Sudamérica en la competencia económica global del futuro

América Latina es una región heterogénea. Pero los factores que explican pronósticos optimistas son visibles en países que son claves por su dimensión y relevancia económica, con un fuere potencial para derramar sus éxitos hacia el resto de la región. Uno de ellos es Brasil, señala Félix Peña*.


Latinoamérica es una región con un creciente valor en la perspectiva de protagonistas relevantes en la competencia económica global. Ello es más evidente en el caso de economías emergentes –o mejor aún, re-emergentes-, como son China e India. Se refleja en flujos de comercio y, en especial, de inversiones directas. No es un hecho que pase desapercibido ni en los Estados Unidos ni en los países de la Unión Europea.

Tal valorización es más notoria en el caso de América del Sur. Al respecto, Marco Aurelio García –el asesor internacional de Dilma Rousseff y que acompañó a Lula en toda su gestión- en una entrevista de prensa (diario “Última Hora” de Asunción, del 28 de marzo pasado, en:

http://www.ultimahora.com/notas/415648-Somos-la-mayor-reserva-de-agua,-energia-y-alimentos-en-el-mundo ) señalaba que América del Sur “es la región más importante del mundo en lo que se refiere a la producción de alimentos…tenemos además gigantescas reservas de minerales, convencionales, como el hierro, y de nueva generación, como el litio. Tenemos también, tanto por el tamaño de la población como por las políticas de inclusión social que están aplicando nuestros países, la posibilidad, o mejor la realidad, de un mercado interno más que importante. Somos casi 400 millones de sudamericanos que se transforman en un gran punto de atracción. Tenemos agua en abundancia y biodiversidad”. Y completó su idea sobre el valor de la región para el resto del mundo afirmando que: “Tenemos además algunos factores que son fundamentales para garantizar la calidad de vida. Es esta una región que tiene cierta homogeneidad cultural y lingüística, lo que hace que no estemos agobiados por tener que enfrentar tantas lenguas ni culturas diferentes. Es, además, una región de paz. Es probablemente la única región del mundo en la que los países no tienen armas nucleares, donde no hay conflictos entre los países hace un montón de tiempo. Y si hay algún conflicto sobre cuestiones fronterizas se pueden resolver fácilmente por la vía diplomática. Y, además -y esto es clave-, es una región de gobiernos democráticos, electos en elecciones libres y bajo observación internacional”.

Una visión como la citada refleja razones de peso que permiten tener una visión optimista sobre el papel de la región en la competencia económica global del futuro. Ellas pueden explicar el hecho que en muchos casos, gobiernos, empresarios y la ciudadanía, se están tornando a la vez, más asertivos, pragmáticos y optimistas.

Por cierto que no hay que subestimar las enormes dificultades y desafíos que los países de la región tendrán que superar en los próximos años. Se sabe que en un mundo de continuos cambios sistémicos, todo ejercicio prospectivo constituye un juego peligroso. En el caso de América Latina, dada la imagen que por mucho tiempo ha prevalecido en países más desarrollados –especialmente en los europeos y en los Estados Unidos- ha sido siempre más seguro predecir escenarios negativos e incluso catastróficos. Hoy, sin embargo, se observan factores que permiten aventurar pronósticos más positivos con respecto al valor de la región, siendo ello más claro en el caso de Sudamérica.

Pero para comenzar con las deficiencias que aún se pueden observar, cabe referirse al inventario de razones que han alimentado por mucho tiempo un escepticismo sobre la región. Entre otros, los siguientes son algunos factores que podrían eventualmente justificar aún una visión pesimista en torno a su futuro: la subsistencia de la pobreza y, en particular, de amplias desigualdades sociales; la baja calidad institucional reflejada en una débil capacidad para asegurar la articulación de intereses sociales contradictorios y el predominio del derecho en la vida social; la inestabilidad política como una condición endémica que suele conducir a planteos que no son siempre sostenibles a la hora de encarar con eficacia algunos de los más serios problemas económicos y sociales; el insuficiente número de empresas con capacidad para competir en los mercados internacionales, resultante de un bajo nivel de innovación y de inversión en ciencia y tecnología. Son, entre otros, factores que han predominado en muchos análisis sobre el futuro de la región, llevando a conclusiones pesimistas aún cuando ellos sean apreciados junto otros que son positivos, tales como la dotación de valiosos recursos naturales.

Antes de mencionar los factores que mueven al optimismo, cabe recordar que no siempre se presentan con características e intensidades similares en todos los países de la región. América Latina –e incluso Sudamérica- es extensa y diversificada. No se pueden efectuar abordajes de sus realidades y percepciones que no reconozcan las diferencias, por momentos profundas, que existen entre los países. Por lo tanto los factores que podrían explicar un pronóstico más optimista sobre el futuro de la región, no son válidos necesariamente para todos los países. Pero ellos son más visibles hoy en algunos países que son claves por su dimensión y relevancia económica, y que tienen por lo tanto un fuerte potencial para derramar sus eventuales éxitos hacia el resto de la región.

Si bien se pueden mencionar otros casos, es posible sostener que uno de esos países es Brasil. Cambios profundos operados en especial durante los períodos presidenciales de Fernando Henrique Cardoso y de Lula da Silva –y que todo indica serán continuados por la actual Presidenta-, están transformando el país más grande de América del Sur en lo que puede ser una fuerza impulsora de un futuro más positivo para el resto de la región. Ello no implica, por cierto, que por sí solo Brasil pueda liderar el resto de la región hacia diferentes niveles de desarrollo económico y político. Por el contrario, la construcción de un espacio regional que sea funcional a un escenario en el que predomine la paz, la estabilidad política y un desarrollo económico y social sustentable, requiere de una activa cooperación entre varios países, incluyendo aquellos de fuera de la región con fuerte intereses en ella.

Con la aclaración anterior es posible ahora mencionar por los menos tres razones que permiten tener una cautelosa visión optimista sobre el futuro de América Latina.

La primera se refiere a aspectos en los cuales se torna más evidente el proceso de aprendizaje que la región ha experimentado en las últimas décadas. El primero es el número creciente de líderes políticos y sociales -que reflejan un vasto espectro ideológico- como así también de amplios sectores de las opiniones públicas de distintos países, que reconocen la importancia de la disciplina fiscal y la estabilidad macroeconómica para asegurar objetivos de desarrollo en un marco de sociedad abierta y de democracia. El segundo es el reconocimiento de la importancia crucial de la calidad institucional para avanzar en el plano de la transformación productiva, la cohesión social y la inserción competitiva en la economía mundial. Y el tercero es la percepción clara que en el actual sistema internacional nadie se hará cargo de los problemas de otro país –salvo que ellos les afecten en forma directa o indirecta- y que el destino de cualquier país –grande o chico- deberá ser trabajado al nivel nacional con una activa participación de toda la sociedad.

La necesidad de lograr la articulación de los distintos intereses sociales y disciplinas colectivas como resultante de instituciones fuertes; una estrategia elaborada por el respectivo país para su desarrollo económico, y una inserción competitiva en la economía mundial, son tres lecciones que varios países de la región y sus opiniones públicas están extrayendo de sus experiencias de las últimas décadas, con fuertes impactos en actitudes sociales y políticas públicas.

Una segunda razón es la existencia de señales claras sobre un cambio cultural con respecto a lo que la región puede lograr en el futuro. Son señales relacionadas con un fuerte valor atribuido a la definición de objetivos de largo plazo y al desarrollo de estrategias pragmáticas para lograrlos.

Implica tener claro hacia donde un país procura dirigirse en su desarrollo y en su inserción internacional, sobre lo que realmente puede lograr y, en particular, sobre los pasos que son necesarios dar para avanzar en la dirección privilegiada. En este plano es quizás donde se observan mayores diferencias entre los países de la región. Profundos problemas estructurales no resueltos aún, incluyendo los relacionados con la activa participación de todos los actores sociales en el desarrollo de la nación, explican a veces estas diferencias. En algunos casos, los países están aún transitando hacia una mayor integración social. Y ello puede explicar el que presenten tendencias a la inestabilidad política e incluso, a propuestas de políticas económicas y sociales eventualmente más radicalizadas. En tales casos las perspectivas sobre el futuro suelen presentarse como más inciertas y controvertibles.

Y una tercera razón tiene que ver precisamente con los impactos en la región de las profundas transformaciones que se están operando en el escenario global. Una resultante es que los países de la región tienen hoy múltiples opciones en términos de mercados externos y de fuentes de inversiones y de tecnologías. De allí que la diversificación se ha ampliado en sus relaciones internacionales. Perciben que tienen un valor significativo por lo que puede ser su contribución para encarar algunos de los problemas más críticos de la agenda global. Energía, seguridad alimentaria, cambio climático, son algunas de las cuestiones en los cuales los países de la región –especialmente actuando en conjunto- tienen algo o eventualmente mucho que decir.

El valor creciente que está adquiriendo la región puede ser ilustrado con la visita que en el mes de marzo el Presidente de los Estados Unidos efectuara a Brasil, Chile y El Salvador. Colocada en el telón de fondo de las profundas transformaciones que se están operando en el mapa de la competencia económica global, que reflejan desplazamientos del poder relativo entre las naciones, es posible sostener que la rápida gira de Barak Obama, trasciende motivaciones de corto plazo. Es en tal perspectiva que cobra todo el sentido estratégico que para su país tiene la relación futura con la región latinoamericana y, en especial con América del Sur. Contribuye a explicar el valor que Washington le comienza atribuir a una región tradicionalmente subestimada y percibida como carente de opciones razonables en su inserción internacional.

Tres cuestiones sobresalen entre las muchas abordadas por Obama en su visita. No son por cierto las únicas, pero sí las que más permiten establecer nexos con los factores que inciden en la definición de la futura agenda estratégica de un país como los Estados Unidos, que ha tomado consciencia del tránsito a una nueva era en su papel en el sistema internacional. Son, también, las que permiten encontrar una lógica más profunda al itinerario elegido para esta visita a la región. Tanto Brasil, como Chile y El Salvador, tienen algo o mucho que ver con algunos de esas cuestiones.

La primera cuestión se relaciona con los hidrocarburos y la energía. Pocos días después de su viaje a la región, Obama anunció en la Universidad de Georgetown el objetivo de reducir en un tercio las importaciones de petróleo hacia el año 2025 e instó a las empresas invertir para aumentar la producción en el país. Actualmente produce sólo un 2% del petróleo mundial. Importa unos 11 millones de barriles diarios. Ello implica un cuarto de las exportaciones mundiales de crudo. Las señales inciertas pero potencialmente cargadas de futuro provenientes de los países petroleros del Norte de África y del Medio Oriente, evocan en Washington la marcada vulnerabilidad a la que está expuesto el suministro de petróleo. Acrecienta la necesidad de procurarlo en países más seguros y, a la vez, de desarrollar fuentes alternativas de energía. El desastre de la central nuclear de Fukushima, en el Japón, contribuye a complicar aún más el cuadro del futuro energético no sólo en los Estados Unidos. Por un tiempo al menos, las centrales nucleares no gozarán de la simpatía de los ciudadanos de muchos países.

En esta cuestión Brasil adquiere una importancia creciente. Se destaca en el plano de los biocombustibles. Pero se destaca en particular por las gigantescas reservas de petróleo descubiertas en su costa atlántica. Brasil está ingresando en el club de países que son sinónimo de hidrocarburos. Si los denominados depósitos “pre-sal” – llamados así por estar debajo de 2.000 metros de sal en el mar- pueden ser explotados –y aún no están plenamente explorados-, Brasil podría llegar ocupar el quinto lugar en las reservas mundiales de hidrocarburos. Para su desarrollo será necesario un gran esfuerzo de inversión, incluyendo las del plano tecnológico y del desarrollo de la infraestructura, el transporte y la logística. Junto a las cuantiosas inversiones que demandarán el Campeonato Mundial del 2014 y los Juegos Olímpicos en el 2016, no sorprende el interés que el Brasil despierta en empresas y gobiernos de los principales protagonistas de la competencia económica global incluyendo, por cierto, a los Estados Unidos.

La segunda cuestión tiene que ver con la entrada de China como creciente protagonista en el comercio exterior y las inversiones de países de América del Sur. Tal protagonismo se está manifestando también en Brasil, país con el cual China ha enhebrado relaciones especiales en el grupo BRICS y en función de temas relevantes del G20. Según un estudio divulgado a fines de marzo pasado por el Consejo Empresarial Brasil-China, en el 2010 las empresas chinas concretaron o anunciaron inversiones en el Brasil que podrían acercarse a los 30.000 millones de dólares, de los cuales unos 8.600 millones estaban todavía en proceso de negociación (ver Carta Brasil-China, n° 1, marzo 2011, en: http://www.cebc.org.br/sites/500/521/00001560.pdf). Brasil en diez años pasó de mil millones a 30 mil millones de dólares en sus exportaciones a China, en tanto sus importaciones pasaron de 1.200 millones a 25 mil millones en el 2010. Entre el 2009 y el 2010 el comercio recíproco creció un 52%. China es ahora el primer socio comercial del Brasil. Similar evolución se observa con respecto al comercio y las inversiones de China con los otros países sudamericanos, incluyendo la Argentina. Y las proyecciones hacia el futuro indican que tal tendencia se acentuará.

Hay otras economías emergentes que comienzan a destacarse en la región, tal el caso de la India. Pero sin duda que es la creciente presencia china la que más atención provoca en Washington. Tiene relación además con los intereses geopolíticos y económicos de los Estados Unidos en toda la región del Pacífico. Precisamente uno de los temas de la agenda de Obama en Chile fue el de las negociaciones comerciales del Acuerdo Transpacífico (“Transpacific Partnership” – TPP) que procura un marco común para los acuerdos de libre comercio celebrados por los países participantes (ver http://rc.direcon.cl/noticia/2922). Representa un mercado potencial de cerca de 500 millones de personas. Es una iniciativa en la cual Chile tiene un papel impulsor relevante y en la cual participan además de los Estados Unidos, Malasia, Perú, Vietnam, Brunei, Singapur y Nueva Zelandia. Está abierta a otros países de la región del Asia y el Pacífico.

Y la tercera cuestión se relaciona con las migraciones y más concretamente con el crecimiento significativo de la población hispana en los Estados Unidos. Como las dos anteriores es ésta una cuestión con múltiples desdoblamientos posibles. El paso por El Salvador –con sus dos millones de salvadoreños residiendo, muchos en forma ilegal, en algunas de los grandes ciudades como Nueva York, Washington y Los Ángeles- tuvo en tal sentido un fuerte alcance simbólico.

Tales desdoblamientos se vinculan con algunos de los aspectos más sensibles de la agenda americana del futuro y del debate político de la actualidad. Tienen que ver con la seguridad ciudadana (las maras) y con el narcotráfico. Pero sobre todo tienen que ver con el hecho que no todos los ciudadanos americanos aceptan las consecuencias de una sociedad mestiza y multicultural, de la cual Barak Obama es una clara expresión, lo que explica muchos de sus pronunciamientos que al respecto efectuara en su discurso en Río de Janeiro.

Los datos del último censo americano son elocuentes. Fueron conocidos casi simultáneamente con el viaje de Obama a América Latina. Los “latinos” o “hispanos” ya son 50,5 millones. Un 43% más que en ocasión del anterior censo. Representan ahora el 16.3% de la población de los Estados Unidos. Ese porcentaje era el 12.5% diez años atrás. Y es un porcentaje que crece si se consideran sólo los menores de 18 años. Los nacimientos y las migraciones hispánicas representaron el 56% del crecimiento de la población americana desde el último censo en el año 2000. Son entonces la primera minoría étnica, luego de la mayoría “blanca no hispana” que representa el 64% de la población total. En relación a otros dos grupos étnicos significativos, el de población “afro-americana” (un 13% del total) y la “asiática” (un 5% del total), el latino es el más numeroso y el que más crece. No es un dato que deje indiferente a los políticos. Debe tenerse que los datos del censo son la base para asignar proporcionalmente las bancas legislativas. Y tampoco los deja indiferentes en cada uno de los Estados de la Unión donde la población hispana está creciendo. Sobre todo si se tiene en cuenta que hacia el año 2050 se estima que uno de cada tres habitantes serían latinos. En tal perspectiva, en muchos aspectos políticos y culturales, América Latina está pasando a ser para los Estados Unidos, algo relevante tanto en su frente externo como en su vida interna.

Cabe señalar, finalmente, que si los pronósticos más optimistas sobre la región se fueran confirmando en los próximos años, su pleno aprovechamiento podrá requerir avanzar en la articulación de los intereses nacionales de sus países. Es una articulación que sólo puede tornarse viable a través de liderazgos colectivos. La calidad y densidad de la relación de la Argentina con todos los países de la región puede resultar a tal efecto un factor esencial. La alianza estratégica con el Brasil y el propio Mercosur son, al respecto, núcleos duros de la construcción de un espacio geográfico sudamericano en el que la UNASUR está llamada a desempeñar un papel central.


Texto completo en www.felixpena.com.ar  

(*) Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación Standard Bank; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales - Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group.

Félix Peña