La inversión extranjera directa en la Argentina ¿prescindible o necesaria?
Desde que en octubre del año pasado las cifras tanto del INDEC como de la UNCTAD fueron concluyentes en que la inversión extranjera directa (IED) en Argentina se mantiene por debajo de los estándares de la región, varios diarios y medios especializados vienen señalando esta circunstancia como una señal negativa de la economía argentina. Si en otra coyuntura macroeconómica la necesidad de divisas era una motivación esencial para atraer IED, hoy el país se encuentra en una situación de estabilidad en las principales variables nacionales. Si se observan los proyectos de formación de capital en el período 2002-2006, se identifica un creciente protagonismo del capital nacional que logró duplicar su participación en el total de inversiones desde el 19% en 2003 hasta el 35% en 2006 con un total de 4.025 millones de dólares. A pesar de este incremento, la participación del capital extranjero continúa siendo considerable. No puede negarse que la inversión es fundamental para el crecimiento del país. Pero Argentina se exhibe un buen desempeño en formación bruta de capital fijo, y en términos regionales, según datos de la Agencia de Nacional de Desarrollo de Inversiones, la Argentina se encuentra por delante de México, Brasil y Perú en lo que se refiere a la relación IBIF/PIB, con bajo impacto de la IED en esta ecuación.
Por supuesto, no puede negarse que la inversión es fundamental para el crecimiento del país. Pero sucede que la Argentina se viene desempeñando bien en lo que refiere a formación bruta de capital fijo, alcanzando el 19,9% del PIB en 2006, superando de esta forma el 19,7% de 1998 (CEPAL). En términos regionales, según datos de la Agencia de Nacional de Desarrollo de Inversiones, la Argentina se encuentra por delante de México, Brasil y Perú en lo que se refiere a la relación IBIF/PIB.
Dentro de este marco, el impacto de la IED en la inversión general en Argentina es bajo, con sólo un 9,6% de la IBIF, cifra que es mucho menor que el 15,2% promedio de la década de los noventa y que está por debajo, también, del promedio actual de Sudamérica donde la IED participa con 13,1% (UNCTAD).
Este cuadro nos permite concluir que Argentina se encuentra en la media de la IBIF de la década de los noventa y en niveles promedio con el resto de la región, aunque actualmente la IED tiene una menor importancia y la participación del ahorro externo pasó de 4,6% en 1994 a -1,9% en 2005 (INDEC).
Si se observan los proyectos de formación de capital en el período 2002-2006, se identifica un creciente protagonismo del capital nacional que logró duplicar su participación en el total de inversiones desde el 19% en 2003 hasta el 35% en 2006 con un total de 4.025 millones de dólares. A pesar de este incremento, como puede verse, la participación del capital extranjero continúa siendo considerable (CEP).
Todo esto quiere decir que, con una menor participación de IED, la Argentina ha logrado alcanzar, gracias al ahorro nacional, el nivel de formación de capital de los otros países de la región que sí se han beneficiado de mayores niveles de IED.
En este escenario, algún observador podría argumentar que la Argentina logró balancear su situación merced al ahorro nacional y que no requiere mayores niveles de IED. No obstante, quizás ésta sea una simplificación demasiado optimista.
En primer lugar, para mantener niveles de crecimiento como los actuales, cuando la capacidad instalada está casi al 100% en muchos sectores, los niveles de inversión deben ser mayores. Quizás cerca del 40% del PIB como es el caso de varios países asiáticos, con lo cual todo capital dirigido a una inversión productiva debería ser bienvenido.
La cuestión crucial es, con todo, que la inversión en la Argentina se canaliza a sectores tradicionales de la economía. Entre los principales bienes de capital importados en 2005, sólo el 25% estaban dirigidos a la industria y de aquellos sobresalen los relacionados con manufacturas tradicionales (CEP). Esto quiere decir que la inversión nacional está centrada en esos sectores. En ese sentido, el patrón exportador, que refleja la competitividad del país, no logra despegarse de su fuerte sesgo no industrial.
Durante la década de los noventa, aún cuando la IED era más importante, el país no logró impulsar sectores no tradicionales. Contrariamente, la IED se focalizó en la adquisición de compañías nacionales. Para el año 2004, el 58% de las empresas líderes eran de capital extranjero, mientras otro 9% de ellas tenían participaciones extranjeras de entre el 10% y el 50% (INDEC).
En la actualidad existen críticas a la IED como instrumento para el desarrollo, y la experiencia argentina durante la década pasada, por su parte, no fue muy auspiciosa. No obstante, en mi opinión, la IED puede ayudar para que una economía impulse sectores no tradicionales que, de otra forma, nunca comenzarían a desarrollarse (como en el caso de Irlanda con el sector informatico). Por supuesto, no se trata sólo de brindar beneficios para que las empresas trasnacionales se instalen en el país, sino de crear las condiciones necesarias para generar encadenamientos productivos, externalidades positivas y permitir, así, que el país logré integrarse a cadenas productivas globales de forma virtuosa.
La IED hoy crece más rápido que las exportaciones a nivel global, lo que la vuelve la fuerza globalizadora más dinámica. La fragmentación de la cadena productiva en distintas etapas y lugares es una característica saliente de la nueva economía mundial. En ese sentido, que la Argentina quede relegada de los flujos de IED significa que su integración a los esquemas productivos globales es muy baja.
Sin embargo, cualquier integración, por ejemplo una basada en bajas salarios, no es deseable. Por el contrario, es necesario que la IED sea atraída con políticas públicas tendientes a hacer un uso virtuoso de ella. La Argentina necesita una estrategia frente a la IED que le permita hacer un uso inteligente de sus posibilidades, en momentos cuando la urgencia por financiamiento externo no es la motivación esencial para su atracción.
* Investigador del Centro de Estudios Interdisciplinarios de Derecho Industrial y Económico, UBA.