jobim es el tercer cambio de ministro del gobierno Rouseff porque además Alberto Armendáriz, el
corresponsal en Brasil de La Nación, nos recuerda otros dos casos en los que a la
presidente no le tembló el pulso cuando llegó el momento.

Uno fue el de Antonio Palocci, ex ministro de Economía del gobierno Lula y
jefe de gabinete con la presidente Rouseff, y el otro, un mes atrás, el Ministro de
Transporte Alfredo Nascimento, ambos por acusaciones de corrupción.

Esta última causal de remoción no es exótica ni privativa de las segundas
líneas en el Brasil. Basta recordar lo ocurrido con el ex presidente Collor de Mello,
firmante con el ex presidente Menem de Argentina del Tratado de Asunción que dio
origen al Mercosur, quien también fue constitucionalmente desplazado por tales
motivos.

Es indudable que los antecedentes de corrupción no tienen margen de
tolerancia en los países que genuinamente tienen la posibilidad de pesar en las
decisiones internacionales.


* Sixto Portela, abogado, con posgrados en Análisis Estratégico, Geopolítica y Estrategia, y Política y
Administración Aduanera, profesor e investigador, participó como asesor en la redacción de
numerosos proyectos de legislación en su país, efectuó tareas dentro del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo, colabora en publicaciones especializadas, y realiza estudios sobre temas de integración regional para instituciones estatales y privadas.
sixtoportela@gmail.com  

Sixto Portela