La gobernabilidad del espacio geográfico sudamericano

En un espacio geográfico regional sudamericano crecientemente interdependiente, dinámico y multipolar, y en el que han aflorado en los últimos tiempos nuevos factores de eventuales fracturas que pueden alimentar tendencias a la fragmentación, la construcción de instituciones y reglas de juego que configuren bienes públicos regionales, es una demanda prioritaria que aún no está plenamente satisfecha, sostiene Félix Peña (*) en su último análisis. Precisamente son las cuestiones de la gobernabilidad del espacio geográfico regional las que más requieren de un liderazgo político que genere respuestas que permitan, a la vez, neutralizar los efectos de fuerzas centrífugas, y asegurar la paz y la estabilidad democrática, así como la creciente conexión entre los respectivos mercados. Más que analizar la realidad regional en términos de eventuales competencias por ejercer liderazgos individuales, cabe observar si se consolidan tendencias a liderazgos colectivos, capaces de generar una oferta de bienes públicos que contribuyan a la gobernabilidad del espacio sudamericano.


Periódicamente se instala en los medios de comunicación la cuestión de una competencia entre gobiernos de países latinoamericanos por ejercer un liderazgo en la región, especialmente a través de visitas presidenciales. En estas semanas, por ejemplo, fue noticia el hecho de que los viajes respectivos de los Presidentes Lula da Silva – a México y países de Centroamérica y del Caribe – y Hugo Chávez – a la Argentina y otros países sudamericanos -, pudieran ser visualizados como parte de una sorda puja de ambos líderes – y de sus respectivos países - por el liderazgo de la región. Incluso se instaló la idea de que en un caso se esgrimía a los bio-combustibles como un instrumento de tal liderazgo y, en el otro, al petróleo y el gas.

En parte el que la cuestión sea noticia refleja el hecho de que, en forma creciente, el ejercer un liderazgo regional expresado en visitas presidenciales – o el aparentar ejercerlo – es útil para la imagen del respectivo lider político en su propio frente interno. El viaje se inserta en tal caso, en lo que puede denominarse la diplomacia mediática – capítulo de creciente importancia en la tendencia generalizada a la política mediática -, en la que un objetivo no secundario suelen ser los titulares de los diarios del propio país. A veces, incluso, se concluyen acuerdos que se califican como “históricos” y que, sin embargo, sus textos no se pueden encontrar luego en las páginas Web oficiales.

En algunos casos, un país puede visualizar el ejercicio de un liderazgo – o al menos la imagen de que efectivamente se ejerce – como un medio a fin de ganar presencia y prestigio ante terceros países con intereses en la región, especialmente ante los Estados Unidos, la Unión Europea y, crecientemente, China. Esta motivación a veces suele ser mayor en aquellos diplomáticos profesionales más preocupados – incluso por prestigio propio – en lograr triunfos para su país, como podría ser por ejemplo, el que se alcanzare la condición de miembro permanente en una eventual reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Otra motivación puede relacionarse con la necesidad de instalar ante esos países, la idea de que un país puede constituir una especie de ancla para la estabilidad política de la región y, como tal, ejercer una influencia eventualmente decisiva para la resolución de conflictos entre vecinos, o para contribuir a solucionar aquellos internos que pueden desestabilizar un sistema democrático o conducir a una guerra civil.

Respecto a la cuestión del liderazgo regional en América del Sur, los interrogantes pueden plantearse por lo menos en tres planos.

El primer plano se refiere a cuáles son algunos de los factores que explican la relevancia que el espacio geográfico sudamericano ha adquirido en los últimos tiempos, especialmente en la perspectiva de las agendas nacionales y externas de los países de esta región. Son factores que operan sobre un trasfondo histórico en el que las relaciones con el contexto contiguo sudamericano – entendido básicamente como los “países vecinos”, que para Brasil es casi toda América del Sur -, ocupó siempre un lugar relevante en las agendas externas de cada país de la región, a veces tan o más importante que sus relaciones con potencias centrales. Lo ha sido sobre todo, en términos de afirmación territorial y de seguridad – cuando las hubo, las guerras eran entre vecinos - pero también, comenzado el proceso de industrialización al promediar el siglo pasado, en términos de mercados para productos manufacturados.

En las últimas décadas la conectividad entre los sistemas políticos y económicos de los países sudamericanos se ha acrecentado, en parte como consecuencia de los procesos de integración económica y, en años más recientes, como consecuencia del factor energía y, crecientemente, del narcotráfico y del crimen organizado. Con epicentro en el sur de América del Sur – los países del Mercosur y Chile -, han desarrollado redes de producción y comercio, con su consiguiente impacto en las redes de transporte y de logística. Y con un alcance de casi todo el espacio geográfico sudamericano, se están desarrollando ahora redes de interconexión eléctrica y, especialmente, de suministro de hidrocarburos. El petróleo y el gas, en particular, ha comenzado a dominar la agenda de la interdependencia económica sudamericana – pero con claras implicancias geopolíticas - con el creciente protagonismo de países como Venezuela, Bolivia y también Ecuador.

Y el potencial de producción de alimentos, de bio-combustibles y de minerales, fuertemente demandados por economías emergentes como China e India, contribuye además a acrecentar el interés de países extra-regionales en la región en su conjunto y a diversificar los orígenes de la inversión directa extranjera.

El segundo plano en el que cabe plantear interrogantes, se refiere a si la configuración del poder relativo en este espacio geográfico regional permite imaginar que un solo país pueda ejercer un liderazgo individual decisivo, sea en lo político o en lo económico. En tal sentido, todo indica que el espacio sudamericano – en buena medida por el factor energía, pero también por razones geopolíticas – se está tornando crecientemente multipolar. Ello implica que ningún país, ni siquiera el más grande que indudablemente es el Brasil, puede por sí sólo incidir, sea en la construcción de una región dominada en el plano político y en el económico, por la lógica de la cooperación e integración en lugar de la del conflicto, sea en la solución de los eventuales conflictos que afecten la estabilidad política de la región.

El liderazgo en tal caso, tendría que ser colectivo a fin de aspirar a ser eficaz. Y tiene que, especialmente, traducirse en la capacidad de desarrollar bienes públicos – instituciones y reglas - que contribuyan a la gobernabilidad del espacio regional.

Y, finalmente, el tercer plano se refiere a aquellas principales cuestiones de la agenda sudamericana de los próximos años, en relación a las cuales puede ser más necesario ejercer un liderazgo en la región y al tipo de liderazgo que la realidad regional puede demandar. Precisamente, son las cuestiones de la gobernabilidad del espacio geográfico regional las que más requieren de respuestas que permitan, a la vez, neutralizar los efectos de fuerzas centrífugas, asegurando el predominio de la paz y la estabilidad democrática, así como la creciente conexión entre los respectivos mercados.

En un espacio geográfico sudamericano crecientemente interdependiente y en el que han aflorado en los últimos tiempos nuevos factores de eventuales fracturas, que pueden alimentar las tendencias a la fragmentación, la construcción de instituciones que configuren bienes públicos regionales, es una demanda aún no satisfecha. Los factores que impulsan a la fragmentación regional, pueden estar vinculados a la competencia por las fuentes de energía, y también a consecuencias de fracturas sociales internas de países vecinos, combinadas con distintas modalidades de redes de crimen organizado. En otros casos pueden resultar de emergentes disonancias conceptuales e ideológicas. Y también subsisten potenciales fuerzas centrífugas provenientes de la historia, esto es heridas no cerradas de viejos conflictos territoriales.

En tal perspectiva cabe colocar la visualización del futuro del Mercosur. Fue concebido en su momento fundacional y aún puede ser, una especie de núcleo duro de la gobernabilidad del espacio sudamericano, asentado sobre la relación especial entre la Argentina y el Brasil. Es decir, que su razón de ser y su sentido político ha trascendido siempre y trasciende aún, a su natural contenido económico.

Siendo así, la debilidad institucional del Mercosur es preocupante. Sus reglas de juego siguen teniendo déficit de calidad, y muchas veces son insuficientes para captar las nuevas realidades de la competencia económica regional y global. En parte puede estar reflejando procesos de creación normativa que también son deficientes. También se observan insuficiencias en el desarrollo de un mecanismo eficaz de solución de controversias entre los socios. El Protocolo de Olivos tuvo como finalidad perfeccionar lo existente a partir del Protocolo de Brasilia.

Pero recientes incumplimientos de laudos del Tribunal Permanente de Revisión que funciona en Asunción (ver el artículo de Emilio Cárdenas, “Un revés en el Mercosur”, en el diario La Nación, del 11 de agosto de 2007, página 37; y también el de Alfredo López Bravo, “El reciente laudo del Tribunal Permanente de Justicia del Mercosur”, en el Newsletter Mercosur ABC, año 2, número 157, del jueves 9 de agosto de 2007, en www.mercosurabc.com.ar/vista_newsletter.asp) e incluso, las diferencias que han aflorado entre este órgano y los órganos de decisión política del Mercosur, con respecto a la designación de su Secretario, no podrían considerarse una tendencia en la buena dirección.



Texto completo en www.felixpena.com.ar


(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank, y del Módulo Jean Monnet y del Núcleo Interdisciplinario de Estudios Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF).
Félix Peña