Ouro Preto. Los problemas y los logros del Mercosur.

La reciente reunión de los presidentes de los países del Mercosur en la ciudad brasileña de Ouro Preto, alcanzó logros significativos tanto en lo comercial como en lo político que quedaron opacados por las turbulencias coyunturales ocasionadas por un comprensible clima de tensión alrededor de las dificultades surgidas entre Brasil y Argentina, sobre las reglas de intercambio comercial entre ambos países, señala el embajador Eduardo Sigal en una extensa columna de opinión. Situando estas tensiones en el contexto de la actual etapa de desarrollo del bloque regional, el subsecretario de Integración Económica americana y de Mercosur de la Cancillería argentina señala el lugar prioritario en la agenda de discusión de la integración productiva, la colaboración entre los países del bloque para la puesta en marcha de un proceso de desarrollo económico de escala regional, inspirado en el propósito de revertir las enormes desigualdades sociales que atraviesan sus países, prosigue. El Mercosur tiene todavía limitaciones a la hora de atender situaciones visibles de asimetría y de perjuicios parciales en el comercio intrazona y en la articulación productiva. Todos problemas que se solucionarán en el marco del rumbo estratégico que anima a los miembros del Mercosur, que sigue avanzando, incorporando nuevos estados nacionales y reforzando aspectos de su tejido institucional, afirma el embajador Sigal en la nota que se reproduce a continuación.


La reciente reunión de los presidentes de los países del Mercosur en la ciudad brasileña de Ouro Preto estuvo atravesada por un comprensible clima de tensión alrededor de las dificultades surgidas entre Brasil y Argentina, sobre las reglas de intercambio comercial entre ambos países. Corresponde, en consecuencia, situar estas tensiones en el contexto de la actual etapa de desarrollo del bloque regional.

El modo de construcción de la integración regional es, al mismo tiempo, una expresión del proyecto de sociedad en el que se encuentra el país y un indicador de su estrategia de inserción en el mundo. El perfil del Mercosur atravesó cambios a través de su historia. Fue concebido en las conversaciones previas entre los presidentes Sarney y Alfonsín como garante de la paz en la región, después de la convulsionada década de los setenta y como palanca para el fortalecimiento de las recién recuperadas democracias en la zona. Durante la década de los noventa, la apertura comercial incentivada por el paradigma económico de la época tuvo su apogeo: en la primera mitad de ese período el intercambio entre los países miembros experimentó significativos avances. La crisis brasileña y el posterior colapso generalizado en Argentina signaron el fin de esa etapa: hoy está claro que el libre comercio -objetivo importante y que aun no hemos alcanzado en plenitud- dista de ser el sentido principal de la integración.

Lo que se discute hoy es la integración productiva, la colaboración entre nuestros países para la puesta en marcha de un proceso de desarrollo económico de escala regional, inspirado en el propósito de revertir las enormes desigualdades sociales que atraviesan a nuestros países y terminar con la exclusión, punto central de nuestras agendas domésticas y colectivas. No es extraño que el edificio institucional del Mercosur aparezca en retraso frente a este nuevo desafío que encaran nuestras sociedades.

Con grandeza y espíritu autocrítico hay que reconocer que muchos de los enunciados comunes que los presidentes de nuestros países aprueban se estancan en la mesa de negociaciones, en la que suelen aparecer de modo recurrente cálculos particularistas que postergan su puesta en práctica. Tampoco pueden sorprender a nadie las dificultades para avanzar en una nueva dinámica institucional, acorde con una estrategia productiva regional, en una coyuntura en la que nuestros países realizan enormes esfuerzos para sacar a sus economías de condiciones de grave vulnerabilidad externa.

Según se sabe, la economía argentina vive un momento crucial en el que, dentro de un proceso de recuperación, empieza a definir un perfil productivo para los próximos años. Está claro que el Mercosur es y debe ser más aun en el futuro una fuente de oportunidades y recursos para ese rumbo estratégico. Así se viene demostrando en una serie de escenarios internacionales en los que la acción conjunta de nuestros países mejora las condiciones negociadoras de todos los socios; así ocurre en la OMC, en la negociación con la Unión Europea y en el proceso de discusión del tratado de libre comercio hemisférico, el ALCA, entre otras arenas de relacionamiento internacional. Sin embargo, según lo reconocen todas las partes, el Mercosur tiene todavía problemas y limitaciones a la hora de atender situaciones visibles de asimetría y de perjuicios parciales en el comercio intrazona y en la articulación productiva.

Ahora bien, ¿significa lo anterior que el Mercosur no sirve para los objetivos de desarrollo industrial argentino o de alguno de los otros países? Desgraciadamente, existen interpretaciones de actores influyentes en más de uno de nuestros países que apunta en esa dirección. El debate, pues, está planteado. Pero para debatir con plena honestidad intelectual, los escépticos de la integración deberían adjuntar a sus críticas una mirada estratégica en relación al rumbo a adoptar por nuestros países. ¿Cuál es la alternativa a la integración? ¿El cierre de nuestros mercados en una apuesta mercadointernista del tipo de la que se sostenía en los años sesenta? ¿La negociación individual de cada uno de nuestros países con aquellas naciones más poderosas, aun en detrimento de sus vecinos? ¿La competencia desenfrenada entre nuestros países por quién desregula más la economía y precariza más el empleo en procura de atraer inversiones de capitales? Todas las opciones pueden ser objeto de deliberación pública: sin embargo, los descalificadores del Mercosur hacen silencio a la hora de sugerir rumbos alternativos.

Mientras tanto, la reunión de Ouro Preto alcanzó logros significativos que quedaron opacados por las turbulencias coyunturales. Se eliminó el doble cobro de aranceles dentro de la región, lo que favorece los acuerdos comerciales con países extrazona; se alcanzó un acuerdo de facilitación de negocios orientado a reducir las dificultades para el establecimiento de empresas en países de la región; fueron creados fondos para favorecer la convergencia estructural, desarrollar la competitividad y promover la cohesión social en la región. Desde el punto de vista político, resulta crucial la decisión adoptada de avanzar hacia la creación del Parlamento del Mercosur antes de diciembre de 2006. Así también la incorporación como Estados socios de Ecuador, Colombia y Venezuela, que se suman así a Chile, Bolivia y Perú que ya tenían esa condición, y la decisión de seguir avanzando en la concertación política y la integración de América del Sur, según lo acordado en la reciente reunión de Cuzco.

Los problemas pueden y deben solucionarse y serán solucionados porque nuestros países tienen un rumbo estratégico claro. Mientras se encaran y discuten con paciencia y madurez, el Mercosur sigue avanzando, incorporando nuevos estados nacionales y reforzando aspectos de su tejido institucional. También en la relación con sus vecinos, nuestro país tiene decidido superar el pasado: terminar con una historia de desencuentros y desconfianzas e inaugurar una época de construcción común.

Emb. Eduardo Sigal