Crisis y desinstitucionalización en Brasil
Bolsonaro en confrontación con el sistema político y abandonado por el establishment. Lula da Silva suma adhesiones con su política frentista. El mundo empresario se distancia. Surge la idea de autogolpe para evitar la derrota electoral en 2022. No sería acompañado por el Comando Superior del Ejército. Los puntos más destacados del trabajo de Arturo Laguado Duca, que reproducimos a continuación en forma parcial.
Después del breve contraataque a finales de la segunda década del S. XXI, el neoliberalismo continúa enfrentando serios problemas para legitimarse en América Latina. Exceptuando el triunfo de Lasso en Ecuador -comprensible sólo en el marco de las tensiones entre el correísmo y sectores del movimiento indígena- las victorias de AMLO en México, Arce en Bolivia, Fernández en Argentina, Castillo en Perú, sumadas a la derrota de la derecha en las elecciones para la asamblea constituyente en Chile, el desprestigio de Duque en Colombia y la debilidad de Abdo en Paraguay -sometido a amenazas de juicio político- abren otro escenario geopolítico en la región [1].
Esta tendencia parece profundizarse con el derrumbe de la imagen de Bolsonaro en Brasil, aunando al repudio internacional, el rechazo de sus connacionales. Según encuestas recientes, en todos los escenarios y contra casi todos los candidatos, el presidente brasileño sería derrotado.
El camino al ocaso
La anulación de todas las sentencias contra Lula en marzo de este año parece haber sido el golpe de gracia para las ambiciones reeleccionistas del presidente brasileño. También fue una importante deslegitimación del principal instrumento de control político que ha tenido la derecha para proscribir a los dirigentes del PT: el lawfare. Los argumentos esgrimidos por la Corte Suprema de Justicia (TSF) para anular la causa Lava Jato por la que fuera condenado Lula, desenmascararon la arbitrariedad judicial: el entonces juez Moro no tenía competencia para juzgarlo.
Si la restitución de los derechos políticos de Lula da Silva proporcionó a la oposición una figura fuerte, la implosión de la imagen de Bolsonaro ante la opinión pública y el establishment tiene que ver con sus propias acciones.
Desde que asumió la presidencia, Bolsonaro profundizó la desinstitucionalización del sistema político brasileño, visible ya en la destitución de Dilma Rousseff. El centrâo -coalición de varios partidos de derecha que alquilan sus mayorías para sacar réditos políticos personales- logró notoriedad en 2014 cuando empezó a presionar a Dilma quien no pudo evitar su propia destitución. La posterior prisión tanto del líder de la coalición, Eduardo Cunha, como del presidente entronizado por el impeachment, Michel Temer, profundizaron la crisis institucional. Aupado en ella, Bolsonaro ganaría popularidad y emprendería el camino a la presidencia.
La posterior alianza incondicional con Trump, a quien emuló en sus posiciones autoritarias y xenófobas, si bien le redituó en un importante apoyo, derivó en más desinstitucionalización.
El impulso a la deforestación del Amazonas, la persecución a las comunidades indígenas, las palabras desobligantes hacia líderes políticos que no compartían su perspectiva ideológica -los presidentes de Francia y Argentina, entre otros, fueron víctimas de su retórica- y posteriormente el aggiornamiento incondicional con la política de EE.UU. hacia América Latina y el apoyo al golpe de Estado en Bolivia, terminaron convirtiendo a Bolsonaro en un mandatario desprestigiado a nivel internacional, sepultando el tradicional liderazgo regional de Brasil.
Al aislamiento internacional y el desprestigio de un sistema político manejado por ‘comerciantes de bancas’, la mayoría de ellos sospechados de corrupción, se sumó el del Poder Judicial cuando llegó a la opinión pública la trama del lawfare. El ataque del presidente a la STF cuando ésta no avaló algunas medidas autoritarias que quiso imponer Bolsonaro -como prohibir que los poderes estaduales decretaran restricciones a la movilidad para combatir la pandemia-, no contribuyó a mejorar la imagen del Poder Judicial.
El proceso de profundización de la desinstitucionalización continuó con la colonización de puestos ejecutivos por miembros del Ejército [5] generando un profundo malestar en las FF.AA., pero, indirectamente, habilitando su participación en política. Un resultado preocupante de este nuevo escenario fue el intento de la cúpula del Ejército de impedir que la STF anulara la condena contra Lula [6].
La alianza de Bolsonaro con un grupo de militares -resistida por sectores del Alto Comando que no querían ver a la fuerza deshonrada por los desatinos del Poder Ejecutivo- desembocó en el nombramiento de Eduardo Pazuello -un general sin ninguna experiencia sanitaria- al frente del Ministerio de Salud cuando el ministro anterior, hoy también con ambiciones políticas, fue destituido por oponerse a las medidas negacionistas del presidente. En abril de este año, en medio de la catástrofe humanitaria producida por el Covid en Brasil, Pazuello fue reemplazado por Marcelo Queiroga, quien viene a ser el cuarto titular del despacho, mientras el general está siendo investigado por omisión y falta de transparencia en la gestión de la pandemia [7].
La gestión errática en salud está directamente relacionada con la postura negacionista de Bolsonaro sintetizada en el lema Brasil no puede parar [8]. El resultado es una situación social calamitosa -así y todo, el Auxilio Emergencial fue drásticamente reducido este año- y casi 550 mil fallecidos por Covid, mientras continúa el temor por un colapso sanitario agravado por la escasez de oxígeno en las instituciones de salud [9].
En ese contexto, algunos analistas temen un golpe militar que destituya a Bolsonaro mientras se organiza un gobierno de transición hasta las elecciones. Otros pronostican un autogolpe para evitar la derrota electoral [10]. De hecho, Bolsonaro amenaza con suspender las elecciones si no se suprime el sistema de votación electrónica que desde 1996 se usa en Brasil, sin ninguna denuncia en su contra [11]. Desde mediados del año pasado, cuando su popularidad comenzó a descender al tiempo que el número de muertos por el Covid se incrementaba, el presidente viene deslizando la posibilidad de suspender los comicios de 2022. Pero entonces contaba con el apoyo de Trump. Con el cambio de situación política en EE.UU. es poco probable que Biden, quien no tuvo prurito en reconocer el triunfo de Castillo en Perú, apoye una aventura de esa naturaleza en Brasil.
Esta sucesión de crisis autogeneradas y, paradójicamente, el desprecio a la crisis mundial producida por la pandemia, hunden las posibilidades de reelección de Bolsonaro e, incluso, de que finalice su mandato.
Realineamientos, deserciones y traiciones
Dado este contexto de acumulación de crisis, la restitución de los derechos políticos de Lula da Silva, lo han convertido en un catalizador ideal para enfrentar a Bolsonaro. La oferta política se ha modificado en Brasil y, mientras Lula amplía su base de apoyo tratando de acercar a sectores de la centro-derecha [12], Bolsonaro es abandonado por actores sociales, políticos y económicos que antes lo acompañaban. Entre tanto, la derecha de inspiración neoliberal más tradicional, multiplica sus posibles candidatos sin que ninguno haga pie, hasta ahora, en la voluntad popular.
La Corte Suprema de Justicia (TSF) se desligó definitivamente de Bolsonaro, impulsando la creación de la Comisión Investigadora del Senado que deberá dictaminar sobre el manejo de la pandemia y las denuncias de intentos de sobornos en la adquisición de vacunas [13]. A la acción de la Comisión se sumó una carta de la Corte Penal Internacional (CPI) donde pide el esclarecimiento de esas mismas acusaciones. Si bien, como era previsible, Bolsonaro ignoró la carta, la intervención de la CPI crea un ambiente propicio para que la investigación de la Comisión desemboque en el impeachment. En todo caso, la indagación que adelanta el Senado fortalece, una vez más, al centrâo, que cuenta ahora con un poderoso instrumento de chantaje para condicionar las decisiones del presidente. La experiencia con lo ocurrido a Dilma Rousseff es suficiente para no despreciar esta amenaza.
Igualmente, el Ejército, después de la renuncia del Ministro de Salud, ha decidido poner freno a la presencia de militares en puestos ejecutivos. También el mundo empresario, en un manifiesto publicado en marzo de este año, firmado por figuras relevantes del mundo de la economía, comenzó a distanciarse de Bolsonaro criticando la política sanitaria del gobierno y pidiendo mayor intervención del Estado en el salvataje de empresas [14].
En el campo político, los antiguos aliados del presidente buscan un nuevo espacio electoral de cara a octubre de 2022 [15]. Incluso, el exjuez Moro, el inventor del Lava Jato contra Lula, se postula como candidato a presidente. La candidatura de Moro, considerada por varios analistas como un sueño de los grandes medios de comunicación, tiene pocas posibilidades de prosperar en un ambiente altamente polarizado donde, en la práctica, sólo le restaría votos a Bolsonaro, fortaleciendo aún más al candidato del PT. En este momento, ningún candidato identificado con el neoliberalismo tradicional alcanza más del 10% de la intención de voto, aunque, ciertamente, falta más de un año para las elecciones [16].
Ante la pérdida de aliados, el presidente ha decidido doblar la apuesta, manteniendo su discurso confrontativo contra “los políticos” -fuertemente enmarcado en una derecha ideológica cercana a los movimientos neonazis europeos y al suprematismo blanco estadounidense [17]– al tiempo que refuerza sus relaciones con los sectores parlamentarios más beligerantes –‘la bancada de la bala’, defensores de la libre portación de armas-, los influyentes pastores evangélicos y los intereses sectoriales, especialmente los vinculados a los agronegocios [18].
A diferencia de la estrategia de Bolsonaro de profundizar la polarización, Lula ha optado por el frentismo, sumando a políticos anteriormente cercanos a su contrincante y articulando con agrupaciones sociales de distinta orientación ideológica, presentes en la campaña Fora Bolsonaro que, en los últimos dos meses, ha protagonizado cuatro movilizaciones masivas.
Hacia 2022
Sin duda falta mucho tiempo hasta octubre de 2022. Es posible que la favorabilidad electoral de Lula sea transitoria y la altísima intención de voto no se mantenga en el tiempo, pasado el impacto de la anulación de las causas en su contra. Pero, con o sin Lula, es muy improbable que el actual presidente brasileño alcance su reelección. Si esto fuera así se ratificaría una tendencia regional: el neoliberalismo, en su forma tardía, no logra su legitimación electoral, ni en su versión tradicional republicana, ni en su nueva versión más agresiva teñida de xefonofobia, aporofobia, autoritarismo y un incierto ‘nacionalismo cultural conservador’.
Esta expresión del neoliberalismo tardío implica un cierre de la política. Lawfare, fakenews y shitstorm [19] -no casualmente palabras de origen anglosajón- no sólo han reemplazado al debate público, sino que han permitido el encarcelamiento de opositores. Lula en Brasil, como Boudou y Milagro Salas en Argentina o Glass en Ecuador, han sido algunas de las muchas víctimas que ha dejado esta estrategia.
Por su parte, el progresismo ha tendido hacia posiciones frentistas para frenar la arremetida de la derecha, como Boric en Chile o Fernández en Argentina. Este es también el camino que está siguiendo Lula en la reconstrucción del poderío electoral del PT.
La opción frentista es tan imprescindible como arriesgada. Sin duda, Lula debe sumar a la mayor parte de aliados posibles para llegar al gobierno en un contexto en el que tendrá muchos y poderosos enemigos. Pero, así mismo, ya en el gobierno, se tornan indispensables profundas reformas democratizadoras para alcanzar aspectos sustantivos de la democracia. Dadas las peculiaridades del sistema político brasileño donde el centrâo ejerce un fuerte poder de veto, esto no será fácil. Pero no hacerlas es dejar el camino despejado para la reacción de la derecha en un movimiento pendular donde cualquier camino hacia el desarrollo quedaría truncado. Este dilema que enfrentará Lula de ganar las elecciones es el de todos los gobiernos progresistas de la región.
[1] https://www.celag.org/documento-politico-celag/
[4]https://www.telam.com.ar/notas/202102/543306-lava-jato-exjuez-sergio-moro-brasil-lula.html
[5] Hay aproximadamente 6.000 miembros de las FF. AA. en diferentes instancias del Gobierno. https://www.celag.org/brasil-y-su-doble-crisis/
[7]https://www.france24.com/es/am%C3%A9rica-latina/20210316-bolsonaro-brasil-ministro-salud-crisis
[8] https://www.celag.org/brasil-la-pandemia-como-proyecto-y-no-como-crisis/
[9] “Según datos oficiales, 117 millones de brasileños no saben qué van a comer el día de mañana, 19 millones pasan hambre todos los días, hay 40 millones de trabajadores informales y 14 millones de desocupados. Todo ello sin mencionar la realidad y la proyección de los números de la pandemia en el país que ponen a Brasil, sin rodeos, en el peor lugar del mundo en algunas cifras absolutas y relativas. Una catastrófica dimensión social que seguramente impactará en los tiempos de resolución de la doble crisis en curso”. Paéz, Sergio en https://www.celag.org/brasil-y-su-doble-crisis/
[10] https://www.celag.org/brasil-y-su-doble-crisis/
[12] https://www.celag.org/brasil-y-su-doble-crisis/
[13] https://www.celag.org/brasil-y-su-doble-crisis/
[14] Íbid.
[17]https://www.pagina12.com.ar/356778-el-hijo-de-bolsonaro-anuncio-una-alianza-con-la-nieta-de-un-
[18]https://www.celag.org/redes-de-oposicion-a-bolsonaro-movilizaciones-partidos-y-liderazgos/ Esta bancada es llamada también de las B (Bal, Buey y Biblia)
[19] La expresión de Han para referirse a la agresividad/indignación manifestadas en las redes sociales http://politicaspublicas.flacso.org.ar/2021/07/28/seccion-papeles-de-coyuntura-crisis-y-desinstitucionalizacion/
Por Arturo Laguado Duca, docente e investigador del Área Estado y Políticas Públicas de la FLACSO Argentina